11 de marzo de 2011

El Azadón

Con el certero golpe de azadón en la tierra se va destripando terrones. El propio movimiento genera, en sí mismo, insólitas durezas en palmas y dedos, a la sazón, algunos las conocen como callos.
Endurecimiento de las manos que “laburan”,  incluso entre los dedos despunta un principio de “bóchiga”.
Como lo expresaría, a fin de cuentas es un aviso, una forma de comunicación de tu cuerpo con tu mismidad o yo interno. Es forma sutil de expresión: “Te estoy avisando, o paras, o esto te va a doler”.
En insoslayables momentos recurres al botiquín doméstico: esparadrapo, tiritas y la sacrosanta aspirina. El escozor no te permite disimular con un aquí no ha pasado nada. Tamaña rozadura requiere una atención inmediata, imprescindible, cuidadosa, un saneamiento de la zona afectada, pulcramente, eficazmente.
Es el momento de preparar un remedio casero. Partes una aspirina en cuatro trozos, un pedazo lo pegas a la piel sensible,  para sujetarlo utilizas el esparadrapo, que enganchado al dedo se extiende en grácil giro por toda la mano en un par de vueltas, afianzándolo para evitar su caída.  Un vendaje semiprofesional. Además, cualquiera que te vea de esa guisa, no osará pedirte que le prestes una mano, pues entiende  que estás malito. ¡Heroico!.
Los otros tercios, a saber, los ingieres sin remordimiento, por mor de aprovechar el acetil, y porque tiene fama de calmar molestias, todas las molestias.
Orgulloso, te explicas a quién quiera oír el lance. Repites hasta la saciedad lo ocurrido.  Lo narras con todo lujo de detalles, el movimiento, el roce del mango en tus manos, como levantas el utensilio por encima de tu cabeza para dejarlo caer sobre la tierra, el acero hendiendo el suelo de la parcela, el rebote cuando topas con una piedra... Minuciosa narración para el nacimiento de una vejiga, la dureza formándose, y el callo por salir. 

Lo rematas con una descripción del sudor perlando la frente,  insinuando en plan conocida marca de refrescos.
Tienes que tener cuidado a quién se lo explicas. En el pueblo las risas son carcajadas, y tampoco es cuestión de menoscabarse. En la oficina eres un Titán, un Hércules, el Protagonista, y se lamentan contigo. Incluso se ofrecen a echarte una mano en el manejo del teclado, o en el cansino trasiego de papeles entre las mesas de la oficina. Se detecta un puntito de envidia hasta en los jefes. Y me pavoneo como venido de una batalla, y muestro la herida, y el pecho más amplio que de costumbre, y la cabeza estirada a punto de desbocarse del cuello, la espalda recta, el porte gallardo, y una mirada displicente sobre los demás mortales.
Ante la expectación surgida estoy tanteando la posibilidad de crear una comisión especial, encargada de formar a un grupo de acción, con el objetivo de efectuar una intervención. Un selecto grupo de compañeros. Podrían entrenar en las labores propias de jardinería. El gran entusiasmo desatado ante la mera posibilidad teórica me obliga a la realización de un protocolo de actuación imprescindible.
Inciso.
Debo frenarlos, primero debo hacer acopio de material. Las azadas o cavaderas, junto con escardaderas o almocafres, y demás elementos para acometer la tarea, con el  vigor y la firmeza requeridas. Aparte de considerar un conveniente escalonamiento de las visitas, con el objetivo puesto en la consecución de un jardín de aspecto y textura acorde al lugar, que no sea un mero revoltijo de tierras y piedras sin orden ni concierto.

Puedo parecer un poco pusilánime, al final me he comprado unos guantes de jardín, en la ferretería del  rey-mago.