23 de septiembre de 2014

NIEBLA Nº 1


Esta mañana muy tempranito salí de la cama muy despacito. Aparte de la oscuridad reinante distinguíase una espesa niebla, tan densa, que mi vista no alcanzaba más de los dos metros, con gafas. Me quise asegurar que el fenómeno no fuese sólo producto de la oscuridad de la noche o del propio invierno, para ello pergeñé un plan de medidas tendente a la exacta medición de la distancia a la que la vista se nubla, no alcanzando más allá.
Primero barajé la posibilidad de esperar a la luz diurna o, por el contrario, hacer la medición en ese momento en el que todavía no ha amanecido, cuando es de noche y la luz no nos alcanza.
Pensé: si no ha amanecido es que es de noche, conclusión por otro lado inevitable. Así que después de algunas abluciones matinales, tampoco muchas, y después de cubrir mi cuerpo serrano con las telas correspondientes al crudo invierno, después de vigorizar mi cuerpo con la ingesta de algún sustento. Después de eso, pues nada. Había amanecido, le había dado tiempo a salir el sol y levantar la niebla.

Alicaído cejé en mi empeño y creí conveniente dejarlo para otro día, cuando los hados fuesen favorables o cuando mi intelecto ingeniase un mecanismo de medición adecuado al problema y entonces desentrañase el misterio que esta mañana me había desazonado.