24 de octubre de 2013

Insolentes


         Los pájaros de la ciudad son insolentes, defecan sobre nosotros sin arredrarse fiados como van por las alturas de ser inalcanzables, pues trasnochados los tirachinas de los otrora traviesos mozalbetes no sufren de impedimento alguno que merme su progenie, proliferan por doquier y en abundancia, dejándonos recuerdos suyos por los tejados, las paredes o el asfalto, y lo mas asqueroso: sobre nuestras testas. Y lo mismo les dan que vayan cubiertas con telas y tocados o cabezas descubiertas, sean éstas de abundante cabellera o más bien rala. Las aves te mandan su regalito hediondo y pastoso, cuando no, te resbalas produciendo esos esguinces tan molestos, o las temidas rozaduras cuando se acaba tocando cemento.
Les he visto clavar su mirada en mi con un aire furibundo, al parecer irritados, afirmando su dominio de alfeizares y voladizos, saltando a las ramas de las que son señores cuando su seguridad les aconseja.
Por su inquina deduzco que todos hemos sido, en algún momento, víctimas propiciatorias, y hemos recibido, por tanto, alguna insolencia suya: en el pelo, sobre la ropa, en aquel suéter que tanto nos gustaba y que con ignorancia paseábamos por la ciudad inconscientemente.
Esa mancha que notamos en el momento de despojarnos de nuestra prenda, o al pasar el peine por la cabeza, y ese hedor repugnante que nos acompañó tanto trecho y del que somos en ese instante conscientes.
Confirmo, en una pequeña encuesta elaborada entre conocidos y transeúntes, la extensión y proliferación de sucesos escatológicos. Hay compresión y  gestos cómplices de los que han sido objetivo de los arrojos de gorriones , palomas y demás aves volanderas.
Aves soltando lastre sobre nuestras cabezas, en los hombros, sobre la espalda. Guano vertido sobre la ropa que roen tejidos y nos atufan.
No hay colonia que enmascare el fétido aroma sobre la tela.
Y el auto. Tu auto cubierto de cabo a rabo por excrecencias de plumífera procedencia.
¿Por qué nos odian los pájaros? ....