Bajo el oscuro
manto de la noche se encienden las luminarias del poblado, allende lo profundo
del bosque donde se refugian los últimos recuerdos del reino de los olvidados.
Las añoranzas
de un pueblo por el pasado esplendor, abocados como están a residir en tierras
inhóspitas.
Manos
encallecidas, aquestas que otrora portaron cetros, espadas, sedas, mantos de armiño. Historias de un pretérito
perfecto, agora sueños, fantasías, recuerdos míticos.
La
civilización del fulgor más exultante, la de los palacios dorados y las tierras
feraces, se perdió, se esfumó de un día para otro, olvidado el favor que les
dispendían los dioses.
Cuentan los
viejos de algún sórdido pecado cometido por la grey y los divinos
irritados cesaron en sus regalías y protección, entonces acosados por la
presión de los otros y ante los nuevos peligros sobrevenidos, debieron
refugiarse en la selva impenetrable en la frontera del reino donde se creyeron
a salvo, y donde pronto descubrieron la inutilidad de la huida cuando vieron
caer, uno a uno, los árboles centenarios. El clareo de la vegetación causada por los extraños con sus nuevas y
viejas bestias, que cómo la plaga de carcoma horadaba, secaba, mutilaba, se
comía la linde de la selva, dejando tras de sí un reguero de heces.
Acosados por
fieras poderosas de faz satánica y cuernos, entrenados por sus amos robaban a
los niños para comérselos.
Engendros del
Averno secuestran damiselas, y las abandonan, después de usar, con el cuerpo
destrozado o la mente perdida; de algunas no queda ni rastro que sus allegados
puedan honrar y en su busca parten desesperados rastreando la algaida, y
penetran incluso en tierras ajenas, mas allá de los confines de la selva en
busca de noticias o sus restos.
Los poderosos
guerreros nada pueden hacer sin la divina protección, enfrentados a bestias de
colmillos ponzoñosos y a su saliva aún más turbia. Lanzan sus escupitajos,
certeros casi siempre, y producen la
muerte entre gritos de dolor por la piel quemándose, perdiendo capa a capa de
dermis, revelando las terminaciones
nerviosas en un tormento insaciable, todavía vivos, palpitantes; servir de
alimento ahí mismo donde fueron abatidos. Otros, envueltos en fluidos expelidos
desde el bajo vientre, encartuchados en un capullo impenetrable, son arrastrados
a las despensas de sus guaridas, y estremecidos aguardan el momento de ser
devorados, en las orgiásticas bacanales de los Avernobostas y sus
crianzas.
***
Siempre
atentos sin descuidar la atención, otean los vigías el horizonte expectantes al
menor atisbo de peligro. Cundir la alarma y huir con unas pocas pertenencias,
hacia las partes más profundas del bosque inacabable.
Siempre
escapar, las limitadas fuerzas carecen ya de su brío característico, del poder
imprescindible con el que enfrentarse a los Avernobostas.
Oran por la
vuelta de los dioses protectores que les devuelvan aquellas armas infalibles y
poderosas con los que aniquilar fieras.
Procesionan
cada día con sus reliquias sagradas en pos de una atención divina.
Cada vez queda
menos espacio a donde ir, cada vez el bosque, infinito, lo es menos.
Algunos temen
que se agote la fronda.
Hasta ahora no
transcende la mala noticia. Las malas nuevas que los exploradores más arrojados
les traen.
Han llegando
al final de la espesura, donde solo la tierra sulfurosa y sus emanaciones lo
ocupan todo, el desierto que ni siquiera las bestias visitan por inhóspita.
***
-Nos
informan que el fin del mundo está cerca.
Fue por no
alarmar al pueblo.
Y ahora éste,
ofendido, echa la culpa a sus dirigentes por falaces y engañadores, les acusan
de preferir conservar sus ahora escasos privilegios, de conservar su poder, su
posición en el reino, con las falsas promesas de una vuelta de los dioses que
los mimaron y velaron, cuando eran el pueblo preferido.
Que les queda
ahora cuando el limite del bosque esta mas cerca sino la desesperación y el
nihilismo.
Algunas
revoltosos seducidos por la anarquía asaltan las casas de los provectos
próceres, tomando las sagradas pertenencias de algunas de las familias más antiguas
y nobles.
¡Es el Caos!
¡Es la Anarquía !
Algunos se
reunieron en conclaves secretos y tras invocar a los santísimos protectores y
sobrevenir el silencio, se quitan la vida unos a otros, en aquelarres de sangre
y padecimiento.
La
desesperación los invadió.
Nadie sabe que
hacer ahora.
¿Acaso estamos
condenados a la extinción?
Un clamor sale
de las gargantas del pueblo.
¿Porqué?.
Que hicieron
para merecer esto, por qué en su momento
fueron alimentados de ambrosías y ahora se dirigen hacia el abismo de la
desaparición, cual fue la ofensa que les alejo de ellos y que todos ignoran.
¡Tal vez
conocido el pecado se le podría poner remedio!
Podrían
rescatar viejos rituales.
Elaborar unos
nuevos.
Encontrar los
sacrificios necesarios para lavar la imagen manchada.
¿Alguien lo
sabe?
Que le queda a
un pueblo sin esperanza.
***
-Y el loco
Y el loco no
para de reír, huye corriendo de los palos que le sueltan para que calle, y
subido a los árboles con las ardillas, les tira cáscaras de nueces y se carcajea
sujetándose las tripas, haciendo muecas soeces, soltando flatulencias que a
todos apestan.
Y canta,
“erais tan guapos larala, erais tan guapos larala”.
Y erais tan creídos y orgullosos. Y los otros solo eran
diferentes, pero tenían hambre, tenían sed. Y no les disteis nada, les
arrojabais destempladamente de vuestro lado por no mancharos, y entonces
ocurrió, se hartaron y tomaron lo que les vino en gana. Ahora ellos son tan
guapos y vosotros tan feos.
Campan a sus
anchas por los restos de las villas, mancillando las orgullosas edificaciones
del pueblo de los preferidos.
Arañan las
tierras con sus maquinas extrayendo los frutos que antaño eran de nuestra
exclusividad, derrumban o reconstruyen a su antojo sin importarles para nada la
historia que encierra cada pedazo de piedra, o el sudor que empapa cada trozo
de tierra. Nuestras esculturas, nuestros monumentos jalados hasta doblarlos,
por algún tiempo abandonados; y cuando les apetece recogen los restos para
fundirlos si procede, o triturarlos para
gravilla si no le ven otra utilidad, es su costumbre aprovecharlo todo,
rentabilizarlo.
El loco sigue
riendo, riendo, luego se calla y se esconde en algún rincón que solo él conoce.
Dice la
antigua tradición que a veces los locos te dicen la verdad.
Dicen la
verdad aunque no te guste.