20 de octubre de 2010

S. D. S.

Vi a un viejo fraile renqueando por el pasillo lateral entre los bancos de madera. Iba con el cuello doblado por el peso de los años, por el paso de los años.
         De no se sabe donde brotan otros frailes, alguno más viejo, daquén más cansado.
Y ocupan sus asientos en el coro,  a un lado y al otro del altar.
Presidiendo la gran imagen de madera, el crucificado.
Detrás del Cristo, por la entrada disimulada se muestra un fraile joven, un anacronismo para la estancia.
El viejo fraile con el cuello doblado por la edad permanece de pie con su libro de rezos en la mano, un ligero balanceo propio de la edad, o un atavismo del judaísmo entre cristianos.
Hasta 10 monjes de diversas edades se muestran lentamente, apareciendo por los alados brazos del Cristo, los viejos en este lugar, no están solos.
Entra otro viejo fraile encorvado, le siguen algunos más.
Los andares de los ancianos recuerdan el caminar balanceado de los viejos de cualquier lugar.
Casi como un suspiro se formó el coro.
Elegantes como el vuelo de la mariposa.
Aquel fraile al tocar el órgano les da el tono.
Comienza su rezo cantado, un toque de campanilla y se doblan por los cadriles, humildes, respetuosos con el Santísimo.
Sus voces se enseñorean de la iglesia, las voces que resuenan por los ábsides de la vieja iglesia. En el monasterio
In Secula Seculorum.
Amen.  
Las dulces voces, el recogimiento, el canto mantenido al flexionarse con respeto.
Aleluya.
El dulce arrobo.
Me cambiaría por ellos ahora, por este instante de suave alegría.
El aire que respiro se vuelve caricia para mi corazón.
Sus rezos, su canto baja hasta perderse en el silencio.
Es Paz, la Paz con sus voces.
Presidiendo está, el enorme Cristo de madera.
El alado Señor del monasterio.
Gloria… Espíritu Santo…

Apoyados en los asientos del coro elevan sus tenues voces vigorosas, dulces, y se elevan tanto, que rozan las almas.
Agradezco la paz, el retiro de sus voces, su andar pausado, el diálogo del silencio. Y su canto.
En silencio se retiran, se apagan las luces, las campanas apenas audibles reverberan ligeras en la bóveda de la iglesia. Nuevas voces se elevan. Las voces de bronce, mientras los monjes se retiran.
Recogen los más viejos sus pasos por el camino,
Recogen pausadas sus voces y nos dejan.
Hermoso silencio.

                                                  XXXXXXXXXXXXXXX

A la puerta nos juntamos los asnos.
Unos se aburrían, otros casi se duermen.
-Es que les faltaba un poco de ritmo, un poco de salero.
¡Ay!. No se hizo la miel para la boca del asno.


Un camarero asimilado a los ademanes sosegados ofrece sus productos con la misma calma que inspira el lugar, le agradezco su contenido sosiego, no exento de alegría, que inmediatamente me hace confiar en él.
La parsimonia. Lo que perdimos, aquí se conserva.
Le ayuda una camarera Malinche.
Coletas pendiendo a ambos lados de su cabeza y muy alta.
Es la imagen de aquí y del Nuevo Mundo y sus trajines.
Doña Mariana y, en su presencia, concupiscencia en la mirada.
La siesta tras el yantar, esa cabezada ligera con el regusto de los sueños, fantaseando con una conquista.
La Bella Malinche en la posada.
En el monacal lugar de Santo Domingo de Silos.