10 de diciembre de 2013

Ponerme en valor

De un tiempo a esta parte escucho con asiduidad una frase: Poner en valor. Disculpen amigos lectores si reconozco mi ignorancia al respecto. ¡Lo que me ha costado entender el susodicho par de palabras!; parece ser que es volver una cosa atractiva desde el punto de vista comercial y de la que se puede sacar unos billetitos, con comisiones, por supuesto. Quiero decir: emprender un negocio.
            Así que, decidido, voy a ponerme en valor. Como no se me ocurre mejor manera voy a utilizar las canas de mi barba para hacer anillos blancos (muy propios para las fechas que se avecinan) que provistos del pertinente certificado de autenticidad, y por un elevado precio, aún por decidir, añaden un punto de originalidad sorprendiendo a tu pareja o parejo con un regalo insólito.
            Qué mejor manera de fomentar una crecida de mi cuenta corriente, a la par que una mínima inversión en materia prima. Me rasuro, mando mis canas a China, me las reenvían preparadas para regalo y  me aseguro mediante contrato de los posibles royalties que devenguen los anillos piratas bajo licencia.
            Si todo sale bien, y la demanda es suficiente, podré ampliar el negocio a bonitos collares engarzados en trenza, gestionados previo corte de pelo.
            Se podría pensar en poner en valor otras partes del cuerpo, pero la edad me cohíbe por un lado, y de otro, me reconozco carente del sex-appeal necesario para saltar al mundo de la televisión y  de la prensa, no siendo valladar que impida a otras gentes sus andares por las redes esas.
            Bien, dicho esto, ya me siento más moderno, además contribuyo a generar unos intercambios comerciales para salir cuanto antes de la crisis, por lo que invito a todo el mundo a lanzarse a la aventura de Ponerse en valor, con el único inconveniente de encontrar el valor  del que se disponga.

N.B.

Agradecería que no me pisarais la idea y escogieseis otro elemento que os sea propio, no vayamos a saturar el mercado antes de tiempo.

24 de octubre de 2013

Insolentes


         Los pájaros de la ciudad son insolentes, defecan sobre nosotros sin arredrarse fiados como van por las alturas de ser inalcanzables, pues trasnochados los tirachinas de los otrora traviesos mozalbetes no sufren de impedimento alguno que merme su progenie, proliferan por doquier y en abundancia, dejándonos recuerdos suyos por los tejados, las paredes o el asfalto, y lo mas asqueroso: sobre nuestras testas. Y lo mismo les dan que vayan cubiertas con telas y tocados o cabezas descubiertas, sean éstas de abundante cabellera o más bien rala. Las aves te mandan su regalito hediondo y pastoso, cuando no, te resbalas produciendo esos esguinces tan molestos, o las temidas rozaduras cuando se acaba tocando cemento.
Les he visto clavar su mirada en mi con un aire furibundo, al parecer irritados, afirmando su dominio de alfeizares y voladizos, saltando a las ramas de las que son señores cuando su seguridad les aconseja.
Por su inquina deduzco que todos hemos sido, en algún momento, víctimas propiciatorias, y hemos recibido, por tanto, alguna insolencia suya: en el pelo, sobre la ropa, en aquel suéter que tanto nos gustaba y que con ignorancia paseábamos por la ciudad inconscientemente.
Esa mancha que notamos en el momento de despojarnos de nuestra prenda, o al pasar el peine por la cabeza, y ese hedor repugnante que nos acompañó tanto trecho y del que somos en ese instante conscientes.
Confirmo, en una pequeña encuesta elaborada entre conocidos y transeúntes, la extensión y proliferación de sucesos escatológicos. Hay compresión y  gestos cómplices de los que han sido objetivo de los arrojos de gorriones , palomas y demás aves volanderas.
Aves soltando lastre sobre nuestras cabezas, en los hombros, sobre la espalda. Guano vertido sobre la ropa que roen tejidos y nos atufan.
No hay colonia que enmascare el fétido aroma sobre la tela.
Y el auto. Tu auto cubierto de cabo a rabo por excrecencias de plumífera procedencia.
¿Por qué nos odian los pájaros? ....



