FELIZ NAVIDAD FELIZ NAVIDAD
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10 de diciembre de 2014
FELIZ NAVIDAD 2015
5 de diciembre de 2014
24 de octubre de 2014
NIEBLA Nº 2
Antes del amanecer me levanté de la cama y la vista no alcanzaba más allá de unos metros, para ser exactos tres metros y cuarenta y ocho cm. desde la ventana.
El despertar me trajo un prurito investigador y me tentó el experimento clarificador de medir la distancia exacta donde paraba la niebla. Al no haber llegado la alborada no cabía contaminación lumínica y el resultado alcanzaría una precisión matemática siendo más fiable, pongamos por caso, que cuando despunta el día o cuando éste lleva un trecho recorrido, algo así cómo media mañana o más. Tomé un metro especial para medir distancias, no para viajar en él, y ni corto ni perezoso, pero por supuesto muy donoso, salí. Expuse mis carnes a las inclemencias del tiempo por mor del experimento tan particular.
Mi primera dificultad estribó en dónde enganchar el principio del metro que sirviera de punto de partida a la medición pulcra y exacta del espacio hasta llegar a la densa niebla. Entresaqué de mi kit de mañoso: navaja, destornillador, alicates... una pequeña grapadora marca liliputiense que me ha salvado en múltiples ocasiones de algún agobio, con ella grapé el metro a la feraz tierra y, claro está, me arrastré por el lodo para conservar la precisa inclinación de la cinta de medir evitando, en lo posible, la distorsión.
En mi camino había un matojo de flora silvestre, de ésa que crece en el campo y que carece de interés, así qué saqué la navaja que, afilada como iba, recomiendo siempre que su utilización y su trato sean exquisitos para evitar con ello esos cortes que tantas veces llevan aparejados abundante sangre, escozor y maldiciones. Navaja en mano, y sujetando el metro con los dientes, corté el abrojo matojo que se había empecinado en estorbar mi camino.
Una hora de parsimonioso, por su dificultad, avance, alcancé mi destino... La Niebla ... La húmeda, intangible niebla, pálida niebla, brumosa, creo que es factible afirmar que la niebla es brumosa.
Tuve que solventar alguna dificultad debido sobre todo al carácter esquivo de la niebla, unas veces se acerca, otras se aleja. Después de un rato de tira y afloja y cuando me tomó más confianza, se asentó y me dejó rozarla con el metro para así terminar con mi medición que presto anoté en mi libretita de experimentos. (En ella anoto también algún pensamiento de índole más personal, que no viene al caso). La exacta distancia quedó fijada en tres metros y cuarenta y ocho centímetros, que es la distancia exacta que alcanzaba mi vista.
Y es todo lo que puedo afirmar, más allá, quién sabe, tal vez a los tres metros y cincuenta centímetros luce un sol radiante. Tal vez.
El despertar me trajo un prurito investigador y me tentó el experimento clarificador de medir la distancia exacta donde paraba la niebla. Al no haber llegado la alborada no cabía contaminación lumínica y el resultado alcanzaría una precisión matemática siendo más fiable, pongamos por caso, que cuando despunta el día o cuando éste lleva un trecho recorrido, algo así cómo media mañana o más. Tomé un metro especial para medir distancias, no para viajar en él, y ni corto ni perezoso, pero por supuesto muy donoso, salí. Expuse mis carnes a las inclemencias del tiempo por mor del experimento tan particular.
Mi primera dificultad estribó en dónde enganchar el principio del metro que sirviera de punto de partida a la medición pulcra y exacta del espacio hasta llegar a la densa niebla. Entresaqué de mi kit de mañoso: navaja, destornillador, alicates... una pequeña grapadora marca liliputiense que me ha salvado en múltiples ocasiones de algún agobio, con ella grapé el metro a la feraz tierra y, claro está, me arrastré por el lodo para conservar la precisa inclinación de la cinta de medir evitando, en lo posible, la distorsión.
En mi camino había un matojo de flora silvestre, de ésa que crece en el campo y que carece de interés, así qué saqué la navaja que, afilada como iba, recomiendo siempre que su utilización y su trato sean exquisitos para evitar con ello esos cortes que tantas veces llevan aparejados abundante sangre, escozor y maldiciones. Navaja en mano, y sujetando el metro con los dientes, corté el abrojo matojo que se había empecinado en estorbar mi camino.
