24 de octubre de 2014

NIEBLA Nº 2

Antes del amanecer me levanté de la cama y la vista no alcanzaba más allá de unos metros, para ser exactos tres metros y cuarenta y ocho cm. desde la ventana.
El despertar me trajo un prurito investigador y me tentó el experimento clarificador de medir la distancia exacta donde paraba la niebla. Al no haber llegado la alborada no cabía contaminación lumínica y el resultado alcanzaría una precisión matemática siendo más fiable, pongamos por caso, que cuando despunta el día o cuando éste lleva un trecho recorrido, algo así cómo media mañana o más. Tomé un metro especial para medir distancias, no para viajar en él, y ni corto ni perezoso, pero por supuesto muy donoso, salí. Expuse mis carnes a las inclemencias del tiempo por mor del experimento tan particular.
Mi primera dificultad estribó en dónde enganchar el principio del metro que sirviera de punto de partida a la medición pulcra y exacta del espacio hasta llegar a la densa niebla. Entresaqué de mi kit de mañoso: navaja, destornillador, alicates... una pequeña grapadora marca liliputiense que me ha salvado en múltiples ocasiones de algún agobio, con ella grapé el metro a la feraz tierra y, claro está, me arrastré por el lodo para conservar la precisa inclinación de la cinta de medir evitando, en lo posible, la distorsión.
En mi camino había un matojo de flora silvestre, de ésa que crece en el campo y que carece de interés, así qué saqué la navaja que, afilada como iba, recomiendo siempre que su utilización y su trato sean exquisitos para evitar con ello esos cortes que tantas veces llevan aparejados abundante sangre, escozor y maldiciones. Navaja en mano, y sujetando el metro con los dientes, corté el abrojo matojo que se había empecinado en estorbar mi camino.
Una hora de parsimonioso, por su dificultad, avance, alcancé mi destino... La Niebla ... La húmeda, intangible niebla, pálida niebla, brumosa, creo que es factible afirmar que la niebla es brumosa.
Tuve que solventar alguna dificultad debido sobre todo al carácter esquivo de la niebla, unas veces se acerca, otras se aleja. Después de un rato de tira y afloja y cuando me tomó más confianza, se asentó y me dejó rozarla con el metro para así terminar con mi medición que presto anoté en mi libretita de experimentos. (En ella anoto también algún pensamiento de índole más personal, que no viene al caso). La exacta distancia quedó fijada en tres metros y cuarenta y ocho centímetros, que es la distancia exacta que alcanzaba mi vista.
Y es todo lo que puedo afirmar, más allá, quién sabe, tal vez a los tres metros y cincuenta centímetros luce un sol radiante. Tal vez.