13 de septiembre de 2013

Pasear en Granada

GRANADA
            No solo es visitable la Alhambra de Ganada de obligado cumplimento por ser Patrimonio humano y muy linda, antes o después de recorrer los regios sitios debes adentrarte por otros lugares de la ciudad, dignos de apreciarse. Este trasiego de gentes humanas o no, es lo que ha dado pie a los antisistema a rebautizarla con su sorna característica como: “Granada: Parque Temático”.
Quisiera, si me lo permitís, hablaros de los otros encantos, de los que verbi gratia, enumeraré un par, a saber: las cuevas del Sacromonte y la Abadía.
¡Preparados¡
            Es conveniente coger el minibús pues forma parte íntegra de la experiencia turística, éste dispone de traqueteos variados por el empedrado, y de calles angostas con giros en ángulos desconocidos; las revueltas hablan tanto de la habilidad del conductor cómo de la peculiar elasticidad del espacio, pues cabes, a pesar de los peores augurios cabes, y sin rozar nada. Si por el camino se encuentra con un pasaje angosto puedes ver en “vivo” deprimirse o expandirse el espacio lo suficiente para que pueda pasar el bus. La “Física” en Granada es otra cosa y, si no, pregúntenle al Washington Irving.
            Evidentemente le preguntas al diestro conductor si el transporte te lleva al Sacromonte, sentado o de pie, en cualquier caso, sujeto firmemente, “disfrutas del recorrido”. En un improviso se llega a un semáforo y sin ser parada el conductor te despacha con un “por la primera a la izquierda y todo tieso, no tiene pérdida”; te bajas impelido por el temor a desairar al autobusero. No sin cierto alivio encuentras lo pertinente de las indicaciones al leer el cartel Al Museo, y al museo de las cuevas del Sacromonte que vas con cierta displicencia no exenta de chulería.
Siguiendo la flecha por una calle sin aceras o carretera con casas a un lado y barranco a otro, con sosiego al comprobar que el camino es poco transitado por ingenios mecánicos lo que permite llegado el momento, ante el ruido de un motor, pegarse a la pared como los dibujos egipcios, notando el viento pasar acompañado por ese tufo a gasolina y aceite de los vehículos que desmerecen los caminos.
            La mayor parte de las veces sobra espacio, son motos las que circulan, aunque tan raudas que acojonan; al menos los coches con sus cuatro ruedas tradicionales tienen un andar más parsimonioso y asustan menos, excepción sea hecha de los minibuses y camiones, pues ni tragas saliva cuando pasan por no aumentar de volumen.
            Hay que andarse con cuidado para no pisar los charcos que jalonan la calle producto del afán higiénico de los locales flamencos (deduzco que es la hora de limpiar y ventilar las exudaciones turísticas para devolver el prístino ambiente tan del gusto de foráneos y sostén de las economías indígenas).
            Alrededor de las estrechas puertas una decoración impactante; unos murales de bailaoras gigantes con trajes de faralaes girando vertiginosas y de los que temes verlos asaltando tu realidad con esos cabezones dominándote desde la fachada. Y en los quicios: mochos cruzados como prevención contra resbalones, nada de clips amarillos con dibujos de colores, sino la auténtica fregona de toda vida, el icono de siempre, la muda advertencia  –Ni se te ocurra pisar que lo tengo recién fregado-  lo que te lleva a reconstruir una de las famosa filípicas de madre sobre la sacrificada vida del ama de casa, que tú como niño-hombre olvidas sin querer.
            Varia fachadas adelante hay una indicación gracias a la cual dejas el camino para subir por empedrada cuesta, rota a cachos por escalones, en la que la parte de tu cuerpo que se siente más lastimada son los pies; las plantas de los pies sufren con tanto canto rodado, muy estético pero flageloso.
            El museo, como todos, es muy instructivo. Te muestra en vivo los huecos habilitados en la roca, sus muebles, su color y sobretodo te enseña el mundo antes de las inmobiliarias. 
            Cumplimentado convenientemente el museo nos fuimos a la Abadía.
            En la Abadía del Sacromonte visitamos sus dependencias que incluían las aulas de la antigua universidad y un plato fuerte: las catacumbas, un recorrido por el subsuelo con indicación expresa de donde hay que mirar, ahí se hallaron los restos de los mártires y los libros plúmbeos que tras 378 años de pesquisas vaticanas son definidos "como obra literaria sin valor religioso perceptivo".   Por el contrario, los santos granainos son autentificados y reconocidos restos de los primeros creyentes cristianos que vivieron en el lugar.
            No hay nada mejor que separar  el fervor de las elucubraciones de algún converso o morisco, que cualquiera pudo ser. 
            Ahora a descansar, reposando los pies en barreño de agüita relajante pues, en parte por afán turístico, en parte por temor de volver en el minibús, nos lanzamos cuesta abajo callejeando por las empedradas callejuelas del Albaicín, con evidente riesgo de torceduras pero con la posibilidad de apreciar mejor el color local y reconocer tipos característicos: esos músicos tocando y pasando luego la gorra. En tu ciudad pueden ser pesados, pero aquí qué arte tienen.

