Lo contaba nuestra madre. 2ª parte.
Su padre.
Variación en mí menor
Mi madre me contó como sopraban la
leche, para quitarle la nata. Esta servía para mercar un poco de café y de
azúcar, pues su padre había vuelto con esa necesidad de sus estancias en Cuba.
Mi abuelo era un indiano, pero de los
pobres.
Marchó a Cuba, no sé qué hizo allí,
pero, ahorrados unos pesos, volvió para construir un caserío en las montañas,
unas pocas tierras que había que levantar y una casa por hacer, una casa nueva.
Casó con mujer joven y pronto partió
de nuevo en busca de más dinero para comprar tierras con las que acrecentar su
pequeña hacienda en las montañas.
Empinadas tierras, insuficientes
tierras para sacar adelante tamaña familia. A medio camino de Boal y La
Caridad.
Sus hijos partieron al Uruguay en
busca de trabajo. Años después, la intemerata de años después, llegué a conocer
a una prima hermana y a su marido de visita por Madrid. Mi prima, es decir, la
sobrina de mi madre era mayor que mi madre, a mí eso siempre me creó una
extraña fascinación y las miraba, las dos de pelo blanco, las dos abuelas, tía
y sobrina.
Mi madre y el tío Miguel conocían a
sus hermanos mayores por carta, porque ellos nacieron con la segunda y
definitiva vuelta del abuelo Ulpiano, que, ya más descansado, en las tierras
que había comprado con ese dinero, trabajosamente ganado en Cuba, se las
ingenió con la abuela para propiciar el auge de la cabaña humana de montaña.
Y los pequeños crecieron con él
presente, su café y su hernia.
En unas tierras tan pinas, que era
necesario subir cestos de tierra sobre la cabeza o sobre las costas, a lo alto
del eiro. Intentar fijar la tierra que se les escurría ladera abajo.
Sujetar la tierra para sembrar un poco de trigo o unas patatas o maíz.
El maíz sirve para todo: los tallos
para las vacas, de las mazorcas se saca grano para las aves de corral, también
se hace harina, y se tuesta, y se le hecha leche soprada, y se lo
daban a mi madre para cenar, y lo odiaba.
Las
gachas, la harina de maíz tostado con leche o con caldo. Una vez compré
Corn-flakes, mi madre me miraba raro y no consintió en probarlo, decía que era
comida de cerdos. A mí, en cambio, me gustaba el maíz tostado, en eso me
parecía al tío Miguel. Supongo que, además, influía la cantidad de azúcar del
tueste y la cantidad de azúcar que le añades con la leche. Había una
variación, y era tomarlo con el caldo de rabizas, que sempiterno
reposaba al lado del fogón.
Mi madre decía que ella odiaba las
gachas de meiz, pero que, si no se lo tomaba, su madre se lo guardaba
para el desayuno o para la comida —pero la señorita se lo iba a comer—. Al
final, mi madre se rendía por hambre y comía el maíz tostado, con un pelín de
reproche a su hermano Miguel que se las comía con tanto gusto.
Cuenta mi madre de la suya que, al
llegar el sábado, preparaba un hatillo con una docena de huevos y con la
mantequilla (que se hacía con las natas que durante la semana le habían sacado
a la leche dejándola desnatada, quiero decir soprada). Mercaba la abuela
en el emporio de la zona, la villa de Boal, importante núcleo urbano con casas
solariegas y con poeta, pues, sino recuerdo mal, Carlos Bousoño es de esa
tierra. Se vendía o se cambiaba, que no presté mucha atención, por
un cuartillo de azúcar, un cuartillo de café y un poco de tabaco para
padre.
El abuelo. Ulpiano.
Ulpiano, sonoro nombre de un abuelo
que no conocí, asociado a un pocillo con café y a una petaca con tabaco de
liar.

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