3 de mayo de 2011

Aceite( las consecuencias)

Haré notar que no necesité de un tratamiento prolongado, pues enseguida adquirí peso. Mediante el cotidiano procedimiento de tomar aceite a cuchara… y del gusto por el caldo de rabizas, hojas de los nabos que otros desechaban; con su unto, patata, chorizo, morcilla, tocino, esqueleto de gallina, pedazo carne y un poco de arroz para espesar; todo ello a la olla expres,  y que gire el pitorrillo hasta que llegue su hora.
Era una de mis comidas preferidas y como el pote era grande, teníamos caldo para tres días. Por descontado, adquirí pronto la estampa y el aspecto que se buscaba, adquirí un mejor lustre; a la par que la apariencia propia tomaba un aire de familia, una figura consistente.
Ni que decir tiene, que esa abundancia de carnes planteo alguna que otra dificultad en el colegio.
Los compañeros del cole, siempre dados al buen rollo, (esto último entrecomillado) intentaban hacer chanza de las grandezas corporales incorporadas al entorno óseo. Pero claro, eso quedaba zanjado con algún agarrón que otro.
No recuerdo una pelea a guantazos. Lo cotidiano era agarrarse y forcejear, hasta acabar con el contrario en el suelo y obligarle a rendirse. Algunos se libraban por su presteza en la huida, pero eran los menos.
No se consideraba digno insultar y salir corriendo.
Por esos tiempos, ahora tan distantes, comencé a introducirme en una tierra de nadie, pues siendo a primera vista de tipo gordo, repartía mamporros sin miramientos a diestro y siniestro y con gran habilidad. Y siguiendo la ley del mínimo esfuerzo, los compañeros preferían dar caña al gordo flojo, que darle caña al gordo éste, que no solo te la devuelve, sino que además te puede hacer daño. Así que me quedé en un terreno indefinible, ni gordo, ni flaco: Ni en un bando, ni en el otro.
Para mi oprobio, he de reconocer que por mor de la integración en el grupo, me sumé a la estúpida diversión de darle caña al gordo de la clase. Teníamos dos. Como no le encontré la gracia,  terminé apartándome a la linde marginal, un poco con todos y en el fondo solo y sin nadie.
La destreza en la pelea me evitó humillaciones y me colocaba entre los respetados, un grupo indefinible. En clase teníamos obesos, un afectado de la polio, un pusilánime hijo de mamá pulcro en el vestir y poco dado a los juegos de mozalbetes, otro pobrecito de padres separados, y rayando ya en lo estrambótico había uno que no se quedaba a clase de religión, pudiera ser que sus padres fueran judíos, lo decíamos así: sus padres, pues para nosotros era un compañero más que no se diferenciaba en nada.
El caso es que pese a la positiva influencia del aceite sobre mi salud, a un adecuado desarrollo corporal, a las mejoras en el tono y en el tacto epidérmico. No puedo hablar bien del aceite, “El aceite de hígado de bacalao”
Era repugnante.
Es más siempre lo he ponderado como un excelente medio para la obtención de declaraciones. Si lo tragas sentirás la imperiosa necesidad de confesar.
Estuve tentado todos los días de reconocer mis faltas. Claro que al abrir la boca me metían la cuchara en la boca y  no me daba tiempo a inculparme, ni a someterme para conseguir algo de benevolencia.
Hoy en día para gentes de cierta edad, la simple exhibición de esa botella puede producir regresiones a la infancia de aterradoras consecuencias.

Nota: Algún tipo de ONG’S está solicitando la posibilidad de ilegalizarlo por su extendida utilización en ciertos países, que lo emplean con la malsana intención de sonsacar a los reos sospechosos la declaración de culpabilidad.