            Pero eso será otra historia.


27 de junio de 2013

EL PIE

Para dormir utilizo el panza arriba o el costado derecho. El paso siguiente después de despertarme se encamina a levantarme. Por costumbre giro de izquierdas, aunque sea de talante conservador, por ello suele tocar mi pie izquierdo el terrazo de la habitación en primer lugar. Evidentemente realizo mis abluciones matinales con espíritu dispuesto, resuelto a encarar un nuevo día.
Pequeños inconvenientes me pasan factura, y eso que pongo todo el cuidado debido: la pasta de dientes se desborda por el cepillo cayendo, en parte, al lavabo. ¿De qué materia estará hecho? se pega a la loza sanitaria de tal manera que cuesta un mundo desprenderlo dejando la impresión de ser uno, sucio y descuidado.
El café siempre demasiado caliente me quema la lengua, y un postrer vistazo a mi indumentaria sirve para descubrir manchas ocultas en la corbata. El ascensor siempre ocupado hace más rentable el bajar andando.
El transporte se demora. Mi jefe me abronca nada más entrar. Todo un compendio de vicisitudes hasta la hora del regreso a casa en otro aciago día.
Recientemente me ha dado por leer. No por ello descuido las necesarias veladas televisivas. De vez en cuando saco de la biblioteca alguna novela, evidentemente, la bombilla se funde con irregular e impertinente frecuencia.
Hay días en que la cena se quema, y otros en que mi cita llega tarde; cambios de última hora en la actuación que voy a ver, o cualquier caso de imprevisto que se pueda uno imaginar. Hace tiempo que he desistido de planificar mi vida, me he acostumbrado a cierto grado de azar en lo cotidiano y en lo que pudiera ser extraordinario..
Es una realidad constatable y no es debido a mi natural torpeza. Todo está relacionado con mi conducta, en la manera que tengo de abandonar el lecho con el pie izquierdo.
Tal vez ...
Haciendo acopio de toda la fuerza de voluntad de la que soy capaz iniciaré un experimento. Cambiar el pie con el que me levanto.
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Me ha costado, pero al final he encontrado una solución, arrimar la cama a la pared, de suerte que me resulta natural apoyar el pie derecho al levantarme.
En pocos días pude constatar toda una pléyade de hechos significativos que intentaré resumir.
Levantarse con el pie derecho conlleva que la pasta de dientes esté en su sitio, que el café tenga la temperatura adecuada y que el ascensor esté dispuesto en mi descansillo. He encontrado asiento en el tranvía y el jefe no me estaba esperando;  al acabar la jornada me ha felicitado por un trabajo bien hecho.
Al llegar a casa todo está en su sitio, pero silencioso. Pongo música o escucho la radio mientras saboreo un gin-tonic repantigado en el sillón. Como último recurso contra el silencio pongo la televisión.
Enciendo una lámpara de ambiente que tamiza la luz del atardecer. El vaso me devuelve reflejos de penumbras deslizándose al compás de un sol en retroceso. La ginebra no consigue difuminar mi confusión lo suficientemente rápido para apaciguar mi ánimo. Siempre revisitado por el espeluzno. La conciencia cabal de no estar solo, de tener cerca una aparición vigilante todo el día, escudriñándome.
Oculto en los quicios de las puertas. Visible tan solo por el rabillo del ojo, noto que hay una figura oscura, difuminada.
¡En todas las puertas!
Todo me sale bien, sin embargo estoy aterrado. Paso las noches en vela con la luz encendida para disipar la visión del ente en los intersticios de la puerta.
