YO SOY DE CONSTANTINA
Aclaración.
Mi nacimiento fue posible por una serie de recovecos en
el devenir paterno.
Mi padre, mozo de mulas, cargaba traviesas en el monte y
las bajaba a la carretera, él no, las mulas, pero ni la madera era tan
abundante ni el salario suficiente para formar una familia.
Seducido por los cantos de sirena lanzados por sus
hermanos allende el océano, barajó la posibilidad de embarcar para hacer las
Américas. Destinos tenía donde elegir:
hacia el Sur, donde un hermano trabajaba en las minas de plata del Uruguay;
hacia las Antillas, donde la otrora perla de nuestro imperio ofrecía la
posibilidad de tener un trabajo remunerado, suficientemente remunerado, y esta
fue su opción más clara cuando un hermano se ofreció a pagar el pasaje a Cuba.
Inmerso en los trámites previos, subieron desde La
Caridad unos falangistas a dar un mitin de aldea. Enaltecido, se afilió con un
amigo de los que son inseparables en la Falange Española, de suerte que a los
pocos días estalló la guerra de aquí y se fue a hacerla como voluntario en la
Primera Bandera de Falange de Asturias.
De sus hechos de guerra desconozco todo, a excepción de
su convalecencia en casa por las heridas sufridas en la batalla.
Sobrevivir a la guerra y unos padres motivados, generaría
años después mi nacimiento. Un alumbramiento más si se quiere, baladí tal vez,
pero en lo que a mí respecta, un acontecimiento de la máxima relevancia.
Nacería, pues, sobre el mes de febrero del año 56, por lo
que es fácil colegir que la impronta debió ocurrir mediado el año 55 del siglo
XX. Todo esto lo he deducido yo solito partiendo de la consulta de los papeles
familiares, libro de familia, partida de bautismo y algún otro documento.
A pesar de mis habilidades intelectuales, no soy capaz de
retrotraerme a los detalles postparto más allá de lo referido por mi madre y la
morbosa recreación del momento, lo doloroso y molesto que fue, y de las
secuelas que en ella quedaron.
Reconozco un cierto grado de irritación por mi parte con
su narración, pues en ningún momento me sentí responsable de los supuestos
daños, pienso más que los males se produjeron por la propia edad de mi madre,
ya madura, y que no estaba ya para esos trotes. Por otro lado, y aunque no
llegue a expresarlo explícitamente, rondaba por mi cabeza la idea cruel de que,
si fue tan molesto, pues no haberme tenido, en cuyo caso os hubierais visto
privados de mi presencia. Es decir, gracias a los inconvenientes del momento se
podía disfrutar de mi grata compañía.