Insolentes
Los pájaros de la ciudad son insolentes; defecan sobre nosotros sin
arredrarse, fiados como van por las alturas de ser inalcanzables, pues
trasnochados los tirachinas de los otrora traviesos mozalbetes, no sufren de
impedimento alguno que merme su progenie, proliferan por doquier y en
abundancia, dejándonos recuerdos suyos por los tejados, las paredes o el
asfalto y, lo más asqueroso, sobre nuestras testas. Y lo mismo les dan que
vayan cubiertas con telas y tocados o las cabezas descubiertas, sean estas de abundante
cabellera o más bien rala. Las aves te mandan su regalito hediondo y pastoso,
cuando no te resbalas produciéndote esos esguinces tan molestos y las temidas
rozaduras cuando se acaba tocando cemento.
Los he visto clavar su mirada en mí con un aire furibundo, al parecer
irritados, afirmando su dominio de alfeizares y voladizos, saltando a las ramas
de las que son señores, cuando su seguridad les aconseja.
Por su inquina deduzco que todos hemos sido, en algún momento, víctimas
propiciatorias, y hemos recibido, por tanto, alguna insolencia suya. En el
pelo, sobre la ropa, en aquel suéter que tanto nos gustaba y que, con
ignorancia, paseamos por la ciudad inconscientemente.
Esa mancha que notamos en el momento de despojarnos de nuestra prenda o
al pasar el peine por la cabeza, y ese hedor repugnante que nos acompañó tanto
trecho y del que somos en ese instante conscientes.
Confirmo en una pequeña encuesta elaborada entre conocidos y transeúntes,
la extensión y proliferación de sucesos escatológicos.
Hay comprensión y gestos cómplices de los que han sido objetivo de los
arrojos de gorriones, palomas y demás aves volanderas.
Aves soltando lastre sobre nuestras cabezas, en los hombros, sobre la
espalda, guano vertido sobre la ropa que roe tejidos y nos atufa.
No hay colonia que enmascare el fétido aroma sobre la tela.
Y el auto. Tu auto cubierto de cabo a rabo por excrecencias de plumífera
procedencia
¿Por qué nos odian los pájaros? ....