16 de enero de 2011

Diario de un Taliban 4

LAS CAPAS DE UNA CEBOLLA


Desde muy pequeño he odiado la cebolla, su textura en los labios, suave y al mismo tiempo firme, impelía en mí la necesidad de arrojar.
         Había algo peor y era sentirlo en el paladar o cercano a la garganta, un trozo de cebolla en cualquiera de sus formas preparadas, sea cocida, sea frita, sea en crudo, entonces lo inevitable. La arcada imprevista que revolvía todo mi cuerpo en una nausea prolongada, intensa, espasmódica, lacerante a mis entrañas. La nausea superior, la supernáusea, la que dejaba a Sartre como un filósofo pusilánime sin sustancia.
          
         La enfermedad y los años trajo consigo la kafkiana transformación. El aprecio, el gusto por este producto de la tierra con el que se aderezan tantos platos.
         Y mi intelecto se pregunta: ¿Porqué me gusta ahora tanto la cebolla?
         -¡Con lo que yo la he odiado!.

         Insértese el poema de Miguel.


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         Mafalda perdóname, siento que te he traicionado.
         Aunque tus problemas eran con la sopa.
         ¿Mafalda, ahora de mayor, te gusta la sopa?.