La vi pasar taconeando la calle con vigor inusitado
y quise seguirla para declarar mi admiración, no era el único, detrás de ella
un nutrido grupo de varones caminaban decididos con idéntica intención,
mirándose entre ellos con evidente malestar.
Aunque nunca he
tenido instinto gregario me sumé a la marcha de los que seguían a la hembra.
Marcaba un paso
ligero que nos obligaba a trotar para no perderla, dejando en el camino un
reguero de machos desilusionados presos de todo tipo de calambres arrastrándose
patéticamente.
Los pilluelos
nos jaleaban, animándonos hipócritamente, entre aspavientos para, al final
entre burlas y veras unirse al desfile, marcha, procesión o como quiera
definirse.
En esos momentos
el dolor de bronquios me recordó todas las veces que intenté dejar de fumar, y
miraba con envidia el paso alegre de algunos compañeros de marcha.
Por más que aligerásemos no se acortaba la distancia
que nos separaba de ella.
Cuando me di cuenta que nos dirigíamos al muelle
renacieron mis esperanzas de poder alcanzarla. Pensamiento ilusionado que vi
reflejada en la cara de tantos.
***
La noticia
saltará a los medios más o menos de esta guisa:
“Al principio unos cuanto hombres siguen a una
mujer a cierta distancia, al llegar a la avenida es una marcha multitudinaria
que interrumpe el tráfico rodado. A la manifestación se han unido los
antidisturbios masculinos y los agentes de movilidad local. Las compañeras
reclaman ayuda por radio, otras intentan interponerse infructuosamente. Hay
estupor en la voz de los que gritan y una pregunta que se repite. ¿Adónde vas?
¡ Vuelve aquí ¡
Los niños lloran por sus papas alejándose.
Una extraña
locura se apodera de los hombres. Las pocas mujeres en puestos directivos, en
contacto con las secretarias, intentan tomar las riendas de la situación.
Hay una proclama
general solicitando calma y trabajo para salir de la crisis, y un llamamiento a
las emprendedoras para que se pongan en contacto con las autoridades locales.
****
Llegan los primeros
aromas desde el puerto cercano y eso me lleva a deducir nuevas posibilidades.
El mar que se interpone en nuestro camino fue en el pasado la vía de los
sueños. Tengo la sensación de participar en una gran aventura y comparto con
mis compañeros la exaltación del momento. Soy un argonauta y desde el
fondeadero embarcaré en la Nao de Jasón hacia el descubrimiento, hacia la
conquista, tal vez a otros planetas. Otra dimensión.
En el muelle se
resolverá todo. Ahora que lo pienso, el amarradero debe estar atestado de
barcos para acoger a tantos como vamos.
Va a ser un espectáculo impresionante.
*****
Ella llega a la
punta del espigón donde se detiene mirando al mar. Con un movimiento elegante
se desprende de su ropa, sea lo que sea lo que lleve puesto, y desde su
refulgente desnudez se zambulle al agua. Tras una duda inicial se produce una
desbandada general de hombres enardecidos saltando en pos de ella.
Y saltan de
cabeza, de pie, de cualquier manera, algunos frenéticos, otros con aparente
dignidad, algunos empero caen atropellados, empujados por los que vienen
detrás. Todo un reguero de hombres se extiende desde el malecón hasta la bocana
del puerto. Les ves alejarse, nadando tras ella
los más atléticos. Los más sebosos van hundiéndose junto a los enfermizos,
compartiendo unos últimos ahogos.
Tal era la
multitud que el siguiente que saltaba caía sobre los cuerpos de los anteriores.
De alguna manera se incrementó la plataforma y los siguientes caminábamos sobre
los cuerpos rotos de nuestros antecesores, y seguíamos arrastrándonos hasta
alcanzar el agua para entonces nadar.
La natación es
un trabajo fatigoso cuando se realiza con inquietud y en ropa de calle.
El triste
espectáculo del cansancio va dejando en el agua burbujas de los ahogados y su
pelea por salir a flote; ceden la marcha un instante pero quieren continuar sin
fuerzas y por esto se hunden y vuelven a salir en vanos intentos hasta que
rendidos dejan cómo única muestra de su paso una burbuja efímera.
Incansables
nadadores siguen la estela cada vez más lejana.
El cansancio me
ralentiza. Se suman los primeros calambres. El dolor me mantiene consciente
mientras me hundo.
A mi lado las horrorizadas caras de otros hombres.
Conscientes de la cercanía de la muerte al tragar un agua que entra con dolor
en los pulmones hundiéndonos más deprisa.
Empiezo a ver
esas lucecitas blancas. Y me pregunto qué me pasó, qué me llevó a seguir
enardecido a la mujer. Hechizado, magnetizado, no sé.
Y me resulta
inconcebible.
Soy homosexual.
FIN
DE LA SIRENA DE HAMELIN
sin comentarios.
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