Por
Felipe Fernández Sánchez
A pesar
de las imprescindibles precauciones que nuestras autoridades toman para
garantizar nuestra seguridad y bienestar ocurre lo imprevisto.
Quién podía imaginar, que los roedores, esos habitantes de
alcantarillas y aledaños le fueran a encontrar el gusto por roer los plásticos
que recubren los cables eléctricos, y eso que al menor descuido perecen
electrocutados, chamuscados desde la cabeza a la cola.
Y es por ellos, y es en los parques y jardines donde a veces ...
1
El silencio reina por un instante. Es un
espacio compartido con los animales de compañía que sacan a sus dueños a pasear
mientras realizan sus perentorias necesidades.
Los chuchos se dedican a corretear y
a olerse sus partes, los amos intercambian experiencias de sus mascotas, y se
cuentan lo listos que son y como lo entienden todo.
Un perro con su amo corretea suelto,
lo olisquea todo, y deja su impronta olorosa en los recovecos, marcando su
territorio.
Acaba de descubrir a lo lejos un
congénere al que oler, y raudo como una flecha sale disparado dispuesto a
intercambiar experiencias olfativas.
La molesta y repetitiva voz de su
amo le frena en seco, y su cabeza oscila entre volver o seguir su instinto, el
áspero entrenamiento se impone, no sin reticencia, y vuelve. No obstante no pierde de vista al
otro cánido con la esperanza de poder
cruzarse en su camino.
¡Pocas veces le dejan olisquear a gusto y a satisfacción!
Hoy hay algo nuevo en el jardín, se
oye un chis, chis, en el parque y un olor que no consigue localizar, instantes
después lo ha olvidado y rebusca por los rincones dejando su gotita sin darse
cuenta de que esta vez va a ser su última gotita. Con la pata levantada inicia
su expelición coincidiendo con el chispazo más potente. La corriente le sube por
el orín y contacta con su cuerpo por donde discurre libremente hasta
dejarle inerte por electrocución.
Ahora yace un animal en el parque.
Desde las alcantarillas, ojillos
rojos observan la escena con mal disimulada gula, frustrados cuando el dueño
recoge su Calila en brazos y lo lleva a casa con la tristeza del momento, y con
ira contra las autoridades.
Mañana mismo presentará una queja en
el Ayuntamiento contra el área de urbanismo.
2
Diseminados por la ciudad hay unos
reductos especialmente diseñados para el esparcimiento de las crianzas humanas,
con su tobogán chiquito, sus columpios, y unas extrañas construcciones donde
encaramarse a lo más alto.
Los niños corren libres por la arena del recinto y se suben a los
aparatos de colores. La inmanente curiosidad de los seres humanos en vías de
desarrollo les incita a conocer los rincones del parque, incluidos los más
insospechados. Lo tocan todo y se lo llevan a la boca, por eso son necesario
los vigilantes de infantes: progenitores, abuelos, fijos y contratados.
Toda atención es poca. Algunos llevan arneses de los que jalar cuando el
crío se acerca a un peligro.
Algunos accidentes son inevitables.
Con sus manitas veloces y curiosas todo lo quieren coger, y escudriñan a cuatro
patas todos los recovecos a su alcance. Son tan pequeños.
En invierno oscurece antes, y el ayuntamiento enciende las farolas
para iluminar las calles, parques y jardines. Y es entonces cuando la corriente
fluye para alcanzar las bombillas de las farolas. Resplandece el parque con nuevos reflejos que
reavivan los colores y despiertan curiosidad.
Un último niño, bien forrado contra el frío deambula entre
columpios y toboganes bajo la atenta mirada de su cuidadora, contratada por los
padres para proteger a su vástago. Pronto llegará la hora de recogerse.
Una diminuta chispa, apenas perceptible, atrae la atención del
niño, y éste curioso se dispone a investigar atraído por los colores que
brincan pegados a la farola.
En el camino hay mil objetos que
rastrear, pero esa chispa de color es tan interesante, viene y va, si se da
prisa podrá cogerla. Con la rapidez propia de los pocos años sale disparado
hacia su objetivo, cada vez más cerca, parece que lo va a conseguir, ya está al
alcance de su mano, la estira…
Izado del suelo como un fardo, por
unos brazos más grandes que él, le han cogido, y con palabras mimosas le dicen:
Es hora de ir a casa, tus padres están a punto de llegar.
Él último intento de zafarse del abrazo y pillar la chispa es
olvidado por las cosquillas que le provocan esas incontenibles ganas de reír,
mientras se vuelve a casa.
+++