El ello
Desde hace algún tiempo necesita levantarse a media noche para ir al
baño, siempre dormido, siempre somnoliento. Arrastra sus pies embutidos en las
pantuflas al uso hasta el cuarto de baño y, al abrir la puerta, lo ve, sentado
en la taza del váter con los ojos semicerrados, la cabeza gacha, la barbilla
apoyada en el puño.
¿Qué hace ahí? En mi cuarto. ¿Quién es?
El temor por sentirse sorprendido en el dulce hogar le hace cerrar presto
la puerta y quedarse como un pasmarote en el umbral, y el miedo subiendo desde
las tripas hasta acomodarse en la garganta. Acongojando.
Hay un
intruso en casa
Es el asaltante un forajido que te sorprende cuando más indefenso te
hallas en la penumbra de la noche, con la mente y el cuerpo aún desperezándose.
Necesidad de reaccionar.
¿Qué hacer? ¿Llamar a la policía, armarse de algún objeto contundente?
Pero moverse significa abrir el resto de la casa a las andanzas del
intruso. Moverse significa desguarnecer la casa.
Angustiado, preso de la indecisión, el corazón bombea sangre con
adrenalina para despertar los nervios relajados, tensando los músculos
imprescindibles para la acción, oxigenando un cerebro que debe ofrecer
soluciones.
Una pulsión en el picaporte anuncia un movimiento al otro lado.
Veloz como el rayo, con ambas manos sujeta la manilla impidiendo la
torsión, mientras los pulmones acaparan aire a marchas forzadas. Reparar en la
presión de la manija en la mano de quién intenta salir y aguantar impertérrito
con los tendones jalando hacia ti. Cuánto tiempo se puede sobrellevar este
apremio conteniendo por la fuerza lo que desde el otro lado viene.
Y el corazón a punto de estallar por el frenético pulso al que es
sometido esta noche.
Es el pánico lo que lo sostiene en pie aguantando férreamente la puerta,
impasible al dolor de unas fibras a punto de rasgarse, tal vez incapaz de
sostener esta lucha desigual ante el hercúleo poder que intuye al otro lado. Y
es consciente de ir perdiendo la batalla. Le es imposible sobrellevar por más
tiempo este esfuerzo homérico propio de semidioses.
Las fuerzas propias cada vez más escasas se van diluyendo. Y llega el
pavor a la derrota, a caer vencido, a sucumbir tras los innombrables
padecimientos, y nota una debilidad en las piernas que lo sostienen, y su
corazón se acelera en un fútil intento de recuperar fuerzas, de animar al
cerebro para que encuentre una salida en lo que a todas luces le es
incomprensible.
Y vendrá un final. Y teme ese momento cuando se ha rendido y los dedos
agarrotados ceden a la fuerza del otro lado, y las escasas fuerzas que le
aguantan en un cuerpo desmadejado se escurren con él pegado a la puerta junto
con un vahído que le anuncia el síncope.
Tendido junto al quicio de la puerta en un postrero atisbo de conciencia,
espera ver su destino cuando la puerta se abra.
Moroso, como en una película de miedo, el picaporte gira hasta el clic
para abrirse y en el minisegundo que dura el tránsito al desvanecimiento, no
desea ver al invasor.
Las nubes del desmayo han velado su visión no llegando a atisbar la
negrura del otro lado, la quiebra de su interior es la constatación del
infarto.
El acelerado ritmo con el que el corazón responde a nuestras demandas
por el ejercicio o el miedo, el golpe furioso del músculo contra las costillas
se oye. Dum contra el pecho, dum-dum, y llega el dolor y se rompe, notas
entonces el silencio del corazón roto y, tras instantes eternos, un nuevo golpe
seco, dum, y seguido otro, luego la pausa cada vez mas larga y esa sangre que
ya no se bombea a todas partes y deja sin oxígeno el cerebro dando paso a la
inconsciencia, dum, y seguido otro, y entre los destellos de la razón, la
certeza de perder el sentido preludio del sueño eterno, estás a un paso del más allá.
Desde el otro lado, cruzando el umbral, viene…
******
Al salir del cuarto de baño a estas intempestivas horas no olvidarse de
jalar la cadena. Somnoliento, cansino, con la indolencia de un cuerpo dormido
deseoso de volver al lecho.
Sentado ya, en el borde de la cama se pregunta el interfecto el porqué.
Por qué se encaja la puerta del baño todas las noches, será producto de la
dilatación de la madera, será un picaporte defectuoso.
Antes de posar la cabeza en la consabida almohada, toma la determinación
de limar el quicio de la puerta o, mejor dicho, de la jamba, espera, se debe
decir cepillar. La madera se cepilla y, para ello, deberá conseguir un cepillo,
también su mente en un destello sugiere cambiar el picaporte, luego viene el
sueño y se dejan las divagaciones por esta noche.
Y mañana se repetirá otra vez, sin solución de continuidad.
******
Hay algo en los sueños premonitorio.
Hay algo en los sueños dispuesto para advertidnos de acechanzas.
Un sueño oscuro nos dice que al otro lado del espejo está el otro.
El otro está al otro lado de la puerta y desconoces sus intenciones.
Qué hace el otro del espejo cuando sales del baño.
El reverso de la vida, un míster Hyde sin pócimas trasegadas, el monstruo
que llevamos dentro, oculto, amordazado, el prisionero del espejo.
No puedes saber lo que trama cuando está al otro lado de una puerta
cerrada, solo intuyes que quiere ocupar tu lugar, desplazarte y no ser un
reflejo, dejar de ser una sombra inquietante en la noche, cuando la piel
erizada y el vello de punta anuncian una premonición. Es una señal para que te
cuides…
De ti mismo.
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