10 de diciembre de 2020

La profilaxis rumiante. (Continuación)



 




Caso de la flaca.

 

            Bueno que decir de mí, aparte sobre que no me guste comer hierba y que si lo hago es por el que dirán, “qué se habrá creído la tiquismiquis”, “muy fina la señorita”, “si está en los huesos”, aparte del mirar displicente que te dedican los pastores y que te hacen empequeñecer a ojos vistas.

            El caso es que para vaca estoy delgada, muy delgada, talla S o menos lo que por otro lado tiene sus ventajas, evitas las miradas concupiscentes de los toros. Porque, no nos engañemos, el que se te venga encima un berraco godo de quinientos kilos no me pone en absoluto, de todas formas, y para mi disgusto hay uno al que le gusto y me anda rondando en cuanto me viene el celo. Me viene el imbécil, se me echa encima y con un par de embistes se marcha con cara de pánfilo, hace sus cositas y se larga supongo que a alardear con los amigotes.

            Que queréis que os diga, prefiero la inseminación artificial y las revisiones veterinarias, al menos el brazo es más grueso.

            Por otro lado, la leche que genero es de alta calidad lo que me permite ir tirando sin miedo al despido y con el beneplácito de los cuidadores.

            Porque aquí ya sabes, al mínimo contratiempo, te largan al matadero.

            Tampoco sirve de mucho ser combativa, recuerdo un intento de ubres caídas que se fue al traste, pues si no te ordeñan, duele de tamaña manera que no paras de mugir hasta que te alivian. No obsta el reivindicar un alimento mas variado y, a ser posible, un pienso sin trazas de pescado o carne que luego nos vuelve locas.

 



El caso de Raciocinio.

 

            Yo a veces me tumbo en la hierba para rumiar mis pensamientos. Es cierto que un exceso de peso y el andar preñada de ocho meses incrementan las ganas de tumbarse.

            Desde temprana edad, adquirí el hábito de mover la quijada de lado a lado, aunque no rumiase nada, ese movimiento continuo les hace creer a los vigilantes que estás rumiando, lo que es conveniente para que te dejen en paz.

            En la tranquilidad del prado puede una dejar vagar la imaginación, sin ton ni son, en cuentos; yo, por el contrario, ando absorta en el estudio de la deriva de los fotones por un objeto muy masivo.

 

 





Adenda

 

            En clase de Psicología animal un alumno paliza le espetó de improviso a la docente.

            —¿Para qué sirve la filosofía?

            Contestación:

            —Eso pregúntaselo a una vaca.

            Pensamiento propio: la pregunta me pareció fuera de lugar estando como estábamos en clase de Psicología animal y siendo esta una de las partes en que se subdivide esta, que a su vez forma parte de la otra. Para mi sorpresa, el docto profesor se explayó a gusto.

            —Eso pregúntaselo a una vaca (y después una pausa). Una de esas que se ven de pie o tumbadas rumiando parsimoniosamente su hierba, las mismas que hace horas pacieron, con esa mirada ausente del rumiante sumido en hondas reflexiones digestivas.

La vaca Buda, estoico animal que sobrelleva una resignada existencia. Recién le quitaron su ternero que va camino del matadero y, tras oportuno despiece, acabar de bistec en cualquier plato, al tiempo que a diario se deja manosear la ubre por donde fluye aún la leche que acabará en tu taza.

            Para eso sirve la filosofía, para aprender estoicismo y no cornear a todo el que se cruce en su camino.

            Hay quién las menosprecia y las tilda de tontas o lentas por su paciente resignación, su callado vivir entre el establo y un prado verde rumiando siempre sus ideas en silencio (a veces roto por un mugido profundo). Llevan su quijada de lado a lado desmenuzando yerba.

            Lo suyo no es la tristeza, aunque pueda parecerlo, su mirada se pierde en la profunda convicción de un futuro mejor.

