23 de febrero de 2011

COLECCIÓN OSCURA Nº -

Los pasos y el miedo

Amplias caderas y  paso firme. Deambular por los enlosados suelos de la ciudad.
Los tacones golpean el suelo decididamente.
Es una advertencia: “No tengo miedo. Aquí estoy yo”
La falda un poco ajustada, esto ... , en realidad muy ajustada. Una concesión a la moda y a las exigencias de la oficina. Buena presencia, nivelazo. Autoafirmación de su propia importancia: “Los clientes confiarán en nosotros por nuestro aspecto formal y trabajador. Hay que mover muchos papeles. Hay que descolgar mucho el teléfono. Si suena, mejor que mejor”.
Una larga y dura jornada, muchas reuniones, muchos clientes: “Encima hoy con el coche en el taller”.
Una huelga ilegal de taxistas: “Hay que regularlo, no se puede estar a expensas de un grupo de vándalos”.
Una estación de metro: “Como si no fuera bastante el tener que utilizarlo”. La deja a más de seis minutos de su casa.
“A estas horas no se ve nadie en la calle”.
Los bloques de edificios se continúan, grises unos, otros llenos de colorines, vacíos y solitarios. Las casas, los pisos del nuevo barrio, con piscina comunitaria y spa. Nada que ver con el bullicio del centro donde siempre hay gente en los bares, donde hay  pubs, alguna cafetería, una tienda y otro bar.
Los propios pasos golpeando la acera producen un poco de miedo. Por eso a veces se para, por sí no fueran los suyos
“Que extraño, no hay ningún perro paseando a su dueño”.
No- tacha eso- No hay ningún amo paseando a su perro, bolsa en mano, correa extensible y tiritando, pues hace frío.
Hay sombras, de las huidizas. Las umbrías formas de las ramas de la flora de los jardincillos que bordean las casas. Una ligera corriente de aire mueve las hojas reflejando en las paredes garras, fauces, el Nosferatu, las pesadillas.
Hace rato que no ha pasado ningún coche: “¿Quién dice que Madrid no duerme?”. Más que dormida parece una ciudad desolada.
Los tacones golpean el suelo, con acelerado ritmo, cada vez más nervioso. Da miedo el propio repiqueteo del tacón sobre el cemento. Se atrevería a pararse, saber si sólo son sus pasos. Se giraría sobre los altos tacones, mirar de frente la silenciosa noche, a esas horas en las que la luz alumbra menos.
Una sombra le produce un vuelco en el corazón, sólo es un volandero trozo de papel, que esa mañana fue periódico.
No hay nadie. No se ve a nadie. Pocas luces en las fachadas. En las ventanas más altas parece notarse un ligero vaivén en las cortinas, fruto de una ilusión óptica, más que de una certeza.
Se la oye caminar de puntillas, a pequeños saltitos. Quiere salir corriendo y su traje no la deja.  No se atreve.
Hay algo ominoso en el tiempo que la rodea.
No hay nadie en la calle, las casas parecen sin vida. Noto su miedo.
El miedo tiene olor.
El corazón acelerado pugna por salir del pecho y huir.
¡Tanto silencio!.
Seguiré su olor. La dejaré partir. Correr incluso a su refugio.
Y me alojaré en mi rincón, a esperar tranquilo. Siempre me reclaman: ante un ruido, una sombra, una noticia.

Adictos al miedo