Le he visto con una media sonrisa alargando su mano, sutil como el humo de los cigarrillos, para cerrar su puño a la altura del corazón. Al unísono, mi víscera se constriñe hasta pausar los latidos, y  me agobia, y me roba el aire. Intento entonces boquear en busca de un poco de oxígeno que no existe en este ambiente enrarecido; presiento que el tiempo se acaba, que seré presa del espectro y de su desagradable mueca.
El despertador suena, me salva por el momento. Inicio mi rutina una vez más.
He intentado varias veces retrasar la vuelta a casa sentado en la esquina de sórdidos cafés. Hasta ahí me persigue y en esos sitios está como disfrutando, observo que se ríe. De su boca abierta un pozo de negritud inmensa me hiela las entrañas.
Lo peor de todo es la limpieza. Desde hace días las papeleras están vacías, no veo residuos por el suelo, mi mesa aparece siempre recogida, la cocina resalta con un fulgor digno de anuncio, hasta las sombras parecen más diáfanas y limpias.
Sin motivo aparente sé que el fantasma que intuyo me encuentra sucio, que busca un descuido para limpiarme, sacando mis entrañas para ponerlas en remojo, restregar con piedra pómez toda la piel y con un estropajo frotar las circunvalaciones de mi cerebro, saneando los sueños, los deseos, mis pensamientos. Esclavizando mi voluntad.
Quiero seguir siendo lo que soy, a pesar de mis miedos, de mis meteduras de pata, pero también con mis aciertos y con mis alegrías.
En un mundo perfecto soy una rémora, una molestia que sería conveniente erradicar. Cada día sufro de pesadillas y ansiedad cuyo nexo común es la resplandeciente luz que lo ilumina todo con un fulgor gélido en este cotidiano mundo. Aquí mismo, donde estamos ahora, hay destellos de bruñido acero en la fachadas. En las casas, pulcritud y desinfectantes. Lo más sorprendente, empero, es la ausencia de olor natural.
Nada que oler en este mundo del pie derecho.
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Tomando las escasas fuerzas que aún soy capaz de juntar, he vuelto a levantarme con el pie izquierdo. Me he cortado al afeitarme; del bar de la esquina llega un fuerte olor a chocolate con churros; ha vuelto la sensación de tener al jefe siempre mirándome por encima del hombro; la mesa de la oficina está llena de papeles, y en el fondo de la taza del café me he encontrado con un clip de color verde, evidentemente no es mío, pero tengo la impresión de que puede ser un coqueteo.
Después de un día cargado de incidentes, no todos desagradables, me lo he pensado mejor y me decanto por la opción de no creer en supersticiones.
Seguiré levantándome con el pie izquierdo, y dejaré que los acontecimientos se caigan encima mío, quejándome y enfadándome como cada día.
A menos que..., ya no sea posible la marcha atrás.
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Un hecho fortuito me ha perturbado sumiéndome en simas ya vividas. No he sido yo el causante, sólo un testigo inocente, alguien que pasaba por ahí. Cerca de las tapias de un edificio en construcción, rodeando un contenedor de escombros de donde sobresalían cristales rotos, en un atisbo apenas perceptible por la visión periférica: la negra sombra de mis pesadillas pasadas y presentes.
Una tenue imagen recorre el camino entre las neuronas hasta el almacén donde se esconden los peores recuerdos, y se reconocen. No es bueno tomar conciencia de ciertas cosas, deducir que mi sombra sigue ahí escondida en los vanos de la puerta aunque yo no la vea, que su visión, por fugaz que sea, procede ahora del reflejo de los cristales rotos. Y la siento cerca de mí, omnipresente compañera de noche, escondida, vigilante de día, acechante, infatigable.
Esperando su oportunidad.

