26 de marzo de 2012

JAVIER

            Es Javier natural de Serantes, pequeño núcleo del occidente asturiano, a escasa distancia de la Villa de Tapia de Casariego y del mar. Nació en un caserío del lugar y como es preceptivo su hogar tiene nombre: la casa del “Abeyón”.
Situándonos en la carretera que lleva a Tol y enfrente del sindicato agrícola sale un camino de tierra, a un lado la iglesia, del otro la “retoría”; pegado a su linde se halla la cancela que da paso a la cortía de su alquería, por otro lado, siempre abierta.  Su casa compartía linde con la parroquia, lo que era cómodo para ir a misa pero te menguaba las excusas.
            En los años difíciles del pasado reciente, el trabajo en el campo tiene pocas salidas y hay que emigrar a la ciudad, en su caso, hablamos de Javier, la vida le lleva a Madrid, una urbe grandota donde viven unos primos, y los susodichos son la punta de lanza para integrarse aparte de facilitar un lecho por unos días.
            Javier es un asturiano tipo rubio manzana y de él escuché por primera vez lo de “Asturias es España y lo demás tierra conquistada”.
            Como curiosidad diré que lo que empezó siendo una relación de primos segundones se transformaría en una relación de cuñados, o como a mi me gustaba contar “ Además de cuñaos, somos primos”. 
            Dada mi escasa edad y falta de independencia presencié su boda vestido con un traje explícitamente confeccionado para la ocasión, y con corbata. El traje de pantalón corto me produce cierto sonrojo en el visionado de las fotos de la boda, con mis pantorrillas al aire; tal vez el rubor se debe a las risas de mi sobrina Eva, su hija, cuando años después mira las fotos de la boda de sus padres, y en casi todas ellas, como sin querer, al descuido, aparezco yo.
                        Ahora con los años transcurridos, nuestra familia gusta de rememorar cualquier anécdota de nuestro pasado conjunto (por si no os habéis dado cuenta, esto último va con ironía). Como la vez que Javier sujetando por las bridas al caballo nos paseaba por la cortía. Íbamos a horcajadas Eva y yo, cabalgando a lomos del enorme percherón orgullo del abuelo, prestigio de la casa, perseguidos por la estruendosa voz  de mi hermana y su ”!Tened cuidado a ver si me desgraciáis a la niña! “
Recuerdo que una de las veces perdí el equilibrio pues el montar a pelo no era una de mis habilidades, si es que poseo alguna, y como en una extraña imagen a cámara lenta deslicé mis reales hasta hollar el suelo con mis espaldas, eso sí, Eva bien protegida, pues no la solté mientras caía, e interpuse mi cuerpo de forma y manera que al caer ella terminó sentada sobre mi estómago, como si no pasara nada.
            Alabaron mi comportamiento, por la hábil protección de la niña; en mi fuero interno pensé que  siendo Eva mejor jinete, si la hubiera soltado no se habría visto arrastrada en mi caída.
La regañina se la ganó Javier por andar paseándonos a caballo. Mientras tanto, nosotros seguíamos a lo nuestro, que era jugar. Para ser justos, poco podían hacer Javier y mi hermana.
Eva y yo no conocíamos de obstáculos, pocas cosas se nos resistían, y los que menos, sus padres.
            Gracias a que Javier pasaba por allí de más de una bronca me he librado, seguro que él puede rememorar alguna.
            La casa del Abeyón en el centro de Serantes, comparte nombre con un monte de Bilbao y está cerca de Tol, que en la Fala del lugar  es como decir loco; y cuando llegábamos, o cuando nos marchábamos, había que pasar por Rapalcuarto.
            En la casa de Javier, perdido por el desván, me encontré con el arcón de los cuentos. 

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