13 de septiembre de 2013

Pasear en Granada

GRANADA
            No solo es visitable la Alhambra de Ganada de obligado cumplimento por ser Patrimonio humano y muy linda, antes o después de recorrer los regios sitios debes adentrarte por otros lugares de la ciudad, dignos de apreciarse. Este trasiego de gentes humanas o no, es lo que ha dado pie a los antisistema a rebautizarla con su sorna característica como: “Granada: Parque Temático”.
Quisiera, si me lo permitís, hablaros de los otros encantos, de los que verbi gratia, enumeraré un par, a saber: las cuevas del Sacromonte y la Abadía.
¡Preparados¡
            Es conveniente coger el minibús pues forma parte íntegra de la experiencia turística, éste dispone de traqueteos variados por el empedrado, y de calles angostas con giros en ángulos desconocidos; las revueltas hablan tanto de la habilidad del conductor cómo de la peculiar elasticidad del espacio, pues cabes, a pesar de los peores augurios cabes, y sin rozar nada. Si por el camino se encuentra con un pasaje angosto puedes ver en “vivo” deprimirse o expandirse el espacio lo suficiente para que pueda pasar el bus. La “Física” en Granada es otra cosa y, si no, pregúntenle al Washington Irving.
            Evidentemente le preguntas al diestro conductor si el transporte te lleva al Sacromonte, sentado o de pie, en cualquier caso, sujeto firmemente, “disfrutas del recorrido”. En un improviso se llega a un semáforo y sin ser parada el conductor te despacha con un “por la primera a la izquierda y todo tieso, no tiene pérdida”; te bajas impelido por el temor a desairar al autobusero. No sin cierto alivio encuentras lo pertinente de las indicaciones al leer el cartel Al Museo, y al museo de las cuevas del Sacromonte que vas con cierta displicencia no exenta de chulería.
Siguiendo la flecha por una calle sin aceras o carretera con casas a un lado y barranco a otro, con sosiego al comprobar que el camino es poco transitado por ingenios mecánicos lo que permite llegado el momento, ante el ruido de un motor, pegarse a la pared como los dibujos egipcios, notando el viento pasar acompañado por ese tufo a gasolina y aceite de los vehículos que desmerecen los caminos.
            La mayor parte de las veces sobra espacio, son motos las que circulan, aunque tan raudas que acojonan; al menos los coches con sus cuatro ruedas tradicionales tienen un andar más parsimonioso y asustan menos, excepción sea hecha de los minibuses y camiones, pues ni tragas saliva cuando pasan por no aumentar de volumen.
            Hay que andarse con cuidado para no pisar los charcos que jalonan la calle producto del afán higiénico de los locales flamencos (deduzco que es la hora de limpiar y ventilar las exudaciones turísticas para devolver el prístino ambiente tan del gusto de foráneos y sostén de las economías indígenas).
            Alrededor de las estrechas puertas una decoración impactante; unos murales de bailaoras gigantes con trajes de faralaes girando vertiginosas y de los que temes verlos asaltando tu realidad con esos cabezones dominándote desde la fachada. Y en los quicios: mochos cruzados como prevención contra resbalones, nada de clips amarillos con dibujos de colores, sino la auténtica fregona de toda vida, el icono de siempre, la muda advertencia  –Ni se te ocurra pisar que lo tengo recién fregado-  lo que te lleva a reconstruir una de las famosa filípicas de madre sobre la sacrificada vida del ama de casa, que tú como niño-hombre olvidas sin querer.
            Varia fachadas adelante hay una indicación gracias a la cual dejas el camino para subir por empedrada cuesta, rota a cachos por escalones, en la que la parte de tu cuerpo que se siente más lastimada son los pies; las plantas de los pies sufren con tanto canto rodado, muy estético pero flageloso.
            El museo, como todos, es muy instructivo. Te muestra en vivo los huecos habilitados en la roca, sus muebles, su color y sobretodo te enseña el mundo antes de las inmobiliarias. 
            Cumplimentado convenientemente el museo nos fuimos a la Abadía.
            En la Abadía del Sacromonte visitamos sus dependencias que incluían las aulas de la antigua universidad y un plato fuerte: las catacumbas, un recorrido por el subsuelo con indicación expresa de donde hay que mirar, ahí se hallaron los restos de los mártires y los libros plúmbeos que tras 378 años de pesquisas vaticanas son definidos "como obra literaria sin valor religioso perceptivo".   Por el contrario, los santos granainos son autentificados y reconocidos restos de los primeros creyentes cristianos que vivieron en el lugar.
            No hay nada mejor que separar  el fervor de las elucubraciones de algún converso o morisco, que cualquiera pudo ser. 
            Ahora a descansar, reposando los pies en barreño de agüita relajante pues, en parte por afán turístico, en parte por temor de volver en el minibús, nos lanzamos cuesta abajo callejeando por las empedradas callejuelas del Albaicín, con evidente riesgo de torceduras pero con la posibilidad de apreciar mejor el color local y reconocer tipos característicos: esos músicos tocando y pasando luego la gorra. En tu ciudad pueden ser pesados, pero aquí qué arte tienen.

            Pero eso será otra historia.