Una hora de parsimonioso, por su dificultad, avance, alcancé mi destino... La Niebla ... La húmeda, intangible niebla, pálida niebla, brumosa, creo que es factible afirmar que la niebla es brumosa.
Tuve que solventar alguna dificultad debido sobre todo al carácter esquivo de la niebla, unas veces se acerca, otras se aleja. Después de un rato de tira y afloja y cuando me tomó más confianza, se asentó y me dejó rozarla con el metro para así terminar con mi medición que presto anoté en mi libretita de experimentos. (En ella anoto también algún pensamiento de índole más personal, que no viene al caso). La exacta distancia quedó fijada en tres metros y cuarenta y ocho centímetros, que es la distancia exacta que alcanzaba mi vista.
Y es todo lo que puedo afirmar, más allá, quién sabe, tal vez a los tres metros y cincuenta centímetros luce un sol radiante. Tal vez.
23 de septiembre de 2014
NIEBLA Nº 1
Esta mañana muy tempranito salí de la cama muy despacito. Aparte de la oscuridad reinante distinguíase una espesa niebla, tan densa, que
mi vista no alcanzaba más de los dos metros, con gafas. Me quise asegurar que
el fenómeno no fuese sólo producto de la oscuridad de la noche o del propio
invierno, para ello pergeñé un plan de medidas tendente a la exacta medición de
la distancia a la que la vista se nubla, no alcanzando más allá.
Primero barajé la posibilidad de esperar a la luz diurna o,
por el contrario, hacer la medición en ese momento en el que todavía no ha
amanecido, cuando es de noche y la luz no nos alcanza.
Pensé: si no ha amanecido es que es de noche, conclusión
por otro lado inevitable. Así que después de algunas abluciones matinales,
tampoco muchas, y después de cubrir mi cuerpo serrano con las telas
correspondientes al crudo invierno, después de vigorizar mi cuerpo con la
ingesta de algún sustento. Después de eso, pues nada. Había amanecido, le había
dado tiempo a salir el sol y levantar la niebla.
Alicaído cejé en mi empeño y creí conveniente dejarlo para
otro día, cuando los hados fuesen favorables o cuando mi intelecto ingeniase un
mecanismo de medición adecuado al problema y entonces desentrañase el misterio
que esta mañana me había desazonado.
7 de junio de 2014
La mancha negra.
I
Guarnecido
entre las laderas de unas montañas viejas, se levantaron, tiempo ha, unas
cabañas con aprisco para ganado y refugio contra la intemperie del pastor.
Extravagante agrupación de chozas al abrigo del sol, sempiternamente
a la sombra.
Lo
único que no escasea es el agua que brota de cientos
de manantiales de las laderas, y discurre toda ella hacia
el ibón, en mitad del estrecho valle: los lugareños dicen
la poza. Todo el año los manantiales descargan
en él, y cuando algo parece inservible, se arroja a la charca que todo lo
traga, la poza no se llena nunca, no se sacia y sigue engullendo, año
tras año, los detritus del poblacho.
Fugaces
ondas del agua en esta piscina natural parecen sugerir el rebullir de algún
reptil antediluviano, como lo insinúan los extraños chapoteos que sin motivo
aparente se dejan oír. Algo siniestro habita sus oscuras aguas nunca hoyadas
directamente por la luz del Sol.
Un ligero
temblor de la superficie del agua y el fluir reflejado de un grueso tentáculo,
o tremenda anaconda, que al discurrir bajo la superficie atenaza el corazón con
su impresionante extensión. Tanto
tiempo pasando confirma una longitud infinita o la presencia de un ouroboros.
Queda
el pueblo sumido en el vacío, y es en la noche cuando se anima el poblado,
cuando se ve alguna luz tililar por
las bujías o los candiles alimentados con resinas de los
montes.
La
escasa población que habita el lugar posee el color macilento de quién huye de
la luz. Hasta hace poco desconocían de las gafas y utilizaban para proteger sus
ojos protectores de madera con una fina ranura al medio: primitivas gafas que
siempre llevan puestas. Cuando el sol asoma todos se guarecen bajo el techado
de sus payozas.
El
camino entre las casas parece haberse formado por un andar extravagantemente
sinuoso, por el roce y la exudación que parece expeler su piel y que encharca
la tierra entre las casas, que develan la principal: por su amplio paso y su
suelo siempre mojado.
