13 de marzo de 2016

En las nubes (Ángeles y demonios) 4




Nunca pasa nada.

Salimos de visitar Zamość rumbo al sur. A mano izquierda de la carretera tomamos el camino a Bełżec. Cruzamos la vía muerta visitada ya por la hierba, para parar en el estacionamiento del museo-monumento. La mirada se pierde en los desolados hierbajos nacidos entre las travesaños de esas vías, por donde venían los atestados vagones del Reich, aquí, en el Gobierno General.
Llegamos al Campo de exterminio de Bełżec por nuestros medios, somos turistas.
Hemos llegado tarde para visitar el museo, mas las puertas abiertas y un horario en el monumento nos informa que aún tenemos dos horas para hollar con pasos y miradas el austero recinto.
“Construido para limpiar la zona. Una vez cumplidos con creces los objetivos, se procede a desmantelar el lugar y dinamitar las construcciones especiales. Aplanar la zona. Ocultar cualquier tipo de vestigio”.
No me atrevo a cruzar el umbral.
Dudo.
Un adulto, rodeado de jóvenes con Kipá, explica no sé qué historias en su lenguaje incomprensible.
Una suave pendiente obliga a levantar la mirada hasta las lindes del campo actual, donde una ristra de árboles marca los confines del campo. Una ristra de árboles como un conjuro para purificar el humo, latente sesenta años después.
Al acabar el granito, empieza a la derecha un rectángulo inmenso cubierto con las escorias. Enormes escorias de algún gran horno. A la izquierda, otro campo de escorias y cenizas. En el medio, un estrecho paso que se hunde en la tierra.
Escorias, restos, cenizas, desolación, escorias.
Un grupo camina por el no tan estrecho paso, casi plano. Son paredes que se elevan.
Vacío el camino. Empezamos a caminar entre los campos de escorias, viendo
como las paredes crecen hasta llegar mas arriba de mi cabeza.
Y me hundo.
Al mirar hacia arriba, las paredes cada vez mas altas. Y oigo gritos callados. Llevo mis dientes enganchados, férreamente encajadas las mandíbulas, algo me pesa, algo dentro de mí me pesa.
No, no he roto a llorar, sólo una pequeña dificultad al tragar y unos ojos un tanto vidriosos. Llegados al final del pasillo, una extensa pared de lamentaciones con un texto del paciente Job. A derecha e izquierda unas escaleras para salir del foso.
En la pared de la derecha empieza una letanía de nombres propios, pacientemente ordenados. Todos los nombres y sus variaciones. Nombres de gente: Antoine, Anton, ... Maria, Maran, Mario, ... en la pared de la derecha, en la pared de la izquierda. Los nombres de los que aquí fueron apeados.
Todo es confusión, preferiría quedar impasible. Lo preferiría.
No tengo ningún derecho a llorar.
Intento decirle algo a E, ... y mis labios no se mueven. Imposible abrir la boca, silencio y una hilera de árboles lo circunscriben, haciendo frontera.
Al final de los peldaños los ojos saltan a la fila de árboles, árboles verdes cercando del campo. Un contraste verde y vivo. La naturaleza. En el suelo, la escoria negra y gris que cubre la ladera. Lo humano.
Losa tras losa, acotando el campo de escorias, lo bordean con nombres repetidos, y con distintas fechas. Una ciudad, 1 de Enero de 1942; otra ciudad, otra fecha; otra ciudad, otra fecha; otra ciudad, otra fecha... Uno tras otro, los nombres de pueblos y ciudades donde vivían gentes.
Minuciosos. Se aseguraron volviendo las veces precisas. Así otra losa, la misma
ciudad, diferente fecha...
Seguros están de que no queda nadie. Las cenizas a la tierra para alimentar el bosque. Las construcciones voladas.
Dejarlo todo tan limpio como antes.
Aquí, nunca pasa nada.
El eterno camino que nos lleva a Bełżec.
Campo de escorias. Olor a muerte.
Voy con mi paso asustadizo y oigo en mi mente los ayes callados de ese pueblo, desvanecido hace ya sesenta años.
Aún amagan las lagrimas por salir, cuando vuelvo a Bełżec.
No tengo ningún derecho a llorar.
Una sola vez fui, pero vuelvo y vuelvo con mi memoria, y no puedo borrarlo.
Y voy bajando por el estrecho pasillo que nos lleva al mural de nombres propios grabados en la piedra. Se ven las escorias. Y el horizonte del pasillo sube hasta cegar el campo inerte. Y ahora aumentan los quejidos, aumenta el frío.
Y nos vamos hundiendo.
Bajando a la muerte de un pueblo del pasado, un pueblo del presente.

Perdiéndose en la parte mas aciaga del ser humano.


¡Oh tierra, no cubras mi sangre,
Y no halla lugar para mi clamor.
Job 16:18.


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