15 de septiembre de 2010

DEMENTES




Como tantos y tantos eleusianos voy a terapia con mi cabezólogo, me ayuda a sobrellevar mis angustias y a superar las historias oníricas que se generan en mi cabeza en el que debiera ser un sueño reparador en las largas noches del planeta Eleuso.
Duermo poco para mi especie. Un ciclo de 12 horas me bastan para aguantar la jornada de 35 horas, pero me da miedo soñar pues al dormirme...
 Hay una pesadilla recurrente en las que soy un habitante de un planeta extraño en un cuerpo hominesco cubierto de cosas de apresto y textura irritantes, en un remedo de nuestros talares. Vivo entonces una vida de libertad esclava del trabajo asalariado y del gasto.
“-En este mundo debo comprar cosas, y no sé cómo tengo ansia por tener objetos inútiles. Y pagarlos como oro en paño, bien porque así lo demandan los dirigentes para salir de la crisis en la que siempre se está en alguna parte del planeta, o bien  para mejorar mi estatus.
Hay ciclos de bonanza; la época de las vacas gordas; seguidos de las vacas flacas que devoran a las gordas, [y eso que son vegetarianas]. En esos momentos nos piden sacrificios que serían innecesarios si no se hubiese derrochado. Algunos llegan  a pasar hambre porque la tierra, sobreexplotada, no da  más de sí.”

Afortunadamente me despierto, con angustia, Al volver a la realidad, vuelven conmigo las pequeñas rutinas, el trabajo y los flirteos, y  ese pasear pausado por las sendas del parque interminable del lago Peipugin, bajo las sombras de las dos lunas gemelas. Al final, por puro cansancio, termino en mi casa, en mi lecho, deseando que ésta vez no me ataquen los sueños...

“-Pero hay que seguir comprando, y produciendo para vender a otros que tienen menos que nosotros. Y para poder venderles tenemos que abaratar costes porque si no, no nos pueden comprar, y si no nos pueden comprar no levantamos la economía, y si no se levanta la economía no podemos salir de la crisis de las vacas famélicas. Pero al abaratar costes no dispongo de los suficientes medios para seguir comprando y levantar la economía.”

Entonces me despierto. Empapado en sudor y con palpitaciones. Mi terapeuta consigue a duras penas sacarme de ese estado de tensión. La violencia con la que mi cuerpo reacciona con espasmos y sudores fríos a las largas noches de pesadilla, le tiene preocupado al cabezólogo. Y yo me siento cada vez más fuera de mí. Unos días tranquilos, unas noches placidas. Cuando otro sueño, me atosiga sin solución de continuidad...

“Comprar, comprar, comprar y vender. Hoy compro una silla y mañana la vendo más cara, al día siguiente compro la misma silla, por supuesto más cara, con la intención de venderla mañana a un precio superior, día tras día, continuamente, repetido, rutinario.
--¿De donde salió el dinero de la primera silla?.¿ Y de la segunda silla?. No hay pérdida entre la venta y la compra de la segunda silla, no hay pérdida cuando compro y vendo la tercera silla—
En mi pesadilla sigo comprando, aunque es evidente que estoy acumulando pérdidas, ¿hasta cuando podré aguantar?.”

En mi sueño un Economista me explica el “sillaismo”, cómo debe crecer la Economía para una mejor distribución de la riqueza. ¡Y no me entero de nada!. Pero como ese señor parece saber de lo que habla, y yo soy un ignorante, sigo comprando sin rechistar.
Eso me causó una profunda crisis de la que solo pudieron sacarme, tras inducirme a un coma profundo del que volví profundamente alterado. Según mi cabezólogo el dislate del Economista chocaba con nuestro “yo” más racional que se revolvía enojado con la estructura de economía piramidal, de tan nefasta consecuencias en los albores de nuestra cultura, y que hoy solo estudian los antropólogos especializados en culturas perdidas de planetas desérticos.

 Ningún pueblo ha sobrevivido a la economía piramidal que se basa en “hoy soy la base de una pirámide pero mañana seré la cúspide de mi propia pirámide”. En lo que ya es conocido como pseudociencia para conseguir el móvil perpetuo o la construcción de objetos imposibles.
Yog-Sothoth es el origen de esta influencia. Un extraño nanovirus que afecta a un reducido  grupo de eleusianos agobiados por ansiedades nocturnas. Parece que habita en nuestro código genético como un Mister  Hyde olvidado en nuestros genes y aún desconocemos porqué se ha activado.
Hay teóricos que afirman, no obstante, que es una regresión a nuestro pasado más estúpido. Otros, empero, hablan de la conexión cósmica que nos enlaza en unión psíquica con seres en vías de extinción, y su alarido inconsciente clama en nuestras Neuronas buscando una mano amiga que vaya a salvarlos, que les inspire en un místico arrobo la solución a sus problemas, y poder seguir haciendo lo mismo. Y es nuestro cerebro el que sufre, pues ve claramente el problema, y que mientras se siga haciendo lo mismo se tropezará en la misma piedra.
¿En qué mente puede caber que el crecimiento sea eterno.?
¿En qué mente puede caber que la solución es vender más a los que menos tienen?.
¿En qué mente puede caber que pagando menos se genere riqueza?.

La rutina de los ciclos vitales se basan en su predicibilidad, y en usarlos sin forzarlos. En las cíclicas mareas eleusianas recogemos lo imprescindible para alimentar nuestros campos, que producen el alimento suficiente para nosotros y nuestras máquinas, sin excesos, sin derroches, siendo conscientes de que se acabará algún día. Que no tenemos derecho a gastar la parte de nuestros hijos, ni tenemos derecho a asolar los territorios de otras gentes más débiles que nosotros. Que no se puede alterar la paz de un planeta para extraer sus recursos, que vivir no sólo es comer, que vivir no sólo es poseer, que vivir no sólo es gastar.
Todo lo que sé en mi vigilia, todo lo que siento y vivo, se pierde en mis sueños, en ese mundo alucinante donde anida la estupidez. En ese mundo han desarrollado la tecnología de la Visión en cajas domésticas, múltiples canales para el insulto, pocos para el entendimiento, no hay equilibrio, sólo se difunde el mensaje más falaz y se repite insistentemente. Y los visionantes terminan asumiéndolo para no parecer tontos.
Mi angustia, mi desesperación, altera mi ritmo cardiaco violentando mi sueño de pesadilla. Al fin despierto, boca abajo con la mano colgando fuera del lecho, dentro de la bacenilla.

¿En qué mundo?