II
La
aldea ha sido descubierta por el satélite. Han saltado las alarmas en el
Ministerio. No existen noticias de catastro, ni se han recogido impuestos
provenientes de ese lugar que no tiene nombre
en la cartografía nacional.
Rápidamente
se le puso un nombre, Zeta, y se comisionó a un inspector de Registro para que
fuera a levantar acta oficial del sitio y así efectuar la primera recaudación
oficial de impuestos.
Contra
lo que pudiera parecer se presentaron muchos voluntarios para el viaje: no
dejaba de ser una oportunidad de conocer un paraje virgen, en todos los
sentidos.
*
Zeta,
entre laderas de abruptas montañas, era un nombre
provisional que se le ocurrió al ingenioso del departamento y que al jefe le
gustó (el expediente zeta); nunca le pillé el aquél.
En
un entorno oculto desde no se sabe cuanto y que las fotografías nos develaron, se distinguía, a lo sumo, una
decena de payozas plantadas en una escarpada
pendiente. Entre
las casas discurre un camino que no lo parece: mas bien un sendero que se
originó por el arrastrar de una serpenteante forma desconocida entre el agua y las casas. Termina, o
empieza, el sendero al borde del amplio pozo en una impresionante placa de
granito que el tiempo ha desgastado puliéndolo.
A menos de dos metros, el agua: un líquido oscuro y
repelente. Desde el borde puedes quedar hipnotizado y pasar el tiempo mirando
al abismo de sus aguas cenagosas. Tal vez lo veas, la sombra de una sinuosa figura buceando
bajo el agua. Es corriente sufrir la atracción del abismo, la tentación de dejarse
caer, de sumirse en la negra profundidad; un canto de sirenios en lo más
profundo del cerebro. De vez en cuando, un chapoteo en el agua te devuelve a la
realidad rompiendo el lazo mesmérico.
Esas fueron mis primeras
impresiones al llegar a este lugar olvidado en el que nadie parecía habitarlo,
y cuyas puertas no fueron abiertas a pesar de mi insistencia. Estuve tentado de
abandonar el lugar pero lo avanzado de la tarde me disuadió.
Monté
la tienda dispuesto a pasar una noche aciaga. Una oscuridad repentina inundó el
lugar al ocultarse el sol y fue entonces cuando oí los primeros ruidos: roce de
pasos sobre la tierra que más parecían un deslizarse en la noche. Reconozco que
sentí temor y quise embutirme en el saco hasta que amaneciera, pudo, en cambio,
la responsabilidad. Haciendo acopio de valor recogí mis carpetas, tomé una
potente linterna y me dispuse a reconocer el lugar en plena nocturnidad.
A
cierta distancia iluminé una figura que se encaminaba a una de las chozas. Al
sentirse observado aceleró su paso, yo también. Le seguí hasta la puerta que
había traspasado. Desde el otro lado distinguía perfectamente los sonidos de un habla
desconocida llena de sibilantes sonidos. Con firmeza llamé a la puerta, y tras
un repentino silencio, un descorrer de cerrojos. Un individuo de gesto adusto y
de baja estatura me encaró espetándome un “quién eres
tú”.
Saqué
mis credenciales, con mi tono más áspero le dije a lo que venía, de lo
imprescindible de su colaboración, o si no, que se atuviera a las
consecuencias derivadas de su no colaboración con el fisco.
Se
comportó como esperaba, me franqueó la puerta donde a la oscilante luz de
antiguos candiles seis individuos estaban sentados
a lo largo de un banco en la pared. Miraban con la más absoluta vacuidad que
jamás hubiese visto. Recabé los datos de todos y les pude sonsacar más datos referentes al resto de sus pobladores. Concerté una
cita para la noche siguiente y así censar a los habitantes del lugar. Ellos,
que parecían los jefes de la localidad, me garantizaron su presencia y me
rogaron que no les importunase durante el día en el que se encerraban en sus
quehaceres no haciendo caso a nada. Todos se
refugiaban de unos rayos del sol que tanto molestaban. Ciertamente, sus enormes
pupilas, que me dijeron no podían contraer, les hacía vivir en este lugar
umbrío, refugiándose en sus chozas durante el día.
III
Pasé
el resto de la noche en un dormir inquieto, con sueños plagados de pesadillas,
con rítmicos sonidos de palpitantes vísceras; en un coro de hirientes chirridos
taladrando los oídos en invocaciones repetitivas, recalcitrantes.
