2 de enero de 2016

La Farola del Parque

Relato hasta ahora disponible en la desaparecida revista Palabras Diversas.

La Farola del Parque
                                                                       Por Felipe Fernández Sánchez
A pesar de las imprescindibles precauciones que nuestras autoridades toman para garantizar nuestra seguridad y bienestar ocurre lo imprevisto.
Quién podía imaginar, que los roedores, esos habitantes de alcantarillas y aledaños le fueran a encontrar el gusto por roer los plásticos que recubren los cables eléctricos, y eso que al menor descuido perecen electrocutados, chamuscados desde la cabeza a la cola.
Y es por ellos, y es en los parques y jardines donde a veces ...
1
 El silencio reina por un instante. Es un espacio compartido con los animales de compañía que sacan a sus dueños a pasear mientras realizan sus perentorias necesidades.
            Los chuchos se dedican a corretear y a olerse sus partes, los amos intercambian experiencias de sus mascotas, y se cuentan lo listos que son y como lo entienden todo.
            Un perro con su amo corretea suelto, lo olisquea todo, y deja su impronta olorosa en los recovecos, marcando su territorio.
            Acaba de descubrir a lo lejos un congénere al que oler, y raudo como una flecha sale disparado dispuesto a intercambiar experiencias olfativas.
            La molesta y repetitiva voz de su amo le frena en seco, y su cabeza oscila entre volver o seguir su instinto, el áspero entrenamiento se impone, no sin reticencia,  y vuelve. No obstante no pierde de vista al otro cánido con la esperanza de  poder cruzarse en su camino.
¡Pocas veces le dejan olisquear a gusto y a satisfacción!
            Hoy hay algo nuevo en el jardín, se oye un chis, chis, en el parque y un olor que no consigue localizar, instantes después lo ha olvidado y rebusca por los rincones dejando su gotita sin darse cuenta de que esta vez va a ser su última gotita. Con la pata levantada inicia su expelición coincidiendo con el chispazo más potente. La corriente   le sube por  el orín y contacta con su cuerpo por donde discurre libremente hasta dejarle inerte por  electrocución.
            Ahora yace un animal  en el parque.
            Desde las alcantarillas, ojillos rojos observan la escena con mal disimulada gula, frustrados cuando el dueño recoge su Calila en brazos y lo lleva a casa con la tristeza del momento, y con ira contra las autoridades.
Mañana mismo presentará una queja en el Ayuntamiento contra el área de urbanismo.

2

            Diseminados por la ciudad hay unos reductos especialmente diseñados para el esparcimiento de las crianzas humanas, con su tobogán chiquito, sus columpios, y unas extrañas construcciones donde encaramarse a lo más alto.
Los niños corren libres por la arena del recinto y se suben a los aparatos de colores. La inmanente curiosidad de los seres humanos en vías de desarrollo les incita a conocer los rincones del parque, incluidos los más insospechados. Lo tocan todo y se lo llevan a la boca, por eso son necesario los vigilantes de infantes: progenitores, abuelos, fijos y contratados.
            Toda atención es poca. Algunos  llevan arneses de los que jalar cuando el crío se acerca a un peligro.
            Algunos accidentes son inevitables. Con sus manitas veloces y curiosas todo lo quieren coger, y escudriñan a cuatro patas todos los recovecos a su alcance. Son tan pequeños.
En invierno oscurece antes, y el ayuntamiento enciende las farolas para iluminar las calles, parques y jardines. Y es entonces cuando la corriente fluye para alcanzar las bombillas de las farolas.  Resplandece el parque con nuevos reflejos que reavivan los colores y despiertan curiosidad.
Un último niño, bien forrado contra el frío deambula entre columpios y toboganes bajo la atenta mirada de su cuidadora, contratada por los padres para proteger a su vástago. Pronto llegará la hora de recogerse.
Una diminuta chispa, apenas perceptible, atrae la atención del niño, y éste curioso se dispone a investigar atraído por los colores que brincan pegados a la farola.
            En el camino hay mil objetos que rastrear, pero esa chispa de color es tan interesante, viene y va, si se da prisa podrá cogerla. Con la rapidez propia de los pocos años sale disparado hacia su objetivo, cada vez más cerca, parece que lo va a conseguir, ya está al alcance de su mano, la estira
            Izado del suelo como un fardo, por unos brazos más grandes que él, le han cogido, y con palabras mimosas le dicen: Es hora de ir a casa, tus padres están a punto de llegar.
Él último intento de zafarse del abrazo y pillar la chispa es olvidado por las cosquillas que le provocan esas incontenibles ganas de reír, mientras se vuelve a casa.


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