¡Peor no puede ser!

5 de noviembre de 2020

La profilaxis rumiante

 



La profilaxis rumiante

Estudio por Ulpiano Sánchez

 

 

            La naturaleza, en su infinita sabiduría, gestiona el planeta en la diversidad. Existe entre los rumiantes tipo vacuno la inveterada costumbre de pasarse parte del día paciendo, parte del día rumiando. La verdad, no sé qué gusto le encuentran. La naturaleza los ha dotado de un aparato digestivo acorde a sus necesidades, diseñado para ingerir cantidades ingentes de hierba de escaso valor nutritivo y, aunque para un profano resulte agradable pasear de lado a lado una brizna, no lo es tanto tragársela.

 

            Algunas vacas no le han pillado la vuelta a la cosa y deambulan indolentes por el prado, de pasto en pasto trapiñando hierbas que de la tierra brotan, si les fuera dado elegir tirarían más por el maíz, por las berzas o por cualquier otro vegetal menos soso; constatamos en verdad que, en muchos casos, el pasto ya ha sido pisoteado, ora por los cuidadores, ora por congéneres del mundo animal y que, además, dispersas por la hierba te puedes encontrar con todo tipo de excrementos, desde las consabidas y expandidas bullas vacunas hasta las más cuadradas de los equinos pasando por las bolitas ovejeras.

            Entiendo lo de las cabras, pero lo de los equinos, que caguen cuadra no consigo entenderlo. A fin de cuentas, comen lo que todos.

 

Gracias a las nuevas técnicas terapeutas se han conseguido grandes avances en el cuidado de los animales de granja. Los estudios líderes son los dedicados al mundo vacuno donde se han conseguido grandes avances, prueba de ello es la doma de vacas para que hagan sus necesidades en los lugares establecidos, así como que las emisiones gaseosas se circunscriban al ámbito de recintos techados, para obtener gases suficientes para consumo propio y ajeno. Soslayando con ello el tan temido efecto invernadero.

            Hemos recogido algunos casos dentro de nuestro amplio abanico de estudios para darlos a conocer; en caso de que no les aporten, nada esperamos, al menos, que les sirvan de distracción.

 

 

           

14 de octubre de 2020

Prefiero ser un ratón

Prefiero ser un ratón

 

 

En las fábulas aparecen animales que son el trasunto del hombre.

Hay diferentes representaciones al gusto de cada cual. Un fiero león, el astuto zorro, el ojo avizor de un águila y los tímidos ratoncillos.

Pensé en qué me gustaría ser a mí. Alguna ostentosa ave, un ágil felino. Y llegué a una diáfana conclusión: ratón. Pero no de cualquier tipo: pondría mis propias condiciones. Me decanto por ratón de hostería y como hábitat, la bodega.

No estaría mal vivir rodeado de queso y vino.

Un mordisquito por aquí una libación allí mismo, y una única preocupación despistar al gato, que un exceso de confianza te puede acarrear un disgusto, vale que está viejo y gordo y que sus garras no son lo que eran, pero le pone vocación. Soslayando los peligros, a cambio tienes a tu entera disposición una despensa repleta de quesos apilados según procedencia y olor, junto con unas vasijas repletas de vino de la tierra indispensable para trasegar ese queso que se queda en la garganta y no circula. El paraíso, vamos.

En cualquier idioma; cheese sirve claro para conseguir agradables sonrisas en los retratos, fromage, al ser francés, tiene su aire a lo rey mago y el fromagio tan cantarín.

En el idioma con el que me desenvuelvo, la palabra queso tiene un toque a interrogación: ¿qué es eso?, y repetido con fluidez encuentras en la propia pregunta la contestación. La pregunta y la respuesta va implícita, no obsta reconocer que no importa su origen ni las fronteras que haya cruzado.