Una
lengua muerta con palabras y significados desconocidos. Sonidos que repetía en mis sueños como un loro, sin conocer
el significado de lo que decía. Sonidos que en vigilia sería incapaz de
reproducir, de transcribir correctamente. Y la certeza de estar rezando a las impías figuras de un
pasado remoto, a los dioses del dolor y del caos.
Ogh—Hemenn. Yag – Daín. Ogh-- Labinar. Yag – Ablog.
Ogh-- Semironcen.
Yag – Daín. Ogh-- Jarerh. Yag – Ablog.
Sin
darme cuenta repetía la letanía sin saber su significado. Sin darme cuenta
invocaba al reino de la locura. Y me descubrí en la roca junto al pozo
repitiendo esas palabras ominosas con la vista atrapada en lo mas profundo del
agua oscura.
Cada
vez más cerca notaba su presencia. Aquello me había presentido, y mi voz era la cuerda que le
traía a este lado. Noté el horror ancestral
del tiempo antes del tiempo.
Y
mi cuerpo totalmente agarrotado, inerme, clavado al borde del abismo, esperando
a ser poseído por lo que atravesaba los eones entre universos. Y repetía,
repetía las palabras sin sentido, aún dándome cuenta de que aquello era mi
perdición, y la de mi especie, y que pronto sufriría los dolores más atroces: y el caos gobernaría los planetas.
Un
atisbo de voluntad intentaba alejarme del lugar. Que dejara de recitar las
oraciones impías, las mismas que encontraba placenteramente morbosas: posesión
y dolor prometido.
Pasé
toda la noche impávido, sobre el granito, incapaz de mover un músculo, asaltado
por el temor a desfallecer y caer a la sima profunda del pozo, atraído por el
horror, gozando del miedo, peleando mi voluntad. Mi ego contra mi ello, luchando por abandonar el lugar o dejarme llevar por lo insondable que venía desde el otro lado.
Temblando ante el
ligero reverbero en la superficie del agua y el fluir reflejado de un grueso
tentáculo. Tremenda anaconda que al discurrir bajo la superficie atenazaba mi
corazón en su impresionante extensión.
A cada poco las gentes del lugar
me traían, en cuencos, líquidos y comidas para ingerir, sosteniéndome en la larga
noche, susurrando sus invocaciones, mostrándome sus amarillos dientes como muestra de simpatía. El ligero roce
de sus manos con las mías me dejaba
un tacto húmedo y escamoso en la
piel.
IV
Hoy
ha amanecido un día de esos de los grises, y el reverbero de la luz lo evito con unas gafas de sol.
Estoy recogiendo toda la documentación y la impedimenta del viaje. Han sido
pocos días.
Me alegro de alejarme de este lugar. Detecto miradas curiosas
desde los ventanucos de las chozas. Esperan a
que me vaya para continuar con sus estúpidas rutinas: yo encantado de alejarme. No pienso mirar atrás.
Cuando
redacte el informe tendré que ser cuidadoso con las
palabras, que sean correctas al tiempo que carentes de sentimiento: en el fondo
mentiré.
Son los restos de una raza degenerada, física y moralmente;
fruto de incestuosos ayuntamientos contra natura, que ahondaron más su
aislamiento perpetuando sus taras, generación tras generación.
Me
alegro de alejarme para no volver. Siento sus miradas en el cogote y eso me
produce una enorme inquietud.
*
El
camino es un puro bache y se vuele penoso, agravado por mi incapacidad de mantener la concentración en
el terreno; desviándose mi atención a las regiones más fangosas de la
imaginación.
El
camino promete ser largo. Me atemoriza pensar que
mi voluntad quedó presa en la aldea y no me deja partir.
Bordeando
un río discurre un camino agrícola en buen estado, esto me permite relajarme en
la conducción al tiempo que noto, al mirarlo, angustia en las entrañas y la
sensación de consumirme hacia dentro.
Cuando
la carretera pasa muy cerca del agua tengo que parar ante las nauseas
que, subiendo por mi esófago, abrasaban mi cuerpo. Allí mismo, al borde del
agua, genuflexión y vómito, y en el regurgitar:
entrañas con lo que alguna vez fue ingerido. Continuamente paro cerca del río para arrojar todas las
inmundicias que al parecer me he traído desde
el paraje más escondidamente gris del país.