Un instante preciso para extender su mano en larga sombra y oprimir mi hálito... hasta la muerte.


9 de mayo de 2013

OFICINA DE OBJETOS PERDIDOS Y RAREZAS.


AVISOS

 Extraviado globo cautivo. Se gratificará cualquier información.

Encontrada sombra perdida. Se devolverá a quién pueda identificarla.

Se ruega al propietario de esta china en el zapato se pase cuanto antes a recogerla. (Me está matando).

Prescrito el tiempo de almacenaje, se pasará a donar a una ONG del desierto todos los paraguas olvidados. -Al menos, que se usen como sombrillas.

Se abre el plazo para que las playas soliciten el reembolso de toda la arena que la gente se lleva entre los dedos y entre...

Se procede a remesar todos los deberes inconclusos o sin hacer de nuestra infancia.

Encontrado lector, razón aquí.

Celular se dice allende los mares, por aquende diríamos Móvil.
Móvil se dice allende los mares, por aquende diríamos Celular.
Sólo es un punto de vista.

Cubito de hielo en buen estado se ofrece para aliviar la calor.

Debido al paso repentino del invierno al verano, se ofrecen primaveras, nuevas, para decorar

UNA DE VOCALES

Vocalista busca consonantes.

Variaciones
Vocalistas buscan consonantes para montar una fiesta.
Vocalistas buscan consonantes con intenciones serias.
Vocalistas buscan consonantes para formar orquesta.
Vocalista y sus amigas buscan consonantes para formar palabras.

Cuando las vocales y las consonantes se aprecian nacen palabras
Cuando las vocales y las consonantes discuten se forman palabrotas.
Cuando las vocales y las consonantes no se hablan salen las interjecciones. ¡Bah!
Vale, la hache es muda pero te oye perfectamente.

La hache se inventó para dar un toque de elegancia al comienzo de algunas palabras.
Una hache entre dos vocales sirve para evitar roces impropios.
Como curiosidad decir que las vocales se acompañan de uve y sin embargo la boca no.


