3 de enero de 2010

Por un Anillo

Estaba el otro día dándome unas vueltas por los anillos de Saturno con la sana intención de apreciar, o mejor dicho, pasear mi vista por las mozas –casaderas o no- que se cruzaran en mi camino, y que por su lozanía -espléndida lozanía. ¡Vive Dios!- de algunas de ellas, fuesen un contento para mi ánimo. Cuando detuve un instante mis pasos, y reflexioné, varado como estaba en el polvo galáctico, y me dije:

- Hace rato que caminas y aquí no ha pasado nadie. Y no estoy siendo metafórico, ni pelín hiperbólico. No me he cruzado con nadie, bueno, a menos que se considere alguien a ese fotón verbenero que bota y rebota sin parar, abocado como va, por su incansable necesidad, de hacerse notar. Algo está pasando en el Sistema Solar, cuando el antes concurrido anillo carece hoy por hoy de algún atisbo de habitabilidad, salvando lo presente : –Yo-.

Decidí con un pronto, un tanto caprichoso volver, a la navecoche. Pues allí, más solo que la una, no se me había perdido nada.

Introdújeme en la cochinave.

Desprendíme de los atalajes propios del paseo anular y me decidí por un escaneo del entorno -gracias a mi pdf de adobe de ultimísima generación-, con la clara intención de localizar la presencia de algún paseante galáctico, si no por el anillo, al menos por las cercanías de Urano, planeta, por demás, tan ligado a la vida licenciosa; sin perder por ello de vista la circunspecta seriedad propia de un planeta del Sistema Solar.

Hete aquí, hete, que tres o cuatro barridos no sirvieron para nada, es decir, fueron infructuosos, afuera no había nada, nothing, rien de rien, en absoluto, vacío, la nada, ¡aggggh...! Cuatrocientas agitadas respiraciones después conseguí calmarme, para sin solución de continuidad, caer en la angustia, en la desesperación y la apatía, volver a la desesperación, para luego visitar la soledad, volver a caer en la depresión, después de dar un rodeo por la locura.

Viendo el jaez de la situación, el vehículo espacial al que impepinablemente estoy enchufado, me lanza unos chutes de adrenalina, en un claro intento de normalizar mis constantes vitales, -¡Yo creo que le echan algo más a la adrenalina!-, me estandarizo entonces, y sopeso la situación... me desespero.

Un grito desgarrador va brotando desde mi pecho hasta inundar los más apartados confines del espacio interestelar.

-- ¡Mami.!

-- Quiero volver con mi mamá.

En esos momentos de trémula inquietud, unas manos agitan mis hombros de forma acompasada y empiezo a oír una voz en la lejanía que cada vez se acerca más y más, hasta convertirse en un grito en mi oído.

- DESPIERTA, ¿TE QUIERES DESPERTAR YA!.

Es mi madre al rescate, sacándome del pozo, de ese pozo tan hondo que es LA SOLEDAD GALÁCTICA.

- T’AS TONTO, A QUE VIENE TANTO GRITO.

Seguro que estos son los efectos de una digestión pesada, aunque creo que voy a echar de menos a mi cochinave. Tenía los asientos reclinables, de cuero, y un equipo de música superpotente.

Imagínate el coro de las Valquirias, a todo pastilla zigzagueando entre los planetas. Lo malo es que no podía bajar la ventanilla, a cambio tenía unos altavoces externos tope guay. Sí.