No
quería creerlo. Mi cerebro se iba formando una idea cabal de lo que estaba
sucediendo, las bilis expulsadas, oscuras como la pez, se rebullían
concéntricas en el agua, sin mezclarse ni diluirse. En su pequeño remolino
caían atrapadas las hojas, los insectos, luego los peces, alimentan la mancha
negra. Poco a poco aumentaba de tamaño, sin prisas,
con la parsimonia que tienen los seres eternos acostumbrados al paso de los
eones. Su crecimiento bien podría dilatarse días, y la mancha negra aumentaba
aún más contra corriente, como si de alguna manera quisiera volver a su origen.
Yo era el transportista del parásito que engulliría la
tierra.
Un
desagradable sonido partió de la mancha cuando entre las nubes se escurrió un
rayo de sol con el efecto corrosivo del ácido en la piel, esta vez sin tiempo para buscar la sombra.
El atisbo
de esperanza me produce un dolor intenso. Siento la
necesidad de acelerar el paso.
La
pequeña ciudad industrial de donde partí queda a tiro de piedra. De no verse,
se podría respirar. La nube de smog la protege del aire limpio. Otra vez
acercarse al río, otra vez dejar trozos de mis entrañas en el agua, otra vez
morir un poco más por dentro en una batalla condenada al fracaso, pues en
cuanto saliera el sol, lo fundiría.
Durante
el trayecto, a pesar de estar nublado, tanta luz me molestaba. Parecía que mi piel se secaba hasta volverse quebradiza. Aquí,
en cambio, bajo el paraguas de la contaminación, la
luz no me irrita y el aire se vuelve respirable por primera vez en el camino.
El
sol bajando a su ocaso. Rebota sus
haces en los cristales y en el agua del río. Al tocar
la mancha negra esta no parece alterarse.
*
Fue en ese
momento cuando me di cuenta de mi misión y dejé que se diluyeran los vestigios
humanos que me quedaban.
Yog-Sothoth. Yog-Sothoth. Yog-Sothoth.
Yog-Sothoth. Yog-Sothoth. Yog-Sothoth. Yog-Sothoth. Yog-Sothoth. Yog-Sothoth.
Yog-Sothoth. Yog-Sothoth. Yog-Sothoth. Yog-Sothoth. Yog-Sothoth. Yog-Sothoth.
Yog-Sothoth. Yog-Sothoth. Yog-Sothoth. Yog-Sothoth. Yog-Sothoth.
FIN
14 de mayo de 2014
AUTOBIOGRAFÍA por Décadas.
Autobiografía de poeta a los veinte años.
Grande, capaz, vigoroso
Largo pelo, luenga y tupida barba
Imponente presencia, aunque no lo sepa
Refugiado en la timidez y las inseguridades,
Aburrido de la propia inconsistencia,
Soñando con unos labios desconocidos
Viviendo en la erótica soledad
Hastiado de estudios. Vivir como objetivo.
Autobiografía de poeta a los treinta años.
El pelo cortado, luenga y tupida barba
Obeso, apocado y sobrio
Acunado en aquellos brazos, luego distantes,
Cumplir con la conspicua rutina, de casa al trabajo
Del trabajo a casa, y esconderse entre los pliegues
De la cabeza donde aún se puede ser un tigre en la
selva
Autobiografía de poeta a los cuarenta años.
El pelo cortado, luenga y canosa barba
Le dicen señor, y lo recibe con cierto grado de
molestia,
Enjuto, tras largo régimen dietético,
Hoy recogido entre sus labios, ella,
La que la vida le regaló, justo cuando ya no lo
esperaba.
Y en la modesta casa hay un rincón para los sueños
Autobiografía de poeta a los cincuenta años.
El pelo canoso y la barba blanca
Escuálida
presencia
Los sueños perdidos
Y el hambre.
Ganas de comer palabras, ganas de inventar,
Querer jugar, querer jugar por siempre.
Autobiografía de poeta a los ... y tantos años.
Habrá menos pelo.
Tendré más achaques.
Quiero creer que seguiré jugando.
Curiosamente se cumplen cien entradas en el blog.
28 de abril de 2014
EL ABUELO
Érase una vez en un lugar del continente contiguo, cerca de una
vega donde residían los seres de esta historia, y un anciano al que el tiempo
vivido fue dejando sin dientes.
Vivir de la caza, recoger bayas, disfrutar de los frutos que hay
en los árboles y, en su temporada, recoger salmones remontando el río.
