1 de julio de 2010

Lo contaba nuestra madre

Lo contaba nuestra madre. 2ª parte.
Su Padre.
Variación en mí menor
Mi madre me contó como sopraban la leche, para quitarle la nata. Esta servía para mercar por un poco de café y de azúcar, pues su padre había vuelto con esa necesidad de sus estancias en Cuba.
Mi abuelo era un indiano, pero de los probes.
Marchó a Cuba, no sé que hizo allí, pero ahorrados unos pesos, volvió para construir un caserío en las montañas, unas pocas tierras que había que levantar y una casa por hacer, una casa nueva.
Casó con mujer joven y pronto partió de nuevo en busca de más dinero para comprar tierras con los que acrecentar su pequeña hacienda en las montañas.
Empinadas tierras, insuficientes tierras para sacar adelante tamaña familia. A medio camino de Boal y La Caridad.
Sus hijos partieron al Uruguay en busca de trabajo. Años después, la intemerata de años después, llegué a conocer a una prima hermana y a su marido de visita por Madrid. Mi prima, es decir, la sobrina de mi madre, era mayor que  mi madre, a mí eso siempre me creó una extraña fascinación y las miraba, las dos de pelo blanco, las dos abuelas, tía y sobrina.
Mi madre y el tío Miguel conocían a sus hermanos mayores por carta, porque ellos nacieron con la segunda y definitiva vuelta del abuelo Ulpiano, que ya mas descansado en las tierras que había comprado con ese dinero, trabajosamente ganado en Cuba, se las ingenió con la abuela para propiciar el auge de la cabaña humana de montaña.
Y los pequeños crecieron con él presente, su café y su hernia.
En unas tierras tan pinas, que era necesario subir cestos de tierra sobre la cabeza o sobre las costas, a lo alto del eiro. Intentar fijar la tierra que se les escurría ladera abajo. Sujetar la tierra para sembrar un poco de trigo, o unas patatas, o maíz.
El maíz sirve para todo, los tallos para las vacas, de las mazorcas se saca grano para las aves de corral, también se hace harina, y se tuesta, y se le hecha leche soprada,  y se lo daban a mi madre para cenar, y lo odiaba.
         Las gachas, la harina de maíz tostado con leche o con caldo. Una vez compré Corn-flakes, mi madre me miraba raro y no consintió en probarlo, decía que era comida de cerdos. A mí en cambio me gustaba el maíz tostado, en eso me parecía al tío Miguel, supongo que además influía la cantidad de azúcar del tueste y la cantidad de azúcar que le añades con la leche. Había una variación, y era tomarlo con el caldo de rabizas, que sempiterno reposaba al lado del fogón.
Mi madre decía que ella odiaba las gachas de meiz, pero que si no se lo tomaba, su madre se lo guardaba para el desayuno, o para la comida, -pero la señorita se lo iba a comer-, al final mi madre se rendía por hambre y comía el maíz tostado y con un pelín de reproche a su hermano Miguel que se las comía con tanto gusto.
Cuenta mi madre de la suya, que al llegar el sábado preparaba un hatillo con una docena de huevos y con la mantequilla (que se hacia con las natas que durante la semana le habían sacado a la leche dejándola desnatada, quiero decir soprada). Mercaba la abuela en el emporio de la zona, la villa de Boal, importante núcleo urbano con casas solariegas y con poeta, pues sino recuerdo mal Carlos Bousoño es de esa tierra. Se vendía o se cambiaba, que no presté mucha atención, por un  cuartillo de azúcar, un cuartillo de café y un poco de tabaco para padre. El abuelo. Ulpiano.
Ulpiano, sonoro nombre de un abuelo que no conocí, asociado a un pocillo con café y a una petaca con tabaco de liar.