21 de enero de 2010

LA CASA ROTA

Haciendo esquina, en la manzana de la calle donde vivía, había una casa rota.
Un nombre para identificar el lugar, que luego he oído repetido para definir otros lugares, otras geografías.
La fachada en un ladrillo visto con impactos, tenía, o así lo recuerdo, unas especies de arcos en la fachada de la planta baja, unos arcos sin vano, mero adorno que agradaba a la vista.
No tenía portal, no tenía ventanas, estaban tapiados los huecos con algún tipo de ladrillo, distinto del conjunto, que lo afeaba.
Mis padres, gente de orden, pobres, afines al régimen, me enseñaron a desconfiar de los habitantes de la casa rota.
- Ten cuidado y no andes remoloneando por ahí, no sea que llegue la policía.
Con algún chiquillo del lugar me aventuré entre los escombros que servían como hogar a estos chavales y sus familias.
Una vez, sólo una vez hay en mi memoria un recuerdo de sus gentes. Hoy me arrepiento de no saber quiénes eran, porqué acabaron allí, en la casa rota.
Me resultaba mágico correr con otros chavales entre los cascotes, mientras los adultos trajinaban en sus quehaceres.
Veíamos a una mujer haciendo la comida y me pareció ver a un hombre leer el periódico.
Un día desaparecieron sus habitantes y los huecos fueron tapiados consistentemente, un día, y en silencio.
Un tiempo después la casa fue demolida a puro golpe, con sudor y piquetas, y empezó la construcción de un edificio moderno. Al ocupar su lugar conservó algo de la magia antigua. Una impronta del pasado, con un artilugio del futuro.
Dos cosas embellecen su recuerdo.
Lo exótico de un garaje con portón elevadizo, del que brotaba de vez en cuando, algún vehículo, en tiempos en los que eran innecesarios los garajes en Madrid, “habiendo tanto sitio en la calle”.
Y en la propia esquina, una librería de estrambótico nombre, “Antonio Machado”. Nunca entré, aunque pasaba el tiempo mirando sus escaparates cuando estaban intactos.
Mirar y no tocar.
Y el silencio.
Lugar de encuentro donde se podía practicar el lanzamiento de piedra y la pintura con mensaje, a la par que cualquier forma de expresión definida por su ideología.
Tuvo su punto, antes de, durante y en la transición a la democracia.
Mañana voy a pasar por la calle Benito Gutiérrez a propósito, a propósito entraré en la librería “Antonio Machado”, a propósito compraré un libro y a propósito será un libro de poemas de Antonio. Y otro será de Manuel.
Porque Don Antonio se merece que recordemos a su hermano.