Senderos Umbríos
Caminar cansino
de los senderistas por los tupidos caminos de montaña.
La luz tamizada
cae somera sobre la tierra.
Árboles
cerniéndose sobre el paso del bosque que bordea un arroyo nervioso, entre
troncos viejos caídos a un lado y a otro.
Aquel estrecho
cortado donde se cede el paso a otros caminantes.
En los nudos de
las viejas cortezas, unos hoyos asustan con su mirada vacua en el silencio de
la pina cuesta en la ladera de la montaña.
El silencio roto
por el correr de lagartos por la hojarasca seca que anuncia un próximo otoño.
Ligeras sombras
se mueven a tu alrededor; hojas mecidas por el viento, duendes celosos de su
intimidad, camuflados.
Me
pareció ver, entre la fronda, la mirada fija del hierático gnomo de barba
verde, al que una xana traviesa mesa las barbas.
El
ágil dedo captó para la cámara la escena mágica y no se impresionó.
Sólo el nudoso
tronco de un viejo árbol tendido en la pendiente.
Sobre
nuestras cabezas caían pequeñas ramitas, hojas secas y los afamados frutos del
bosque.
Tanta precisión;
señal inequívoca de que estaban jugando con nosotros y, no nos quedaba otra que
aguantar y mostrarnos enfadados, mientras echábamos la culpa a pájaros o
ardillas royendo bayas.
Mi
abuela Constantina me lo advirtió claramente; nunca demuestres que sabes
quiénes son, pues son traviesos y si se ven descubiertos se encorajinan y te
buscaran las cosquillas y, no podrás tomar el camino de vuelta.
Acuérdate
de tu primo Orlando que un día fue a recoger las nasas donde esperaba encontrar
presas algunas anguilas y, nunca volvió.
Fue
el tío Pequin que llevaba fama de taumaturgo, las malas lenguas decíanle
sin más “bruxo”, que andando en su busca terminó encontrando su cuerpo sin vida
todamente enredado por los
matojos y las ramas de los árboles, cubierto de “felechos” , con el
rastro de ”los toxos” rasgando la cara. Cerca del regato en el qué todo
el mundo buscó y pasaron sin ver nada,
Y
el tío Pequin explicaba: primero te enredan, te pierden, caminas “lonxe”
para volver al principio y ahí te cubren de musgo, te ocultan con “felechos”
hasta desaparecer, alguna vez se apiadan o se aburren, entonces te dejan
encontrarles y darles cristiana sepultura.
A los pobres
incautos enredados con sus juegos.
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