23 de abril de 2013

LOS VIAJES EN AVIÓN


Molestias.
Ciertamente, gran parte del éxito de la globalización estriba en los viajes en avión. Sean estos por trabajo o por holganza, han puesto el mundo al alcance de nuestras manos. Pero, no por ello debemos obviar ciertas molestias que se inician en los terminales, durante el viaje, y finalmente, con la llegada a nuestro destino.
Te recomiendan que te presentes una hora antes en el aeropuerto para facturar, y como los susodichos suelen estar lejos de donde vives, debes salir de casa con tiempo más que de sobra. Al llegar al terminal, y con esa cara que se te pone cuando buscas algo y no lo encuentras, deambulas un rato hasta encontrar una fila de gente esperando con sus enseres, y respiras aliviado. El intervalo de espera difiere en cada ocasión, pero si hay suerte te despachan pronto a la sala de embarque. Allí, para entrar tienes que pasar los controles de seguridad. Ese aparato del demonio que siempre pita y que debes volver a cruzar, tantas veces como pitidos, hasta dejar todos tus bolsillos del revés.
Hemos superado la prueba con éxito, y nos encontramos sentados junto a la exigua ventanilla y con las rodillas clavadas en el asiento de delante. Cuando más descuidado estás, el respaldo del asiento se abalanza sobre ti amagando con golpearte, de acuerdo que no te da, pero mosquea. Después de rebullirte un rato en el asiento, y una vez alcanzado cierto grado de comodidad, te asalta una de esas necesidades inexcusables y tienes que pedir permiso para ir al baño. Es conveniente hacerlo, pues durante el viaje podemos estar en uno de esos momentos en que hay que llevar el cinto puesto. Encima por la ventanilla no se alcanza a ver más que el ala.
Aterrizar, en la mayoría de los casos, no es un hecho especialmente conflictivo, a menos que te toque un piloto con prisas y oigas el rugido de los motores como si fueran a reventar, y sientas que tu cuerpo tira hacia delante por efecto de la firme, que no brusca, frenada del comandante de turno. Al pisar tierra es recomendable no abalanzarse sobre ella o incluso besarla, tengo entendido que es un gesto patentado por una reconocida institución. Ahora debemos recoger las maletas, y en una sala enorme delante de una cinta mecánica, rodeado de extraños, con miradas furtivas, incluso desafiantes. Retando a los demás a que toquen tu maleta si se atreven, mientras empieza el chisme ese a escupir las maletas de los viajeros. Sé que en mi caso siempre será la última, o casi. Suele ser en esos momentos cuando te das cuenta de que  hay maletas idénticas a la tuya y de lo conveniente de pegarle alguna etiqueta, para evitar percances.
Es el momento de preguntarse si merece la pena tanta molestia, y de elegir. Habrá veces que nos sea imprescindible coger un avión, por premura o por la distancia, pero con tiempo, y planificándote adecuadamente, podemos optar por un viaje en tren. Salvedad que hay que hacer con los trenes de alta velocidad, que comparten características con los aeroplanos. Viajas con tu maleta, con las rodillas estiradas y una amplia ventanilla. Siempre que te apetezca puedes estirar las piernas, y los que disponen de cafetería, te permiten tomar una infusión o un refresco, y en algunos casos entablar una conversación con algún extraño, añadiendo un punto de exótica aventura a tu viaje.

13 de marzo de 2013

Un día perfecto para enamorar.


Después del ocaso surgen las primeras estrellas que titilan azules a lo lejos. Y la segunda vez que leí el poema de Neruda pensé  que era una errata, y que sería tilila, pero el diccionario me devolvió de sopetón mi ignorancia; más tarde para un mayor desconcierto descubrí en diferentes ediciones, indistintamente escrito ora de una forma, ora de otra manera. Una vez aprendido escogí para mi coleto recitar en sus oídos “titila”.
Justo antes de perderse el sol por la línea del horizonte, nos explicaba el docto profesor, al bajar la temperatura se mueve el aire en una suave brisa. Mi temperamento más romántico prefiere un ventarrón del norte forzando a las ramas de los árboles a mecerse violentamente, incluso quebrarse. Hay caracteres para todos los gustos y ocasión, y si esperas a una pastora mejor la brisa. En esto me viene a mientes un vago recuerdo de un poema hindú y las lágrimas que no te dejan apreciar las estrellas. Todo ejercicio de espera es duro y soportarlo requiere entrenamiento; mi truco, si se le puede llamar así, consiste en imaginarme alternativas, desarrollar diálogos, resolver complicaciones. He de reconocer lo infructuoso de mi preparación en muchos casos; la gente por sus propios motivos te cambia el diálogo que trabajosamente habías construido y te sale por peteneras, que es una forma imprevista según el acervo popular.
Todo está preparado para ella, la puesta de sol, la brisa, las estrellas saliendo y en mi magín los versos y requiebros que recitar al oído. Ahora solo falta que venga. ¡Que venga de una vez! Y es que me estoy impacientando.
Seguiré haciendo ejercicios; “suavemente acercarse para mirar al cielo y que mis labios titilen cerca de su oreja dejando que llegue un soplo de aliento, dejando que calen muy adentro las bellas palabras que otros hicieron para enamorar, y a lo mejor posar las yemas de los dedos en su brazo, y conseguir una respuesta de sus labios cuando rocen los míos”.
Al borde de la colina se ve la figura de la mujer pasear, por el sendero que lleva a la cima donde la espero. Y una sonrisa pícara o de triunfo se revela en mi cara al verla caminar. Compruebo que a mi alrededor todo esté perfecto, la brisa en la dirección correcta, los colores del ocaso dispuestos y refulgentes, y la yerba recién cortada tupida y cálida, el privilegiado lugar a punto.
Hoy va a ser un día perfecto para enamorar.

