1 de septiembre de 2019

Extravagancias-2


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Dormiré bien.

Introducción.

Es la hora de recogerse después de un día de buscar trabajo en unos casos; en otros, que lo tiene de vuelta a casa después de una jornada laboral interminable.
En autobús o en metro queda un buen trecho hasta el hogar. Inquietos van, es verdad, las calles solitarias les dan miedo y la sombra de un gato los atemoriza.

Hay un palo en el suelo que recoge para sentirse más seguro y fantasea con la posibilidad de ahuyentar bandidos con el palo y su arrojo. Cómo un niño lo aferra y, si no lo ven, lo blande con vigor en estocadas certeras.
Puede ser también una mujer con estudios, trabajando en la limpieza, por decir algo, quien, con un caminar inseguro, retorna temiéndose lo peor: ladrones, bandas callejeras, violadores.
Ambos miran a todos lados con aprensión, no importa el tiempo, no consideremos el lugar, todos los días el mismo recorrido en diferentes ciudades del extrarradio de un país civilizado.

I

Desde las sombras aparecen individuos (mínimo dos, tres o más) que le rodean amenazantes.
Preso del temor esgrime su palo agitándolo con movimientos zigzagueantes. Su decisión abre un hueco por donde huye corriendo todo lo que da de sí. Corre sin mirar atrás porque, si se distrae y tropieza, está perdido.
Ha visto una luz en una ventana, tal vez su salvación; con el corazón desbocado, a punto de saltar por la boca, golpea la puerta, toca el timbre. Y ve que sus perseguidores dejan de correr y se lo toman con calma, en lugar de huir se acercan con aplomo.
Desde el otro lado de la puerta le increpan.
“Márchese o llamaremos a la policía”
Gritas pidiendo auxilio, aporreas la puerta.
“Por favor, Socorro, me atracan unos ladrones”.
 Se oye un ya se lo advertí, acabo de llamar a la policía, vendrán a por usted, gamberro.
Para los asaltantes es la rutina diaria, por eso sonríen relajados.


II

Si fuese mujer, su interés no estribara tanto en hurgar en el bolso, que también. Una mujer conlleva como valor añadido el ser violable. Para empezar, un par de guantazos para serenarla (es conocida la tendencia de las mujeres a ponerse histéricas) y luego, bien sujeta, hacerse una ronda, incompleta, eso sí, pues uno venía tan cachondo que se ha corrido antes de tiempo.
            Al final se vuelca el bolso, porque si no, no encuentras nada, ya sabes, las mujeres lo echan todo al buen tuntún, y para encontrar el monedero es mejor volcarlo todo. Mira, la muy golfa llevaba preservativos.
Unos poco billetes y un móvil, será poco, pero al menos se han desahogado.
Entre el hueco de las cortinas alguien ha grabado todo el atropello; todo el rato mirando no se ha perdido detalle. En cinco minutos estará disponible en la red.

III

Bueno, qué decir de estas historias, salvo que podrían ser diferentes si se abriera la puerta, si se diera cobijo.
Daría bastante miedo tener a unos delincuentes pateando tu puerta, tirando macetas a tus ventanas que, de momento, resisten. Sacuden, percuten, maltratan todo el mobiliario que encuentran, infinitamente cabreados y, aunque a veces tardan un tanto, al final llega la policía y el alivio.
Unas veces llegan a tiempo para detenerlos, otras veces se escapan y siempre es molesta tanta declaración y papeleo. Mañana o pasado mañana te comprometes a pasar por la comisaría para firmar la declaración, imprescindible si quieres reclamar al seguro los desperfectos que te han causado.
La policía va a acompañarlo a casa.
Al salir se cruzan miradas, se intercambian unos gestos, nimios tal vez, pero cargados de gratitud.
Por eso sabes que esta noche vas a dormir bien, muy bien.