Por eso reconozco que mi predilección por el pasaje del ciego en el Lazarillo está plenamente justificada, ítem más, viene a corroborar que no solo se come con los ojos, también lo hacemos con la nariz.  A ver si no qué iba a degustar el ciego.

Y la variedad de tactos y formas hacen al queso un sensual compañero.

Una cata de quesos acompañados de vino de la región, eso sí, los enjuagues se tragan, nada de ir escupiendo en bacinillas al uso los restos de la cata.

Sí hay que tragar, se traga.

Faltaría más.

9 de septiembre de 2020

El hombre de paja (Nerios y Ártabros)





El hombre de paja (Nerios y Ártabros)

 

No sabría decirte cuando ocurrió el desastre y si alguna vez se ha repetido; lo que voy a contarte lo vi con mis propios ojos.

Fue hace muchos años, fíjate que de los romanos solo teníamos noticias por habladurías de arrieros. El discurrir cotidiano fluía en nuestros quehaceres, algún litigio entre vecinos y rifirrafes comunes con otras aldeas, en especial con los Ártabros. Siempre causantes de líos de linde o por servidumbres de paso.

Hubo un conflicto sonado que, al día de hoy, no sabría decir cómo se originó. El caso fue que los roces fueron a mayores y en una trifulca murió un neriense descalabrado por una pedrada que le lanzó un artábrino. Los ánimos, fácilmente caldeables, y más si se trata de la tierra, subieron de temperatura hasta requerir sendas asambleas. Los más sensatos abogaban por una reparación para la familia, los más ardientes clamaban venganza devolviendo muerte por muerte. La bilis era considerable y el rugir de indignadas gargantas se impuso en la reunión, y entre todos se proclamó jefe de partida; los mas nerviosos afilaban sus armas, otros salían en busca de sus propios pertrechos, dispuesto el pueblo a iniciar el sendero de guerra.

Los vigías que daban el queo alertaron.

Desde el bosque cercano se acercaba el druida con sus aprendices. Caminaba al frente con paso airado y lo seguían a trompicones con sus hatillos los discípulos atemorizados. Irradiaba el monje una evidente irritación, y la propia vegetación lo sabía pidiendo paso franco cuando no decidía ofrecerse de tapiz a sus sandalias.

Y todo se paralizó.

Llegó hasta el centro comunal, mandó llamar a los jóvenes y les encargó que fueran al monte por varas largas y a recoger fronda de las casas, traer mimbre ya seco y apilarlo en montones, junto a la piedra sagrada. Cuando consideró suficiente la cantidad, empezó a dirigir la construcción de un gigante hecho de ramas y hojas, al que decíale  El Home do Bimbio,  un enorme armazón de maderas y juncos cubierto de hojas y terroes de hierba. Terminóse de construir el hombre todo hueco por dentro y con arneses a los que sujetar una víctima propiciatoria.

Siguiendo las instrucciones del encantador, y llegados representantes néricos y artábricos, lo cargamos a nuestras espaldas y, con gran esfuerzo, lo emplazamos en la empalizada donde se originó el conflicto. Nos mandó esperar allí y marchó.

Al cabo de dos jornadas, vimos al hechicero volver al frente de un gentío y, entre ellos, fuertemente maniatado y amordazado, el que iba a ser la ofrenda. Separados por la linde, las gentes de los dos poblados permanecían en silencio, mientras el mago salmodiaba en el idioma secreto de nuestros antepasados los fonemas mágicos que solo los maestros entendían. A una voz suya, el prisionero fue introducido en el armazón y sujeto con recias ligaduras dentro, mientras nuestro mistagogo recitaba sus mantras rodeando al gigante una y otra vez. Acabose el rito y, empuñando un estilete de oro, atravesó la nuca del reo; luego procedió a seccionar los talones para desangrar el cuerpo y dejar brotar la sangre, ya sin vida, sobre el mimbre de la jaula.

