27 de junio de 2013

EL PIE

Para dormir utilizo el panza arriba o el costado derecho. El paso siguiente después de despertarme se encamina a levantarme. Por costumbre giro de izquierdas, aunque sea de talante conservador, por ello suele tocar mi pie izquierdo el terrazo de la habitación en primer lugar. Evidentemente realizo mis abluciones matinales con espíritu dispuesto, resuelto a encarar un nuevo día.
Pequeños inconvenientes me pasan factura, y eso que pongo todo el cuidado debido: la pasta de dientes se desborda por el cepillo cayendo, en parte, al lavabo. ¿De qué materia estará hecho? se pega a la loza sanitaria de tal manera que cuesta un mundo desprenderlo dejando la impresión de ser uno, sucio y descuidado.
El café siempre demasiado caliente me quema la lengua, y un postrer vistazo a mi indumentaria sirve para descubrir manchas ocultas en la corbata. El ascensor siempre ocupado hace más rentable el bajar andando.
El transporte se demora. Mi jefe me abronca nada más entrar. Todo un compendio de vicisitudes hasta la hora del regreso a casa en otro aciago día.
Recientemente me ha dado por leer. No por ello descuido las necesarias veladas televisivas. De vez en cuando saco de la biblioteca alguna novela, evidentemente, la bombilla se funde con irregular e impertinente frecuencia.
Hay días en que la cena se quema, y otros en que mi cita llega tarde; cambios de última hora en la actuación que voy a ver, o cualquier caso de imprevisto que se pueda uno imaginar. Hace tiempo que he desistido de planificar mi vida, me he acostumbrado a cierto grado de azar en lo cotidiano y en lo que pudiera ser extraordinario..
Es una realidad constatable y no es debido a mi natural torpeza. Todo está relacionado con mi conducta, en la manera que tengo de abandonar el lecho con el pie izquierdo.
Tal vez ...
Haciendo acopio de toda la fuerza de voluntad de la que soy capaz iniciaré un experimento. Cambiar el pie con el que me levanto.
-----

Me ha costado, pero al final he encontrado una solución, arrimar la cama a la pared, de suerte que me resulta natural apoyar el pie derecho al levantarme.
En pocos días pude constatar toda una pléyade de hechos significativos que intentaré resumir.
Levantarse con el pie derecho conlleva que la pasta de dientes esté en su sitio, que el café tenga la temperatura adecuada y que el ascensor esté dispuesto en mi descansillo. He encontrado asiento en el tranvía y el jefe no me estaba esperando;  al acabar la jornada me ha felicitado por un trabajo bien hecho.
Al llegar a casa todo está en su sitio, pero silencioso. Pongo música o escucho la radio mientras saboreo un gin-tonic repantigado en el sillón. Como último recurso contra el silencio pongo la televisión.
Enciendo una lámpara de ambiente que tamiza la luz del atardecer. El vaso me devuelve reflejos de penumbras deslizándose al compás de un sol en retroceso. La ginebra no consigue difuminar mi confusión lo suficientemente rápido para apaciguar mi ánimo. Siempre revisitado por el espeluzno. La conciencia cabal de no estar solo, de tener cerca una aparición vigilante todo el día, escudriñándome.
Oculto en los quicios de las puertas. Visible tan solo por el rabillo del ojo, noto que hay una figura oscura, difuminada.
¡En todas las puertas!
Todo me sale bien, sin embargo estoy aterrado. Paso las noches en vela con la luz encendida para disipar la visión del ente en los intersticios de la puerta.
Le he visto con una media sonrisa alargando su mano, sutil como el humo de los cigarrillos, para cerrar su puño a la altura del corazón. Al unísono, mi víscera se constriñe hasta pausar los latidos, y  me agobia, y me roba el aire. Intento entonces boquear en busca de un poco de oxígeno que no existe en este ambiente enrarecido; presiento que el tiempo se acaba, que seré presa del espectro y de su desagradable mueca.
El despertador suena, me salva por el momento. Inicio mi rutina una vez más.
He intentado varias veces retrasar la vuelta a casa sentado en la esquina de sórdidos cafés. Hasta ahí me persigue y en esos sitios está como disfrutando, observo que se ríe. De su boca abierta un pozo de negritud inmensa me hiela las entrañas.
Lo peor de todo es la limpieza. Desde hace días las papeleras están vacías, no veo residuos por el suelo, mi mesa aparece siempre recogida, la cocina resalta con un fulgor digno de anuncio, hasta las sombras parecen más diáfanas y limpias.
Sin motivo aparente sé que el fantasma que intuyo me encuentra sucio, que busca un descuido para limpiarme, sacando mis entrañas para ponerlas en remojo, restregar con piedra pómez toda la piel y con un estropajo frotar las circunvalaciones de mi cerebro, saneando los sueños, los deseos, mis pensamientos. Esclavizando mi voluntad.
Quiero seguir siendo lo que soy, a pesar de mis miedos, de mis meteduras de pata, pero también con mis aciertos y con mis alegrías.
En un mundo perfecto soy una rémora, una molestia que sería conveniente erradicar. Cada día sufro de pesadillas y ansiedad cuyo nexo común es la resplandeciente luz que lo ilumina todo con un fulgor gélido en este cotidiano mundo. Aquí mismo, donde estamos ahora, hay destellos de bruñido acero en la fachadas. En las casas, pulcritud y desinfectantes. Lo más sorprendente, empero, es la ausencia de olor natural.
Nada que oler en este mundo del pie derecho.
-----
Tomando las escasas fuerzas que aún soy capaz de juntar, he vuelto a levantarme con el pie izquierdo. Me he cortado al afeitarme; del bar de la esquina llega un fuerte olor a chocolate con churros; ha vuelto la sensación de tener al jefe siempre mirándome por encima del hombro; la mesa de la oficina está llena de papeles, y en el fondo de la taza del café me he encontrado con un clip de color verde, evidentemente no es mío, pero tengo la impresión de que puede ser un coqueteo.
Después de un día cargado de incidentes, no todos desagradables, me lo he pensado mejor y me decanto por la opción de no creer en supersticiones.
Seguiré levantándome con el pie izquierdo, y dejaré que los acontecimientos se caigan encima mío, quejándome y enfadándome como cada día.
A menos que..., ya no sea posible la marcha atrás.
-----
Un hecho fortuito me ha perturbado sumiéndome en simas ya vividas. No he sido yo el causante, sólo un testigo inocente, alguien que pasaba por ahí. Cerca de las tapias de un edificio en construcción, rodeando un contenedor de escombros de donde sobresalían cristales rotos, en un atisbo apenas perceptible por la visión periférica: la negra sombra de mis pesadillas pasadas y presentes.
Una tenue imagen recorre el camino entre las neuronas hasta el almacén donde se esconden los peores recuerdos, y se reconocen. No es bueno tomar conciencia de ciertas cosas, deducir que mi sombra sigue ahí escondida en los vanos de la puerta aunque yo no la vea, que su visión, por fugaz que sea, procede ahora del reflejo de los cristales rotos. Y la siento cerca de mí, omnipresente compañera de noche, escondida, vigilante de día, acechante, infatigable.
Esperando su oportunidad.

Un instante preciso para extender su mano en larga sombra y oprimir mi hálito... hasta la muerte.