Molestias.
Ciertamente, gran
parte del éxito de la globalización estriba en los viajes en avión. Sean estos por trabajo o por
holganza, han puesto el mundo al alcance de nuestras manos. Pero, no por ello
debemos obviar ciertas molestias que se inician en los terminales, durante el
viaje, y finalmente, con la llegada a nuestro destino.
Te recomiendan que
te presentes una hora antes en el aeropuerto para facturar, y como los susodichos
suelen estar lejos de donde vives, debes salir de casa con tiempo más que de
sobra. Al llegar al terminal, y con esa cara que se te pone cuando buscas algo
y no lo encuentras, deambulas un rato hasta encontrar una fila de gente
esperando con sus enseres, y respiras aliviado. El intervalo de espera difiere
en cada ocasión, pero si hay
suerte te despachan pronto a la sala de embarque. Allí, para entrar tienes que
pasar los controles de seguridad. Ese aparato del demonio que siempre pita y
que debes volver a cruzar, tantas veces como pitidos, hasta dejar todos tus
bolsillos del revés.
Hemos superado la
prueba con éxito, y nos encontramos sentados junto a la exigua ventanilla y con
las rodillas clavadas en el asiento de delante. Cuando más descuidado estás, el
respaldo del asiento se abalanza sobre ti amagando con golpearte, de acuerdo
que no te da, pero mosquea. Después de rebullirte un rato en el asiento, y una
vez alcanzado cierto grado de comodidad, te asalta una de esas necesidades
inexcusables y tienes que pedir permiso
para ir al baño. Es conveniente hacerlo,
pues durante el viaje podemos estar en uno de esos momentos en que hay que llevar el cinto
puesto. Encima por la ventanilla no se alcanza a ver más que el ala.
Aterrizar, en la
mayoría de los casos, no es un hecho
especialmente conflictivo, a menos que te toque un piloto con prisas y oigas el
rugido de los motores como si fueran a reventar, y sientas que tu cuerpo tira
hacia delante por efecto de la firme, que no brusca, frenada del comandante de
turno. Al pisar tierra es recomendable no abalanzarse sobre ella o incluso
besarla, tengo entendido que es un gesto patentado por una reconocida
institución. Ahora debemos recoger las maletas, y en una sala enorme delante de
una cinta mecánica, rodeado de extraños, con miradas furtivas, incluso
desafiantes. Retando a los demás a que toquen tu maleta si se atreven, mientras
empieza el chisme ese a escupir las maletas de los viajeros. Sé que en mi caso
siempre será la última, o casi. Suele ser en esos momentos cuando te das cuenta de que hay maletas idénticas a la tuya
y de lo conveniente de pegarle alguna etiqueta, para evitar percances.
Es el momento de
preguntarse si merece la pena tanta molestia, y de elegir. Habrá veces que nos
sea imprescindible coger un avión, por premura o por la distancia, pero con
tiempo, y planificándote adecuadamente, podemos optar por un viaje en tren.
Salvedad que hay que hacer con los trenes de alta velocidad, que comparten
características con los aeroplanos. Viajas con tu maleta, con las rodillas
estiradas y una amplia ventanilla. Siempre que te apetezca puedes estirar las
piernas, y los que disponen de cafetería, te permiten tomar una infusión o un
refresco, y en algunos casos entablar una conversación con algún extraño,
añadiendo un punto de exótica aventura a tu viaje.
Hola!
ResponderEliminarEstoy buscando información sobre mis ancestros.
¿Eres descendiente de los "mediaoreya"?
Un saludo,
Mino
(ya sé que el comentario no tiene nada que ver con el post, por lo que si lo consideras conveniente, bórralo por favor)
Eso me dijeron.
EliminarTambién que cuando me preguntaran decir que era nieto de Constantina.