23 de abril de 2013

LOS VIAJES EN AVIÓN


Molestias.
Ciertamente, gran parte del éxito de la globalización estriba en los viajes en avión. Sean estos por trabajo o por holganza, han puesto el mundo al alcance de nuestras manos. Pero, no por ello debemos obviar ciertas molestias que se inician en los terminales, durante el viaje, y finalmente, con la llegada a nuestro destino.
Te recomiendan que te presentes una hora antes en el aeropuerto para facturar, y como los susodichos suelen estar lejos de donde vives, debes salir de casa con tiempo más que de sobra. Al llegar al terminal, y con esa cara que se te pone cuando buscas algo y no lo encuentras, deambulas un rato hasta encontrar una fila de gente esperando con sus enseres, y respiras aliviado. El intervalo de espera difiere en cada ocasión, pero si hay suerte te despachan pronto a la sala de embarque. Allí, para entrar tienes que pasar los controles de seguridad. Ese aparato del demonio que siempre pita y que debes volver a cruzar, tantas veces como pitidos, hasta dejar todos tus bolsillos del revés.
Hemos superado la prueba con éxito, y nos encontramos sentados junto a la exigua ventanilla y con las rodillas clavadas en el asiento de delante. Cuando más descuidado estás, el respaldo del asiento se abalanza sobre ti amagando con golpearte, de acuerdo que no te da, pero mosquea. Después de rebullirte un rato en el asiento, y una vez alcanzado cierto grado de comodidad, te asalta una de esas necesidades inexcusables y tienes que pedir permiso para ir al baño. Es conveniente hacerlo, pues durante el viaje podemos estar en uno de esos momentos en que hay que llevar el cinto puesto. Encima por la ventanilla no se alcanza a ver más que el ala.
Aterrizar, en la mayoría de los casos, no es un hecho especialmente conflictivo, a menos que te toque un piloto con prisas y oigas el rugido de los motores como si fueran a reventar, y sientas que tu cuerpo tira hacia delante por efecto de la firme, que no brusca, frenada del comandante de turno. Al pisar tierra es recomendable no abalanzarse sobre ella o incluso besarla, tengo entendido que es un gesto patentado por una reconocida institución. Ahora debemos recoger las maletas, y en una sala enorme delante de una cinta mecánica, rodeado de extraños, con miradas furtivas, incluso desafiantes. Retando a los demás a que toquen tu maleta si se atreven, mientras empieza el chisme ese a escupir las maletas de los viajeros. Sé que en mi caso siempre será la última, o casi. Suele ser en esos momentos cuando te das cuenta de que  hay maletas idénticas a la tuya y de lo conveniente de pegarle alguna etiqueta, para evitar percances.
Es el momento de preguntarse si merece la pena tanta molestia, y de elegir. Habrá veces que nos sea imprescindible coger un avión, por premura o por la distancia, pero con tiempo, y planificándote adecuadamente, podemos optar por un viaje en tren. Salvedad que hay que hacer con los trenes de alta velocidad, que comparten características con los aeroplanos. Viajas con tu maleta, con las rodillas estiradas y una amplia ventanilla. Siempre que te apetezca puedes estirar las piernas, y los que disponen de cafetería, te permiten tomar una infusión o un refresco, y en algunos casos entablar una conversación con algún extraño, añadiendo un punto de exótica aventura a tu viaje.