Siglos de adaptación les hizo robustos, resistentes y altos,
llegando a alcanzar el metro ochenta con facilidad, les afeaba el cuerpo un
apéndice nasal generoso y toda su fisonomía les servía para combatir el frío
intenso que era la norma de aquellos tiempos.
Últimamente se constata una mejoría en la temperatura, no siendo
ésta, tan fría, por lo menos, eso se deduce de los viejos cuentos que se saben
algunos que hablan de los hielos cubriendo las sendas y el río.
Alrededor del fuego del poblado el abuelo se reúne para contar
mitos y aventuras, al tiempo que las manos curtidas prepara las pieles que les
abrigaran en invierno, o prepara atalajes y herramientas para la caza o la
pesca.
Las cambiantes sombras de la fogata añaden tenebrismo a las
historias, que algunos viven con toda su parafernalia, moviéndose, poniéndose
tocados de animales feroces, imitando los guturales bramidos de las bestias.
Dan miedo y se ve a los niños temblar y buscar refugio en los
brazos de sus padres, pero tienen utilidad, transmiten las costumbres, las
creencias y las técnicas aprendidas en la caza y en la fabricación de
herramientas.
Es puro teatro, la primera literatura no escrita, la de
transmisión oral pasando desde los abuelos a los nietos. Siempre habrá abuelos.
Siempre habrá nietos.
Por lo menos en este poblado se aseguran de ello cuidando del
viejo sin dientes al que hay que masticar la comida y echarla a su cuenco. A
veces se olvidan y se tragan lo masticado, pero su escudilla siempre está llena
y él cuenta sus historias de cuando era
un gran cazador de los bosques.
Un día triste en el poblado los espíritus familiares le reclamaron
y dejó su cuerpo inerte junto a la
fogata.
Es tradición proteger el cuerpo de las alimañas y carroñeras, por
eso excavan un trozo del terreno cerca de los que se fueron antes, depositando
el cuerpo bajo una capa de tierra. El cuerpo de un hombre sin dientes.
El Hombre de Neardental.
El hombre que cuidaba de los suyos.
He leído que en el hombre actual persisten un cinco por ciento de
sus genes. Sospecho que esa es la parte humana del Homo Sapiens. Cuantos más vestigios de Neardental lleves,
más humano serás.
Si por el contrario, entre tus ancestros no
hay abuelos, serás del tipo Sapiens Sapiens, del tipo ese que todo lo que
mastica se lo traga.
historias
abuelo,
Homo Sapiens,
Neardental
25 de marzo de 2014
Reflexiones. (Pueden ser al volante o no)
Siempre me he preguntado que se le ha
perdido al conejo en una chistera.
A mi sombra le resulto indiferente,
prueba de ello son sus ausencias.
Aspirar la hache no es un remedio para
la tos.
¿Alguna vez te has quedado contemplando
las musarañas?, es más, ¿has visto alguna?
El otro día vi a un ciego caminar
derecho a petarse con un semáforo… se lo impedí. Me pregunto si soy normal
Me he sorprendido a mí mismo intentado
pisar sombras por ver si se quejan.
De pequeño jugaba a caminar sin pisar
las rayas del suelo, digo de pequeño, no vayáis a pensar…
En la vida real ¿cómo hace
la eñe para sostener la virgulilla encima de su cabeza? A lo mejor es que es
una letra santa, y es única.
A veces las vocales llevan
una tilde encima, como una tacha acusadora. Esta vocal es mala, y la señalas. Y
no es que lo diga yo, lo dice la RAE:
Tilde: Tacha, nota
denigrativa.
Con la finalidad de
emprender nuevos negocios, una escuela de negocios empresariales de una universidad
privada, (esa en la que estudia la realeza financiera) ha efectuado un estudio
de campo entre cientos de automovilistas varados en un atasco que se hurgan la
nariz. Entre sus conclusiones destaca la posible creación de puestos ambulantes
de venta de inhaladores para la nariz, (testados clínicamente) que alivien los
atascos nasales y sus molestias.
El estudio ha sido
contestado por una organización ecologista que afirma que la contaminación es
la causante, y que mejor harían en utilizar el transporte público para
desatascar las narices.
