23 de noviembre de 2010

Colección oscura nº -

Sin lamentos

“No lamento tener que decírtelo, hueles mal.

No lamento el decirte lo aparatoso de tus olores corporales.
Me llegan desde el hueco de la escalera los efluvios de tus sudores más agrios y repugnantes.

Es increíble el olor despedido de las BLANCAS FLORES marchitas  AL INCIDIR  sobre ellas los primeros rayos del sol naciente.
Los haces de luz de la incipiente mañana; es un albor cotidiano y ya no lo miras por hastío.”




He conseguido una artesa de cemento fresco listo para usar entre las rocas del monte.
En un hueco vierto el cemento y acto seguido introduzco mis pies, los dos, y espero que se seque.
Dos horas después ha fraguado el cemento y soy incapaz de cualquier movimiento.
Esperaré aquí a la parca cuando llegue mi hora por inanición.

Un día después me doy cuenta de lo asqueroso de todo. Mis heces y mis orines descubren que mi desesperación no va a ser limpia, va a ser sucia y greñosa.
Abandonará mi cuerpo su último aliento vital, dejando un cuerpo sucio, dejando un cadáver triste y ajado.
Sólo cuando mi cuerpo se pudra adquirirá una equiparación con mi aspecto interior.
Me preocupa que me encuentren antes de pudrirme y que mi aspecto no sea elegante.

Es palpable mi equivocación, los muchos insectos que por aquí pululan serían del agrado de un entomólogo, no de un suicida estulto.
La falta de agua puede ser el motivo de estos mareos.
Tengo tanta hambre que he llegado a probar algo que pasaba cerca  de mi mano, no quieras saber qué.
Lo peor está siendo el aburrimiento.
Tres días, hambre, sed, desolación.

Se me ha olvidado el motivo por el que quiero morir.
He dejado de tener hambre y me paso el día somnoliento.

En este bosque no hay depredadores lo suficientemente grandes para aprovechar mis carnes expuestas, e hincarme el diente.
Estoy aguantado demasiado y me angustio, sobre el papel parecía todo más limpio.
Solo faltaría que viniese una vaca y me echase una bulla encima.
Bueno si se acerca tanto tal vez podría ...
Reconozco que no me serviría de nada, la leche sólo la sé ordeñar en botella.
He perdido la cuenta de los días que llevo varado en mitad del bosque.

Las muertes literarias son mucho mas elegantes qué las reales. Y lo peor, según pasa el tiempo, me doy cuenta de mi vulgaridad.
La muerte nos es común a todos, a todos les pasa, es un acto cotidiano. Les pasa a los poderosos y nos pasa a la chusma.
Mi legado será entonces una memez insulsa, no he conseguido ningún evento estético original. Voy a quedar como un imbecil de las narices, como un tonto redomao.
Ahora que presiento mis instantes postreros, me apercibo de lo desacertado de mi elección.
Sí quieres ser original, vive.
Vive eternamente; de momento, nadie lo ha conseguido.

Morirse sí.