10 de febrero de 2013

Cómo montar un mueble


ADVERTENCIA: Antes de empezar conviene leer atentamente las instrucciones.

Hay una tienda de muebles cuyo nombre no deseo mencionar, que te vende desde una silla a un armario envuelto en un paquete, para que lo montes en casa.
Pasados los primeros momentos de alegre desenfreno al retirar los embalajes, tan llenos de sorpresas, con sus aparejos diversos, sus miles de bolsitas y sus exóticos tornillos, y cuando lo tienes extendido por el suelo de la casa; es de recibo desplegar las instrucciones.
[Por experiencia aconsejo pegarlo a la pared para tener una visión de conjunto, y no perderse por los pliegues del papel. Es importante hacer previamente una fotocopia, pues como es sabido las hojas tienen dos caras, y si pegas a la pared el haz, te pierdes el envés, y con ello una parte considerable de las instrucciones. Evitaremos así la penosa situación de terminar con una silla sin patas o un armario sin puertas].
En el kit del buen montador no deben faltar unos recios guantes de trabajo, so pena de acabar con unas molestas bolsitas purulentas en las palmas de las manos, que degenerarán, inevitablemente, en unas irritantes heridas escocedoras.
Es imprescindible seleccionar el lugar de trabajo. Ni que contar la que se montó cuando después de ensamblar la cama, hubo que llevarla desde el salón al dormitorio.
Repasemos lo necesario.
-Lo primero: los guantes y unas herramientas adecuadas a lo que quieres montar.
-Lo segundo: fotocopia por las dos caras de la hoja de instrucciones, para no perderlas de vista.
-Tercero: Una caja, donde vaciar  el contenido de las múltiples bolsitas, antes de que se pierdan debajo de algún mueble.
-En cuarto lugar paciencia y un botiquín a mano, por si acaso.
-Por último. Ahorrar un poco de dinero y compra el mueble montado.

25 de enero de 2013

Reflexiones al volante y momentos inolvidables. IV


Si vas por la carretera y ves una señal rectangular con fondo azul e impresa una fuente con su caño de la que no brota agua, ten la seguridad  de que la única agua disponible será la que lleves contigo.
Mejor es la señal de la cama  que es una invitación al descanso, lo malo es cuando va asociada a herramientas tipo llave inglesa, o cubiertos. Tantos utensilios en un lecho no son propicios al sueño reparador.
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-Y esto se me ha ocurrido a mi solo varado en un atasco.
Los gatos arañan por intentar encontrar una salida a su ansia.
Los perros ladran para que les hagan caso, a veces se desesperan con la indiferencia.
Las vacas  tiene mirada de preguntarse por el sentido de la vida mientras rumian su trébol de tres hojas.
Las arañas son geómatras frustradas que ven cómo algún escrupuloso les limpia el dibujo.
Los chivos se dejan perilla por parecer más interesantes.
          
           - Hay quién prefiere hurgarse en la nariz.

14 de enero de 2013

Reflexiones al volante y momentos inolvidables. III


Hay por la carretera una prohibición referida a los coches rojos imposibilitando que adelanten a los vehículos negros, cuando menos me parece extravagante una interdicción referida a esos colores y se libren de la limitación los coches azules, verdes, amarillos..., o los indefinibles.
Más adelante suele aparecer una señal con dos coches grises tachados, y perplejo no sé que hacer.
¿Es que acaso no me dejan circular por ese tramo?. ¿Y qué hago?. ¿Como me salgo?. No puedo parar el coche, guardarlo en un bolsillo, y continuar hasta un punto donde devolverlo a la carretera.
Voy  desazonado por temor a que puedan detenerme los guardias civiles circulando con mi coche gris.
He tomado la decisión de pintar el coche de blanco, para no sufrir de estos problemas circulatorios.