4 de noviembre de 2011

Farola

            Debajo de una muy alta farola en los confines de la ciudad, una figura de apariencia humana permanece sedente bajo su haz. El vacío circunda un espacio, por otro lado silencioso. Hay destellos sobre el asfalto húmedo.
            Recién pasó la regadera motorizada limpiando la ciudad de excrementos caninos.
            Se oye a lo lejos el repiqueteo producido por unos pasos encaramados sobre tacones a la moda.
Según, se oyen los pasos en dirección. La figura sedente se incorpora lentamente con ademanes tensos, pero elásticos.
El extraño perfil diluido por la lejanía otea el horizonte, ahora, semeja olfatear el aire que le circunda. Ante el sonido yergue su cabeza y sus orejas parecen afilarse puntiagudas, afines a los de las musarañas, pero éstas son las de un mamífero de ciudad.
            Claramente se oyen unos tacones finos acercarse a la farola, en los confines de la ciudad, tras una pausa,  los pasos continúan decididos. Diría  presurosos.
            La erguida figura rodea la farola con su mano reposando en el mástil. Da una vuelta, se para, otra vuelta, he contado ocho, y cada vez  parece diluirse un poco más bajo la luz anaranjada que desciende de la farola. Tras el giro de la novena vuelta, desaparece.
            Desde lejos un hombre muy maquillado se acerca a la farola, camina entre ellas siguiendo el sendero de la luminaria.
            Desde el alfeizar de mi ventana presiento el peligro. Ni mi voz, ni mis aspavientos consiguen traspasar la distancia.
            Ahora,  bajo el claror,  el viandante se lleva las manos al cuello, intentado apartar un imaginario garrote. Se le ve boquear en un vano intento de atrapar un hálito  de aire respirable. Poco a poco va perdiendo fuerzas hasta caer inerte a los pies de la farola. Lánguido caer de un cuerpo hasta el cemento de la acera.
            Morosamente, un haz  de luz cubre toda su extensión, y paulatinamente se difumina el cadáver cubierto por capas de un visillo de claridad. Ante mis ojos desaparecen los restos. Se pierde.
            De nuevo se ve una figura sedente, de apariencia humana, bajo el esplendor de una muy, muy alta farola, en una de esas urbes tan modernas.