El volteo del benjamín
IV
En mi mundo se debatía sobre la conveniencia de la democracia
orgánica dirigida por el insondable Caudillo, conductor de mano firme y vigía
de occidente, látigo de herejes y masones, así como de los intelectuales a la
violeta, facedores de encajes de bolillos con alguna palabra o matiz.
El discurrir de
nuestras vidas estaba vigilado por las potencias extranjeras, en concreto, las
ocultas tras el telón de acero y sus regímenes contra natura y sin Dios, sobre
todo la URSS, cuyos habitantes escondían el rabo, pero no conseguían enmascarar
el tufillo a azufre que despedían y lo difícil que era purificarlos. Lo
atestiguaron los empleados de la limpieza del Bernabéu cuando les tocó
adecentar los vestuarios después de la final de la Copa de Europa de
Selecciones, destrozadas sus huestes por el gol de Marcelino.
Hoy en día me
he enterado del resultado de aquel partido: dos a uno a nuestro favor. Durante
mucho tiempo, creí que el resultado había sido de Marcelino uno, los otros
cero.
De alguna
manera, me sentí decepcionado. Ya no era nuestro guerrillero contra los
bolcheviques, era un partido de fútbol, once contra once y, además, con árbitro.
Es lo que tiene la infancia, que se glorifican los recuerdos.
De todo esto me enteré
viendo el No-Do o noticiero, de obligado visionado. Entre inauguraciones y
cuestaciones de la insigne familia y de los próceres de la época jurando el
cargo ante su excelencia en todos estos eventos, en primer plano, o segundo,
siempre salía un sacerdote, hisopo en mano, bendiciendo a troche y moche para
evitar las malas influencias, siempre vigilantes, que no se sabe por dónde nos
pueden venir los enredadores, desestabilizadores, infiltrados y, los más
tontos, los compañeros de viaje del rojerío internacional, muy molestos, pues
en nuestra sagrada tierra mordieron el polvo y fueron expulsados con todas las
de la ley y el vigor de nuestro brazo en la Sagrada Cruzada Nacional.
¡Ahí es ná!

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