24 de septiembre de 2025

 


 
El volteo del benjamín

VI

 

De todas las variaciones sobre el tema me tocó nacer hijo de la portera. No era un oficio agradable, entre los sí señor y los buenos días tenga usted don Gustavo, te podían dejar un complejo de inferioridad. No es mi caso. Siempre descollé entre lo más granado de la sociedad. Puede que no salte a la vista, pero yo lo tengo claro.

Las obligaciones propias de una portería conllevan acudir presuroso a la puerta del ascensor para abrir su puerta. Vocear «ascensor» cuando algún vecino se demoraba al cerrar las puertas o subir peldaño a peldaño de escalera cuando un vecino torpe dejaba mal cerrada la puerta del elevador.

Hay frases irritantes.

—Anda, rapaz, tú, que tienes buenas piernas, sube a ver si hay alguna puerta abierta.

Y subías.

Con suerte, el ascensor se hallaba varado en el principal, y el trayecto se hacía en un pis pas, pero cuando era el séptimo, ¡ay! Cuando era el último, qué dolor.

Ese estado de cosas me llevó a conocer los números hasta el siete. Ahí paré, me creía, en mi santa ignorancia, que más arriba del siete no existía nada, eso fue motivo de perplejidad en el colegio, cuando me informaron de que, después, había más, y la repanocha era cuando, en el bachillerato me enteré de que la cosa se extendía al infinito y más allá.

Entre las obligaciones de la portería, constaba la limpieza de la escalera y el portal con una frecuencia previamente pactada.

El portal había que fregarlo todos los días; las escaleras, era suficiente una vez a la semana. En invierno o en verano, una bayeta y el cepillo de raíces para las partes en peor estado, todo ello regado por una gélida agua de esas que en invierno hacen brotar sabañones. Los vi en las manos de mi madre.

Una vez inventada la fregona de palo y cubo escurridor, se estableció un debate vecinal por la pertinencia o no del invento como herramienta útil para el aseo del portal y escalera. Básicamente, se ceñía el debate entre fregar con el nuevo invento o, por el contrario, quedaba mejor con una mujer de rodillas sobre una borra (que eso no perjudica la labor) y su cepillo de raíces, piedra pómez y demás parafernalia propia de la señora de la limpieza.

Se creó una comisión.

La comisión visitó portales vecinos para el asesoramiento, se destacó a un vecino más lejos para observar el procedimiento en barrios de postín. Las visitas generaron unos gastos de representación considerables en convites a los presidentes de los portales visitados en los que se recababa su permiso para la toma de datos.

El informe resaltaba dos visiones antagónicas: la meramente higiénica, y la vertiente económica. Desde el punto de vista técnico, el informe no era concluyente sobre si era mejor un sistema u otro En cuanto a limpieza, dependía más de la calidad de los productos y de las veces que se cambiara el agua que del hecho de estar de rodillas o utilizar fregona: la limpieza de rincones era una cuestión más del interés o dejadez del profesional de turno que del medio utilizado

Un punto controvertido fue el posicionamiento estético de uno de los miembros del comité que dedicó sus energías a ponderar la plasticidad de una señora de la limpieza de rodillas por la escalera, bayeta en mano, escurriendo la suciedad en el cubo de zinc, mientras pasaba a su lado dirigiéndose a la portera con un elegante «buenos días, portera», prueba de la calidad y buena educación del vecindario.

Lo que decantó definitivamente el debate fueron los gastos económicos y de mantenimiento del palo de la fregona que lo hicieron inviable. La comisión había agotado los recursos habilitados para innovaciones tecnológicas e incapaces las arcas de afrontar nuevos gastos, so pena de endeudarse, a sabiendas de la tajante oposición al gasto de varios de los vecinos, se decidió por amplia mayoría, aparcar la decisión hasta conseguir los fondos imprescindibles para afrontar los gastos que conlleva toda innovación, y no lastrar con una decisión precipitada la futura toma de postura de la comisión que se crea al efecto.  

Ahora que lo pienso, tal vez tuvieron algo que ver en el debate las colaboraciones realizadas por mi hermana por expresa invitación de mi madre, pues el ser aún muy cría no era óbice para un desarrollo acorde a la edad de niña bonita.