4 de diciembre de 2018

Mefistófeles


Mefistófeles


Soy Lucifer, a veces me llaman Diablo o Satanás. He de reconocer que no tengo empacho en recibir cualquier nombre, estilo Arriman o Belcebú, este último está muy bien para asustar. La gente culta o que se la da de fina, prefiere referirse a mí como Mefisto o Mefistófeles. La canalla proclive a la campechanía se toma más confianza y prefiere el coloquial Pedro Botero o el “Demonio de las narices que tuvo que ir a meter las suyas donde naidele llama”. Los profetas prefieren apelativos sonoros para sus prédicas: Leviatán, Serpiente o Cachano, la gente de postín y los afectados encuentran elegante que sus improperios se encaminen a maldecir a Luzbel y al Ángel caído.
Es mi cruz y la sobrellevo como puedo.
Vivo lejos de “Su presencia” y eso me molesta.
Durante un tiempo los sucesos ocurrieron de las formas preestablecidas. Los eones del tiempo fluían ligeros, aunque las tareas fueran arduas.
Un mal día, al jefe se le ocurrió crear al hombre. A su imagen y semejanza. Ahí se produjo mi primera perplejidad.
Sí, somos espíritus, esencias, la voluntad de Él en definitiva; malamente podía concebir la semejanza con un cuerpo terrenal por medio.
Su insondable presencia me reconvino por la duda que anidaba en mi ser.
Acaté su voluntad y cumplí sus designios.
De entre los mundos creados, seleccioné siete para su examen. Le agradó mi selección y creí ingenuamente haber recuperado su confianza. Hubo uno de ellos, especialmente cuco, que atrajo su infinita mirada.
Es un sistema de ocho planetas básicos, mas algunos planetoides, girando alrededor de una estrella de tipo mediano.
En este planeta, la vida evolucionó en diferentes fases y, en la penúltima, grandes reptiles poblaban su superficie.
Llegado el momento, por su voluntad un cometa alteró ligeramente su rumbo impactando en el planeta, acelerando la extinción de las especies del momento. Excepto unos pequeños roedores, insignificantes, que bajo nuestra atenta vigilancia empezaron a prosperar.
Una nube gris recorrió mi ser y noté sobre mí su inquisitiva mirada.
Proseguimos los trabajos hasta alcanzar el punto álgido. Entonces, su augusta presencia tomó las riendas y Él mismo realizó los últimos retoques de la Creación.
Primero creó un macho, al que hizo pasear por el jardín.
Yo no entendía sus motivos, mi perplejidad iba en aumento, dudaba, pero Él, que  lo intuye todo, al que nada se le escapa, Él, que todo lo abarca, se daba cuenta y noté su ceño fruncido dirigido hacia mí.
En la nueva disposición, creó entonces una hembra. Al fin y al cabo, era su experimento. Hasta entonces los procesos eran simultáneos, según sus instrucciones, y nos explicaba la razón, que no era otra que el equilibrio ecológico.
Por primera y única vez se soslayó su propia directriz.
Creo que pensé en ello como un experimento del Jefe y eso es lo que hizo rebosar el vaso de su vasta paciencia.
Y me expulsó de su lado, y conmigo cayeron los que a mi lado trabajaban o me fueron afines, extrañándonos de su presencia, y su voz tonante nos lanzó su censura. Empero, como reconocimiento por los trabajos prestados, nos entregó para nuestro servicio las almas de aquellos humanos que no fueran de su agrado.
Desde entonces, me llamo Satanás y los humanos  me dicen diablo, demonio y otras lindezas. A mí y a los que conmigo van.
Al principio teníamos escasez de servidumbre, con el paso del tiempo las entradas han sido tumultuosas. En nuestro rincón prosperamos tímidamente, no queremos rozar las fronteras de Él.
Curiosamente, a pesar de la cantidad de acólitos que nos surgen sin querer, estos son maledicentes y envidiosos, hablan mal de mí, de nosotros, y nos echan la culpa de las “supuestas” tentaciones con las que ven jalonadas sus vidas. El Señor les dio el libre albedrío, la capacidad de elegir, sus actos y sus pensamientos les son propios. Son su responsabilidad.
En realidad, solo observamos, no nos está permitido intervenir.
Discurren entre ellos diversas y múltiples leyendas o historias verídicas.
Hay una, especialmente exótica, que habla del Anticristo, hijo mío por supuesto, al que mandaría a la Tierra para someterla a las consabidas perrerías propias del maligno.Desenfrenos, abusos, injusticias varias, guerras por doquier, hambre, desempleoy, una frase que tiene su aquel el rechinar de dientes, que, al ser muy gráfica, produce una desazón conocida como dentera, de lo más irritante.
Se vaticina entonces la segunda venida del Mesías o parusía, que vendría a imponer la paz y la virtud al planeta.
Hay descripciones espantosas y, en un instante, una gran batalla, descrita con todo lujo de detalles y en la que, evidentemente, los demonios llevan las de perder.
Una vez vencidos, nos echarían del planeta, que sería entregado para uso y disfrute de las buenas gentes.
Siento desmentirlos, pero qué sentido tiene montar una guerra si ya sabemos que la vamos a perder; conociendo su inmenso poder, qué sentido puede tener embarcarnos en un conflicto de esas características. Conocemos por experiencia sus habilidades, fuerza, omnipresencia, ubicuidad, más un largo etcétera imposible de enumerar por extenso.
Imagínense, al mismo tiempo que está repartiendo mandobles a diestro y siniestro en algún punto, y a la vez tenerlo a mi lado dándome de yoyas hasta en el carné. Conviene recordad lo de su ubicuidad, lo sé por experiencia.  Vale, soy malo, pero no tonto.
A pesar de seguir desterrados, el Jefe nos manda de vez en cuando una ola de su ira que nos deja atribulados un buen rato, y todo porque que anda mosqueado por tener pocos servidores mientras que a nosotros nos sobran.
Fiel a su palabra, nunca se desdecirá levantando el extrañamiento, y por ello sigo en lo mío, rondado a los humanos, en especial, en el lecho de muerte. Mis colegas y yo mismo usamos esos momentos de debilidad tan propicios para sembrar la semilla de una incertidumbre, una vacilación que los aleja de Él para siempre. Y hay muchos tipos de recelo.
Eso es lo que hacemos los demonios, introducir una desconfianza antes de que te mueras o una imagen concupiscente, no son necesarias grandes inversiones ni estar dando la tabarra toda la vida; sólo al final os dejamos hacer balance y no necesitamos más, solo una chispita de vacilación.
Ya lo decía don Álvaro.
¡Es la fuerza del destino!

P.D.: Del resto, los que no son humanos, no nos ocupamos, campan a sus anchas por el planeta acumulando metal, desarrollando sus planes de dominación, hurgando en las heridas ajenas, dando limosnas que los hacen sentirse poderosos, les encanta echarle la culpa a los demás y si les preguntas te dirán que solo hacen lo que les mandan. 
Obediencia debida, ya sabes.

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