17 de mayo de 2010

La Batalla.


(Varados en los parajes desolados donde habita la inconsciencia, inmersos en la oscuridad de los pensamientos, una pléyade de individuos adustos, esperan impertérritos la orden del día.  Hoy toca estar serio).

Los fusiles relucientes y bien engrasados prestos a realizar su tarea, extraídos de sus fundas nocturnas. Armas y hombres. No es divertido. Hoy es un día aciago.
Civias,  el de la buena vista, ve en la lontananza las siluetas de la muchedumbre avanzando.
La sangre derramada mojará la tierra hasta donde alcance nuestra vista. Me hundo tras el parapeto donde me refugio. Nos llega el bramido de armas dispersas. Los primeros contactos, las primeras muertes.
Al Alba.
Con la luz empezamos a distinguir la multitud que se avecina. Algunos arrojan piedras. Temen los campos minados.
El oficial al mando con sus prismáticos en mano, levanta un brazo y lo sostiene en alto.
Cuando el brazo cae, decenas de voces repiten –fuego, -fuego, - fuego…
Disparamos sobre una multitud famélica que huye de una guerra y a los que negamos el paso. No es nuestro problema sí los suyos les quieren matar.

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Estaríamos buenos, si dejáramos entrar a esos muertos de hambre. Alterarían nuestro equilibrio, nuestra bien ganada posición.
¡ A cerrar la tierra que no pase nadie !.
Ya tienen bastante con los donativos de las o-ene-ges especializadas, que sostenemos y apoyamos. Pero lo quieren todo, les das el pie y quieren más, más, todo lo que es nuestro. Nos ven, y  desean lo que no es suyo, rondando en la distancia en pos de nuestros despojos.
Pero somos fuertes, no nos temblará el pulso.
Es nuestro trabajo, y lo vamos a realizar.

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En nuestro frente van cayendo los enemigos y se llena el campo de cuerpos mancillados por las balas.
Somos precisos, eficientes,  y sus cuerpos caídos van formando su propia barrera. Se agrupan los cuerpos en montones. Se forma una frontera, que pasó de línea imaginaria a cuerpos sólidos. Sus muertos nos lo facilitan todo. Según van cayendo unos sobre otros forman un muro que deben escalar, así nuestro tiro se afianza, se precisa, se vuelve mas relajado. Podemos apuntar sin agobios y el fusil no se calienta.
Una logística bien diseñada nos provee de municiones, antes de que se agoten.
Mientras los números impares descansan toman un trago y comen algo, los pares no cejamos en nuestro empeño. Cuando los pares descansamos, los impares cubren nuestro territorio.
Poco a poco, acumulamos puntos en la plei_esta, pero a lo real.
Un oficial me felicita, mi sector es de los más cumplidores. Estoy entre los más eficaces del regimiento.  Hay una buena ratio de disparo por hombre.
-- Gracias señor, aquí estoy para lo que gusten mandar.
En tres días agotadores se ha visto la pertinente eficacia de nuestras armas, la gran  motivación del cuerpo, la alta capacidad de nuestra industria de guerra.

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Al fin se ha disipado la amenaza de invasión.
Ahora es el turno de los zapadores y los sanitarios.
Grandes grúas excavan zanjas extensísimas para los cuerpos inertes. Los sanitarios buscan entre los caídos a los heridos y,  piadosos, los rematan con un tiro bien dado, para que no sufran.
En las zanjas se vierten los cuerpos, se les riega con nafta y un paramédico con lanzallamas prende la pira funeraria.
Nos han dado unas mascaras para filtrar el aire enrarecido que respiramos. El fuerte olor nos produce arcadas.
Se va cubriendo cada zanja con capas de tierra y turba, no para sofocarlo, sino para que la turba siga ardiendo con la tierra en su interior, con la ventaja ecológica de que los humos no contaminan nuestro aire.
Vuelve a amanecer, el sol calienta mi cara.
Me siento reconfortado.
He hecho bien mi trabajo.
He salvado a la civilización. Mi gran Civilización.

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Hay algunas voces críticas en nuestro bando. Reconocen que aunque drástica, la medida era necesaria, pero ponen remilgos con los niños.
Siempre están esos liberales con sus escrúpulos.
La democracia debe sostenerse con mano firme y no temblar ante sus enemigos.
Apañados estaríamos si tuviésemos la obligación moral de estudiar cada caso, de proteger a los ancianos, de velar por las mujeres, de salvar a los niños.
Una democracia abierta no es albergue para indeseables.
Sí quieres la paz, prepárate para la guerra
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Ha pesar de los discrepantes, hoy en nuestras casas pueden dormir tranquilos. En todos los hogares de la nación se puede exhalar, tras larga espera, tanta respiración contenida, tanto miedo soterrado.
Nosotros sabemos hacer nuestro trabajo.
Nosotros velamos por la libertad y nuestros ideales.
Nosotros somos el buen guardián.
¡Viva la Civilización Occidental!
¡Viva!

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