No hace mucho, hubo
en algún lugar una biblioteca especializada en lo irracional y lo imaginario.
Las gentes que la trabajaban manipulaban los libros según técnicas arcanas
transmitidas oralmente. En el depósito había
una habitación recóndita donde se encerraban viejos libros en armarios, como en
cárcel que evitase su fuga. Los cristales de las vitrinas devolvían reflejos
que no eran propios, y el temor a lo desconocido helaba el corazón. Por ese
motivo irracional, sugestionados tal vez, nadie quería pasar por allí. Algunos bibliotecarios, obligados por una
petición, entraban en parejas, nunca solos. Su permanencia se reducía a lo
meramente imprescindible.
Un
día, el más inconsciente de ellos, que se mofaba
de los temores de los otros, haciendo caso omiso de advertencias y consejos de
los veteranos entró solo, para despachar un encargo trivial: un libro-
documento que se solicitaba para su consulta. Entrar y salir
no debía entrañar inconveniente
alguno. No se debía dejar al usuario esperando por la necedad de los
supersticiosos.
En cinco minutos se le vio volver, silencioso,
con la barbilla pegada al pecho, sin decir palabra, extrañamente reservado. Se
acercó a su mesa y se puso a mirar fijamente la pantalla del ordenador, muy
rígido, clavado a su asiento.
Tras
varios minutos de espera el lector preguntó por su petición a otro
bibliotecario, y este inquirió al absorto compañero sobre la misma. No contestó, pálido y sin moverse, con la
mirada presa de un punto en la pantalla, mudo.
Sorprendidos lo miraron
sin saber qué hacer y se dieron cuenta que ante sus ojos, paulatinamente, el
pelo se le volvía blanco. El lector sin esperar respuesta se dio la vuelta para
jamás volver.
De
aquel bibliotecario lo que hoy se sabe es que no volvió a articular
palabra, que se pasa las horas sentado
delante de un monitor apagado de un hospital a
las afueras de la gran ciudad, sin apartar la vista, mirándolo obsesivamente.
Una de las bibliotecarias siempre sintió las
sensaciones de su entorno y entre sus raras cualidades descollaba por su
condición de "médium". Sin intención hablaba a sus compañeros de los
espectros de las estancias. Solo ella ha ido a visitarlo y siempre vovía deprimida. Siente miedo y se pregunta si no
habría sido la causante de todo. Se responsabiliza de lo ocurrido, ya que se
cree el puente inconsciente por donde penetra lo irreal: “Se deben extremar las precauciones al
estar rodeados de lo Irracional y lo Imaginario, campando a sus anchas por la
biblioteca”.
Cuando
el silencio más atroz se enseñorea de las estanterías, ella, que antes fuera
locuaz, calla, y de su boca no salen historias de aparecidos, o de esas
presencias que veía.
Algunos creen que, en realidad, los
ve; prueba de ello es que ha pedido un cambio de destino.
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Publicado en Prosofagia. Revista literaria. Abril 2012. nº 15
Hoy desaparecida de la red.