10 de julio de 2015

Oscuro manto

Bajo el oscuro manto de la noche se encienden las luminarias del poblado, allende lo profundo del bosque donde se refugian los últimos recuerdos del reino de los olvidados.
Las añoranzas de un pueblo por el pasado esplendor, abocados como están a residir en tierras inhóspitas.
Manos encallecidas, aquestas que otrora portaron cetros, espadas, sedas,  mantos de armiño. Historias de un pretérito perfecto, agora sueños, fantasías, recuerdos míticos.
La civilización del fulgor más exultante, la de los palacios dorados y las tierras feraces, se perdió, se esfumó de un día para otro, olvidado el favor que les dispendían los dioses.
Cuentan los viejos de algún sórdido pecado cometido por la grey y los divinos irritados cesaron en sus regalías y protección, entonces acosados por la presión de los otros y ante los nuevos peligros sobrevenidos, debieron refugiarse en la selva impenetrable en la frontera del reino donde se creyeron a salvo, y donde pronto descubrieron la inutilidad de la huida cuando vieron caer, uno a uno, los árboles centenarios. El clareo de la vegetación  causada por los extraños con sus nuevas y viejas bestias, que cómo la plaga de carcoma horadaba, secaba, mutilaba, se comía la linde de la selva, dejando tras de sí un reguero de heces.
Acosados por fieras poderosas de faz satánica y cuernos, entrenados por sus amos robaban a los niños para comérselos.
Engendros del Averno secuestran damiselas, y las abandonan, después de usar, con el cuerpo destrozado o la mente perdida; de algunas no queda ni rastro que sus allegados puedan honrar y en su busca parten desesperados rastreando la algaida, y penetran incluso en tierras ajenas, mas allá de los confines de la selva en busca de noticias o sus restos.
Los poderosos guerreros nada pueden hacer sin la divina protección, enfrentados a bestias de colmillos ponzoñosos y a su saliva aún más turbia. Lanzan sus escupitajos, certeros casi siempre,  y producen la muerte entre gritos de dolor por la piel quemándose, perdiendo capa a capa de dermis,  revelando las terminaciones nerviosas en un tormento insaciable, todavía vivos, palpitantes; servir de alimento ahí mismo donde fueron abatidos. Otros, envueltos en fluidos expelidos desde el bajo vientre, encartuchados en un capullo impenetrable, son arrastrados a las despensas de sus guaridas, y estremecidos aguardan el momento de ser devorados, en las orgiásticas bacanales de los Avernobostas y sus crianzas.

  ***       

Siempre atentos sin descuidar la atención, otean los vigías el horizonte expectantes al menor atisbo de peligro. Cundir la alarma y huir con unas pocas pertenencias, hacia las partes más profundas del bosque inacabable.
Siempre escapar, las limitadas fuerzas carecen ya de su brío característico, del poder imprescindible con el que enfrentarse a los Avernobostas.
Oran por la vuelta de los dioses protectores que les devuelvan aquellas armas infalibles y poderosas con los que aniquilar fieras.
Procesionan cada día con sus reliquias sagradas en pos de una atención divina.
Cada vez queda menos espacio a donde ir, cada vez el bosque, infinito, lo es menos.
Algunos temen que se agote la fronda.
Hasta ahora no transcende la mala noticia. Las malas nuevas que los exploradores más arrojados les traen.
Han llegando al final de la espesura, donde solo la tierra sulfurosa y sus emanaciones lo ocupan todo, el desierto que ni siquiera las bestias visitan por inhóspita.

                                                             ***

-Nos informan que el fin del mundo está cerca.

Fue por no alarmar al pueblo.
Y ahora éste, ofendido, echa la culpa a sus dirigentes por falaces y engañadores, les acusan de preferir conservar sus ahora escasos privilegios, de conservar su poder, su posición en el reino, con las falsas promesas de una vuelta de los dioses que los mimaron y velaron, cuando eran el pueblo preferido.
Que les queda ahora cuando el limite del bosque esta mas cerca sino la desesperación y el nihilismo.
Algunas revoltosos seducidos por la anarquía asaltan las casas de los provectos próceres, tomando las sagradas pertenencias de algunas de las familias más antiguas y nobles.
¡Es el Caos!
¡Es la Anarquía!
Algunos se reunieron en conclaves secretos y tras invocar a los santísimos protectores y sobrevenir el silencio, se quitan la vida unos a otros, en aquelarres de sangre y padecimiento.
La desesperación los invadió.
Nadie sabe que hacer ahora.
¿Acaso estamos condenados a la extinción?
Un clamor sale de las gargantas del pueblo.
¿Porqué?.
Que hicieron para merecer esto, por qué en su momento  fueron alimentados de ambrosías y ahora se dirigen hacia el abismo de la desaparición, cual fue la ofensa que les alejo de ellos y que todos ignoran.
¡Tal vez conocido el pecado se le podría poner remedio!
Podrían rescatar viejos rituales.
Elaborar unos nuevos.
Encontrar los sacrificios necesarios para lavar la imagen manchada.
¿Alguien lo sabe?
Que le queda a un pueblo sin esperanza.
La Nada.

                                                      ***

 -Y el loco


Y el loco no para de reír, huye corriendo de los palos que le sueltan para que calle, y subido a los árboles con las ardillas, les tira cáscaras de nueces y se carcajea sujetándose las tripas, haciendo muecas soeces, soltando flatulencias que a todos apestan.
Y canta, “erais tan guapos larala, erais tan guapos larala”.
Y erais tan creídos y orgullosos. Y los otros solo eran diferentes, pero tenían hambre, tenían sed. Y no les disteis nada, les arrojabais destempladamente de vuestro lado por no mancharos, y entonces ocurrió, se hartaron y tomaron lo que les vino en gana. Ahora ellos son tan guapos y vosotros tan feos.
Campan a sus anchas por los restos de las villas, mancillando las orgullosas edificaciones del pueblo de los preferidos.
Arañan las tierras con sus maquinas extrayendo los frutos que antaño eran de nuestra exclusividad, derrumban o reconstruyen a su antojo sin importarles para nada la historia que encierra cada pedazo de piedra, o el sudor que empapa cada trozo de tierra. Nuestras esculturas, nuestros monumentos jalados hasta doblarlos, por algún tiempo abandonados; y cuando les apetece recogen los restos para fundirlos si procede,  o triturarlos para gravilla si no le ven otra utilidad, es su costumbre aprovecharlo todo, rentabilizarlo.

El loco sigue riendo, riendo, luego se calla y se esconde en algún rincón que solo él conoce.
Dice la antigua tradición que a veces los locos te dicen la verdad.

Dicen la verdad aunque no te guste.