24 de mayo de 2011

Mi Dueña.

Repara, por  un momento, en la sombra de sus párpados que vuelve lánguida su mirada, en una imaginaria invitación a ser acogida por unos brazos, desprendiendo el aroma del amor y el deseo.
Puedo leer una historia, en esas ojeras enseñoreando la cara de la mujer madura, en un semblante surcado por el paso del tiempo.
Puedo leer su historia.
“Sé todos los cuentos, es verdad”
Y me gusta releer los mejores cuentos, esos que se pueden leer escritos en su cara, escritos directamente en su piel, hablados por los ojos, susurrados por sus labios.
La mejor literatura, la obra maestra, que otros no pueden construir, aparece en unos pequeños pliegues a ambos lados de los labios, ahí donde se juntan las comisuras.
En su sonrisa triste, amarga, irónica, divertida, enamorada, contenta.
Lo que puede narrar su sonrisa, lo sé muy bien.
Las historias contadas, en las no dichas, en las sugeridas, en las que copio, y luego, al recitarlas, las escuchas como si no las hubieras oído nunca, como si no fuera tu propia historia.
Escúchame si te digo, amada mía, sólo soy tu secretario.
Transcribo al papel  tus cuentos,  tu propia vida, y es molesto carecer de las suficientes palabras con sus adornos.
Carezco de tonos, de colores, de sabores suficientes…
Carezco.
Falta de expresión, de la digna elocuencia que vos merecéis.
Mi señora, mi dama, mi dueña.