Érase una vez en un lugar del continente contiguo, cerca de una
vega donde residían los seres de esta historia, y un anciano al que el tiempo
vivido fue dejando sin dientes.
Vivir de la caza, recoger bayas, disfrutar de los frutos que hay
en los árboles y, en su temporada, recoger salmones remontando el río.
Siglos de adaptación les hizo robustos, resistentes y altos,
llegando a alcanzar el metro ochenta con facilidad, les afeaba el cuerpo un
apéndice nasal generoso y toda su fisonomía les servía para combatir el frío
intenso que era la norma de aquellos tiempos.
Últimamente se constata una mejoría en la temperatura, no siendo
ésta, tan fría, por lo menos, eso se deduce de los viejos cuentos que se saben
algunos que hablan de los hielos cubriendo las sendas y el río.
Alrededor del fuego del poblado el abuelo se reúne para contar
mitos y aventuras, al tiempo que las manos curtidas prepara las pieles que les
abrigaran en invierno, o prepara atalajes y herramientas para la caza o la
pesca.
Las cambiantes sombras de la fogata añaden tenebrismo a las
historias, que algunos viven con toda su parafernalia, moviéndose, poniéndose
tocados de animales feroces, imitando los guturales bramidos de las bestias.
Dan miedo y se ve a los niños temblar y buscar refugio en los
brazos de sus padres, pero tienen utilidad, transmiten las costumbres, las
creencias y las técnicas aprendidas en la caza y en la fabricación de
herramientas.
Es puro teatro, la primera literatura no escrita, la de
transmisión oral pasando desde los abuelos a los nietos. Siempre habrá abuelos.
Siempre habrá nietos.
Por lo menos en este poblado se aseguran de ello cuidando del
viejo sin dientes al que hay que masticar la comida y echarla a su cuenco. A
veces se olvidan y se tragan lo masticado, pero su escudilla siempre está llena
y él cuenta sus historias de cuando era
un gran cazador de los bosques.
Un día triste en el poblado los espíritus familiares le reclamaron
y dejó su cuerpo inerte junto a la
fogata.
Es tradición proteger el cuerpo de las alimañas y carroñeras, por
eso excavan un trozo del terreno cerca de los que se fueron antes, depositando
el cuerpo bajo una capa de tierra. El cuerpo de un hombre sin dientes.
El Hombre de Neardental.
El hombre que cuidaba de los suyos.
He leído que en el hombre actual persisten un cinco por ciento de
sus genes. Sospecho que esa es la parte humana del Homo Sapiens. Cuantos más vestigios de Neardental lleves,
más humano serás.
Si por el contrario, entre tus ancestros no
hay abuelos, serás del tipo Sapiens Sapiens, del tipo ese que todo lo que
mastica se lo traga.