Sidra
Aconteció que,
reunidos al calor de la lumbre, con ocasión de festejar el feliz término de la
temporada de ballenas, acabose el vino desluciéndose el festín.
Esto ocurría en
la localidad de Serantes, pedanía de Tapia, lugar donde zarpaban en pinazas los
marineros vascos que, habiendo encontrado el paraje idóneo para el
emplazamiento de un pequeño puerto, se asentaron en la zona. Uno de ellos,
natural del mismo Bilbao, compró unas tierras a las que puso el susodicho nombre
de Serantes que, en su origen, es nombre de un monte aledaño. Se le vendría el
nombre a las mientes por efecto, digo yo, de la morriña porque la zona en nada
es empinada, a la par de construirse una casa, pues, según barrunto, encontró
una lugareña con la que estrechar lazos, y se asentó. Por eso, en ocasiones
propicias, no es de extrañar que se reunieran en la casa marineros y aldeanos.
Cargan los vascos
con cierta fama de tosquedad, pues es conocida su afición a pasatiempos
singulares, a saber: el levantamiento de piedras o el cortar troncos, mas
intuyo que, en realidad, lo importante es la francachela y las apuestas siendo
para ello cualquier motivo bueno. Les echaban en cara a los aldeanos la falta
de vino o al menos de una triste uva para sacarle jugo. Un tanto molestos,
considerando que los orientales pueden rivalizar en rusticidad con cualquiera
y, si quieren ponerse exquisitos, te sueltan lo de “Asturias es España y lo
demás tierra conquistada”.
Es de sobra
conocido que, en la zona, el fruto de la vid escasea y tamén que, por
aquello de la humedad intrínseca, el vino pierde rápidamente sus
características más preciadas. Socarrones que son ambos y entre pullas lanzan
los astures su desafío...
Aquí no habrá
uvas, pero tenemos manzanas. Así qué… cuando queráis.
Ya, y también
las pisas, ¿no?
¡Que pasa! ¿No
os atrevéis? Flojos que sois.
El reto va y
viene, un desplante por aquí y alguna risita sardónica por allá, una apuesta
lanzada. Al final se retan para pisar manzanas el próximo día en la casa.
Cumplidos los
requisitos previos necesarios, entiéndase, lagares, manzanas y personal,
principió el envido. El caso es que, subidos en tinajas distintas, pusiéronse
vascos y asturianos a pisar la fruta. Rápidamente se vio que la sidra asturiana
era abundante, mientras que los vascos, con claras muestras de dolor, no
parecían avanzar nada y aguantaban las pullas sobre sus pies delicados con
evidentes muestras de enfado.
Se puede pensar
que, tardíamente, pero, al fin y al cabo, en el momento adecuado, se dieron por
vencidos contemplando con estupor cómo salían los astures con sus madreñas que
hábilmente habían dejado en la tinaja encima de las manzanas y que, por ello,
consiguieron aplastarlas convenientemente, obteniendo así el preciado elemento.
La dejaron
fermentar como es de rigor. Aclararé que es bastante probable la intervención
de las mulleres a la hora de limar asperezas. No solo en un sentido
amistoso; una asturiana enfadada te hace flaquear las rodillas. Tiempo después
echarían unos culines, y tan amigos.
Les queda en
común la conveniencia de escanciarla, la sidra. La diferencia entre alturas es
más por hacer patente lo que aguantan los de la zona sin temblarles el pulso,
tildando de nenazas a los otros que no resisten nada. Otros, sin embargo, lo achacan
a la necesidad de airearla por cierto olor a pies que le queda a la sidra
cuando las pisas, siendo los pies asturianos como el cabrales, sabrosos,
pero de fuerte aroma.
Los más serios
hablan de una cuestión de variedad que, siendo de variedades diferentes,
necesiten mayor o menor grado de oxigenación. Los más perezosos, empero, la
vierten directamente al vaso sin ceremonia alguna. A la par hay quien la
utiliza para cocinar, y sirve lo mismo para un roto que para un descosido, para
una merluza o para unos chorizos.
El invento de la
sidra al final se extendió por el orbe conocido. Fue apreciado por diferentes
culturas, encontrándose mención a ella en los textos bíblicos, lo que da idea
de lo rápido que se difunden ciertas cosas. Algunos pueden pensar que fue en
otro sitio o en otro lugar, de hecho, esgrimen documentación al respecto,
impertinentes, a lo que yo conozco todo falso, pues una mínima verificación de
sus pruebas denota su notoria falsedad.
Independientemente
de cualquier otra consideración, a mí me parece que, al final, es preferible
que cuando se juntan dos pueblos se dediquen a prensar manzanas y ¡Qué dejen a
las ballenas en paz!
Es una opinión.