20 de diciembre de 2010

El Ascensor

Los Encuentros.



Sin querer puedes encontrarte cosas. Es frecuente toparse en el metro con un periódico más o menos arrugado, listo para ser reutilizado, releído por ti, mismamente.
Algunas veces te encuentras con caras conocidas, la de un famoso de esos que se planchan la cara y salen tanto en los medios, y al que dudas de pedir un autógrafo pero que, inevitablemente, verá como compartes codazos y cuchicheos con tu compañera ante su impasible mirada.
En la vida te puedes cruzar con situaciones que superan tu capacidad.
Ayer me encontré un muerto en el ascensor.

¡Y como!

Nos encontrábamos en el rellano contiguo a mi piso esperando al ascensor. Unos golpes, y otros ruidos inidentificables, provenientes del hueco del ascensor, hacen expresar a mi pareja su extrañeza con un comentario baladí.
“Parece que estén matando al ascensor”.

Algunos ruidos después. Apenas unos segundos de espera ... Lentamente se descorre la puerta del ascensor, que viene con pasajeros.
Dos individuos de traje azul con el logotipo de su empresa sostienen verticalmente, en una camilla, un muerto en su bolsa. Bolsa blanca, con la  cremallera corrida, una pequeña bolsa.
De frente un tipo flaco, y ya mayor, sujeta con una mano la camilla. Es una precaución para que no se venza. Tiene pinta de ser del tipo silencioso.
De espaldas, la muralla azul de un tipo entrado en carnes, éste, el más grande, entre sudores y jadeos, se vuelve y nos dice:
“Disculpen, hemos apretado todos los botones”
Sin movernos un milímetro acertamos a emitir un balbuceánte:
“No se preocupen” .
Mientras, deseamos que la puerta se cierre de una maldita vez. Por un lado, agradecidos de que no nos invitaran a compartir viaje. Apretándose, cabía uno más.

En ese momento nos miramos y sin mediar palabra nos dirigimos a la escalera.
Llámalo telepatía.
Mientras bajábamos un tanto alucinados, podíamos oír como efectivamente el ascensor se paraba en todas las plantas. Abrir y cerrar continuo de las puertas del ascensor, lo que nos permitió llegar al portal antes que el finado.
De ruido de fondo, se oía el abrir y cerrar de puertas.

Alcanzada la relativa seguridad de la calle, caigo en la cuenta: “se me han olvidado las entradas”. Tengo que volver.

Instantes de quebranto por ser un hombre, hay que disimular la natural aprehensión y dirigirse gallardamente de vuelta a casa, (y todo por culpa de esta memoria mía).

Al abrir el portal, contemplo como es izada la camilla sobre sus patas extensibles. Me quedo sosteniendo la puerta; mientras, por mi lado pasan con el fallecido. Me dan las gracias por sujetar la puerta.
- “De nada”
A cierta distancia veo a mi señora que, en un estado de estupefacción similar al mío, contempla la escena.
No me queda más remedio que reaccionar, así que subo a casa.
Por las escaleras del metro, circunspectos, consideramos la posibilidad,  o mejor aún, la conveniencia de recuperar las viejas costumbres de la era pretecnológica, y usar a partir de ahora las escaleras.
Un poco de ejercicio es saludable.


Hoy he cogido el ascensor cuando bajaba a por pan. Afortunadamente, puedo afirmar sin ningún genero de dudas que la situación no se ha repetido y que el ascensor no se ha visto afectado por el suceso. No le han dejado marcas distintivas, ni olores, es más, parece que no ha pasado nada.


No sabemos a quién visitó la parca un sábado por la tarde, cuando de improviso pasó por nuestro vecindario.
No sabemos su nombre.
Ignoramos quién fue.
No hubo, no hay esquela, sólo la triste constatación de una vida sin huella y el triste desinterés por saber quién vive a nuestro lado.

Un cadáver sin nombre. Un vecino sin nombre.

El mismo día que murió Berlanga.

2 comentarios:

  1. Yo por eso vivo en un cuarto piso sin ascensor. Nunca se me había ocurrido cómo bajaban en el ascensor a los fallecidos.
    Pregunta: ¿Lo llevaban agarrado por la cintura?
    (Permitidme esta gota de humor negro)
    Jesús

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  2. atado, iba atado a la camilla, dentro de una bolsa de plástico amarrado a la camilla

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