29 de julio de 2025



Por mi nacimiento 3       

Mi venida al mundo

 

Recuerdo que antes de nacer me invadió el tedio, habiendo recorrido todo el espacio maternal y tocados sus límites, constaté la falta de espacio para mi futuro desarrollo y, visto lo visto, decidí encajarme, colocarme, disponerme para a la primera oportunidad que tuviera salir escopetado al mundo.

Siempre hay imponderables o situaciones que uno no tiene previstas, en parte por desconocimiento del medio, en parte por imprevisión. Quiero decir que, por instinto, me preparé boca abajo e intenté encajarme al uso en la pelvis de mi madre y, con las ayudas de las hormonas y las contracciones, nacer. Pero no tuve en cuenta el camino por seguir, y su estrechez, pese a que mi madre ya había dado a luz a un par de hermanos con lo que el camino debía ser más expedito, aun así, seguía siendo estrecho y debía deformar mi cráneo haciéndolo susceptible al empepinado, pero, afortunadamente, mis narices ternes no supusieron ningún impedimento o enganche, sí los hombros que tuvieron que girar un poco para poder pasar.

Una vez fuera y con el cordón colgando, me sentí mareado por efecto de la presión de los huesos craneales sobre mi cerebro, creo que es por eso por lo que lo veía todo borroso al principio y tardé varios meses en empezar a ver los colores y, un poco más tarde, a caminar, cuando empezaba aburrirme tanta cuna y tanto biberón.

La propia presión de las circunvalaciones craneales empuja a los huesos a su posición y tamaño original, para luego soldarse convenientemente, como resultado dispongo de una cabeza más que regular. Mi madre decía que debía de tenerla llena de pájaros y que había poco espacio para el cacumen necesario para no rozar la tontería.

Bueno, estaba contado mi primera salida con el cordón colgando y con los ojos escocidos de tanta luz, cuando, de improviso, noto que me agarran de un pie y me cuelgan boca abajo, con lo que toda la sangre fluyó de golpe a mi cerebro, embriagándome un poco tanto oxígeno. En un intento de conservar la dignidad, intenté encoger la pierna libre para así, con los brazos abiertos, hacer una bonita imagen invertida.

Fui descalificado, el juez me soltó una nalgada que me hizo saltar las lágrimas y se me escapó un llanto de los más desconsolador. No recuerdo muy bien, pues estaba concentrado en mis hipidos, pero me bañaron y me cubrieron con pañal y una toquilla, propias de la ocasión.

Lo que si recuerdo es que, más calmado y ya dispuesto en la cuna, los amenacé con mi puño, mostrando mi desaprobación al azote, lo que fue motivo de cierta curiosidad por parte de la matrona que no me encontraba el dedo gordo. Al fin, con un suspiro, y abriéndome las manos, lo encontró recogido entre el resto de los dedos y con su movilidad intacta, asegurando con ello la disposición del dedo oponible y la certeza de pertenecer a la especie adecuada y no haberme equivocado de familia.


 

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