Afortunadamente
se ha lanzado al mercado un producto con agua de mar para respirar mejor. Hay
detractores que se preguntan si no sería mejor echar un poco de sal a un vaso
de agua. ¿Tú qué piensas al respecto?
historias
conductor,
narices,
univerisidad privada
3 de febrero de 2014
Un mal momento
Cuando esperaba en el ascensor el cierre
de las puertas, y de esa manera poder ascender al hogar, vislumbré una
sombra conocida, aunque fugaz; el intento de confirmar mi sospecha me llevó a
asomar la cabeza para llamarla por su nombre al tiempo que las puertas
empezaban a cerrarse, éstas al plegarse en corredera me
atraparon dejando mi cabeza fuera. No me cortó la testa, sólo me dejó atrapado
con los hombros dentro y sin posibilidad de moverme.
La seguridad intrínseca del sistema fijó
la caja en esa posición: no iba para arriba ni para abajo, en ese sentido tenía
la certeza de conservar la integridad de una parte de mi cuerpo a la que tengo
especial aprecio.
Desde mi posición no podía apretar la
alarma, mis fuerzas no ejercían la presión suficiente para abrir la puerta y
los estirones para meter la cabeza me producían rozaduras además de un fuerte
dolor de cabeza.
Siempre hay gente utilizando el elevador,
pero parecía que todo el mundo andaba de vacaciones y con ello el tiempo pasaba
parsimonioso, mientras, me iba impacientando a la par que temía que se
estropearan los sistemas de seguridad y acabara cayendo con el riesgo que para
mi conllevaba.
Un caballero vecino quiso coger el
ascensor, me preguntó que hacía y si no me importaba desencajar la cabeza para
poder desplazarse a su domicilio, le expliqué que no era mi intención
molestarle, que me encontraba en una situación incomoda no por mi gusto y que
si tenía a bien avisar al portero o en su defecto al servicio de averías para
poder sacarme de allí pues además se me hacia tarde para ir al trabajo; enarcó
una ceja y sin mediar palabra se dio la vuelta. Deseé que se dirigiera en busca
del portero o al menos que avisara a los de averías; no sin sorpresa lo que oí
fue la puerta de las escaleras que dan acceso a los pisos, no la del portal,
que me parecía a mí más útil si se quería llamar al portero o a las urgencias
del ascensor. En esos momento se me escapó un exabrupto que afortunadamente no
escuchó nadie. A todo esto el teléfono no paraba de sonar, al intentar cogerlo
del bolsillo del pantalón se me escurrió de la mano, el sonido que hizo al caer
al suelo me confirmó su desparrame seguido por el cese de los timbrazos, me
tranquilizó, aunque se abrían peores expectativas para conseguir una ayuda por
mis propios medios.
Un par de horas de tensa espera.
Los primeros vecinos que llegaban, al menos me daban conversación. Uno de
ellos bajó con una botella de aceite que vertió abundantemente sobre mi cabeza
para empujarla y así poder meterme dentro del ascensor. Opuse cierta
resistencia ya que me aterraba la posibilidad de quedarme dentro del ascensor
lo que motivó que se marchara enfadado y musitando por lo bajini si es
que encima es tonto.
En eso, avisado por un buen corazón llegó
el portero, me pareció que se acababa mi apresamiento pues traía la llave
que liberaba las puertas, no me importa reconocerlo: me invadió el optimismo.
Hizo el portero las operaciones
necesarias, pero la puerta seguía sin abrirse. Entre varios intentaron, jalando
de la puerta, que ésta se abriera, esta vez quien oponía resistencia era la
puerta que, una de dos, o era más recia de lo previsto o los hombres de hoy en
día ya no son lo que eran. Quedamos entonces en esperar al servicio técnico.
El inconfundible uniforme de los
operarios del ascensor, recio mono de trabajo azul, significó un alivio a mi
maltrecho estado anímico en sus horas más bajas y, a la vez, una vergüenza por
venir.
Los susodichos y el portero, con la
habilidad que se les supone, desatrancaron la puerta, consiguieron retirar mi
cabeza de su prisión al tiempo que oía los comentarios sobre la peste que
ascendía del elevador: restos sólidos y líquidos que mojaban mis pantalones y
se extendían, tampoco tanto, por el linóleo del ascensor.
Lo peor de ser un tipo circunspecto es
que sucesos como éste te vuelven la rechifla del vecindario y los niños al
verme se tapan la nariz mientras se ríen de esa forma suya tan escandalosa.
Mi posición se ha visto comprometida
siendo como soy el presidente de la comunidad.
¿Con que cara les hablo de una derrama que debemos hacer para revisar
... el ascensor?
historias
ascensor,
averías; comunidad de vecinos;
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