Pasamos tres noches repitiendo las letanías que el sacerdote salmodiaba, y ahí quedose. Nosotros volvimos a nuestros quehaceres y muchos olvidamos el incidente.

 Volvió la rutina a los poblados, discurriendo las estaciones sin más altercados que los propios entre los que trasegaban en exceso con el hidromiel.

Fue en primavera, cuando los críos con sus juegos venían a contar cómo al home le brotaban nuevas ramas. Naturalmente, poco caso se les hacía, pues son fantasías de nenos y, entre los mayores, pocas ganas había de indagar en el cercado; de alguna manera se había convertido en un lugar poco grato.

Uno de esos días en que los infantes, en sus correrías, en llegando a los límites los traspasaron. Trajeron la noticia de la muerte de uno de ellos atravesado por las ramas del home.

Dejó cada cual su labor y fuimos temiendo cada uno por su hijo hasta el cercado y lo vimos: el cadáver de un niño traspasado el pecho por una vara cuando intentaba saltar la valla.

Y ahí estaba pendiendo sobre el palenque. Nadie pudo acercarse, pues del engendro brotaban ramas que golpeaban e intentaban herir de muerte a todo el que quisiera acercarse. Todos los intentos de recuperar el cuerpo fueron baldíos, sistemáticamente rechazados por la criatura.

A cierta distancia, preparamos una gran fogata dispuestos a terminar con el engendro con el fuego. Primero teas encendidas, luego saetas, hasta que prendió el monstruo, y entre el crepitar de la madera se escuchaba el chirriar de los alaridos del muerto taladrando los tímpanos, lo que nos hacía alejarnos cada vez más del monstruo.

Las pavesas que se llevaba el viento prendían los campos cultivados y el fuego se extendió por la región. Las llamas que devoraban al ser no lo consumían, y sus movimientos convulsos lanzaban al viento chispas devorándolo todo.

A lo lejos se oía el canto del druida; sus aprendices, en procesión, portando muérdago en haces, se infligían azotes unos a otros sobre la espalda; gotas de sangre resbalaban empapando ropajes, regando la tierra.

Rodeado el Home por los acólitos, hacían el coro del monje del bosque que clamaba a la bestia con su voz más tonante.

Al fin, la cosa en llamas se alzó y, con torpes movimientos, siguió al druida que, parsimonioso, tomaría el sendero de la costa.

Guardando las distancias, las gentes se apiñaban a lo largo del camino, y en murmullos se cavilaba sobre los que ocurriría después. Una mezcla de horror y fascinación recorría el sendero, algunos sorprendidos caían en trance y se incorporaban a la comitiva en alucinado séquito, impasibles a las brasas que cubrían el camino que abría el hechicero.

Desde el mar llegaba el olor de las algas y del salitre. Nos llegaba también el bramar de las olas al romper en el acantilado y la lenta marcha seguía con todos en peregrinación.

Al borde mismo del acantilado, el druida, con su vara alzada, increpó a las aguas y al cielo que se llenó de sombrías nubes, rugiendo truenos y relámpagos que apagaban, sin conseguirlo del todo, la voz del hombre sagrado.

Y saltó.

Y tras él sus aprendices y el monstruo. Le siguió la concurrencia en procesión lanzando alaridos de desesperación al acercarse a su muerte, entre rocas y un mar embravecido.

El sacrificio plugo a los dioses y éstos, benévolos, calmaron a los cielos, apaciguando las aguas del mar. Y bajo las cristalinas aguas vimos adentrarse en el mar la procesión con el druida al frente, cerrando el séquito el monstruo hecho de Bimbio.

Cada año por estas fechas visitamos el acantilado de Fisterra, llevando recuerdos para los sacrificados, porciones de aquello que recordamos les era placentero.

Lloramos los deudos, oramos por ellos, en el mes de las tormentas.

En silencio volvemos a casa, sin entender muy bien qué pasó, contando a los pequeños toda la historia, para que aprendan, para no olvidarnos.